Alberto PRADILLA

La falacia de la «integración de todas las sensibilidades»

La falacia de un acuerdo que integre a todas las sensibilidades del país ha sido repetida, con distintos matices, por PNV, PSE y Elkarrekin Podemos. Se trata de una trampa: es imposible sumar en el mismo pacto a quien defiende que los ciudadanos voten y a quien rechaza las urnas.

El márketing político reduce el significado de palabras y expresiones hasta convertirlas en caricaturas, en metáforas vacías y sorprendentemente reversibles. Todo candidato prometerá estar a favor del bien y de la luz y en contra del mal y de la oscuridad. ¿Quién podría argumentar lo contrario? Siguiendo con esta línea, en la actual campaña he detectado una falacia que, en diferentes grados, van repitiendo portavoces de PNV, Elkarrekin Podemos y PSE. Se trata del mito de la «integración» de todas las sensibilidades como condición para desarrollar un proceso soberanista (o de nuevo estatus, llamémoslo como queramos) que permita que cualquier proyecto político pueda ser defendido y avalado por los ciudadanos vascos. ¿Quién va a rechazar que «los políticos se pongan de acuerdo» y las distintas sensibilidades del país lleguen a amplios entendimientos? Obviamente, solo un representante del mal y la oscuridad. De poco sirve explicar que tal aspiración, tantas veces repetida, sea una trampa lingüística que oculta la admisión del derecho a veto o las dudas hacia la materialización real del proyecto independentista.

Seamos serios. En política existen antagonistas que no pueden formar parte del mismo acuerdo a no ser que uno de los dos planteamientos en disputa modifique tanto su posición que deje de ser lo que era. En términos concretos: resulta imposible que quienes están a favor de que la ciudadanía vasca pueda decidir su relación con el Estado en las urnas y quienes se oponen a la democracia puedan formar parte del mismo acuerdo de mínimos sin que una de las dos posiciones se deje su esencia por el camino. Es decir, si se desarrolla una ponencia para plantear un nuevo estatus, sería imposible que PP y PSE compartiesen texto con PNV, EH Bildu y Elkarrekin Podemos si este incluyese la defensa del derecho a decidir. Como no se puede soplar y sorber a la vez, tampoco se sostiene suscribir una defensa de la democracia y que a ella se le sumen quienes rechazan las urnas como mecanismo para preguntar.

No quiero que se me malinterprete. No pretendo decir que el unionismo no pueda llegar a pactos con el independentismo, por presentar los dos grandes antagonistas en términos de soberanía. El problema y la farsa son previos y están en el concepto de democracia. Si esta se desarrolla de forma plena, quien defiende seguir atado al Estado español, bien sea a través del plato único federal como plantea el PSE, sin cambiar absolutamente nada como el PP o en indeterminada «fraternidad» como reivindica Elkarrekin Podemos, estaría representado en cualquier tipo de proceso a través del voto. El unionismo podría expresarse porque, una vez acordadas las bases de qué es lo que se pregunta y en qué plazos, siempre cabrá la posiblidad de introducir la papeleta del «quiero quedarme como estoy».

Cuando Iñigo Urkullu, Pili Zabala o Idoia Mendia, cada uno con sus matices, aseguran que es imprescindible un acuerdo que permita que todas las sensibilidades estén representadas o están abonándose al derecho a veto o reducen la soberanía a la frivolidad donde la ubicó el exlehendakari Patxi López, con su ya mítica frase que decía que «mi patria empieza en un pequeño piso de la calle Coscojales, en Portugalete».

La infantilización de la opinión pública es un problema, porque rebaja el nivel del debate e imposibilita el análisis e imposibilita la discusión. Una cuestión con tanta relevancia para la ciudadanía vasca no se puede resolver con cuatro eslóganes publicitarios huecos y dejar que corra el tiempo. Con estas trampas al solitario es difícil pensar que pueda romperse el bloqueo de la Cámara de Gasteiz.