Ruben NIETO
DONOSTIA
Elkarrizketa
RAMÓN BAREA
ACTOR Y DIRECTOR, PREMIO ZINEMIRA

«He crecido en la humildad y en lo colectivo»

El premio Zinemira de la actual edición de Zinemaldia ha recaído sobre un incansable de la escena vasca, Ramón Barea, que recogió ayer el galardón en la Gala del Cine Vasco. El actor y realizador bilbaino sintió desde joven la pasión por la interpretación y su vida ha discurrido pegada a los escenarios y las cámaras, atesorando una biografía y filmografía extensa por la que ha recibido numerosos reconocimientos.

Le encontramos en el teatro, su hábitat natural. Inmerso en los ensayos de “Incendios”, obra que será próximamente estrenada en el Teatro Abadía de Madrid. Junto a Nuria Espert, Laia Marull o Edu Soto ultima un «espectáculo escalofriante», que llegará a Donostia y Bilbo en noviembre y febrero, respectivamente. Barea nos habla desde la seguridad que le otorga su dilatada carrera. Desde la convicción del que lleva toda una vida en el mundo de la interpretación. Ayer Zinemaldia le otorgó el Zinemira 2016, premio que no pudo recoger, justamente, por su entrega al teatro.

No es su primer galardón.

No. Pero te diré que este de Zinemira tiene un especial sentido para mí. Porque viene de casa, porque yo empecé aquí y desde aquí he hecho toda mi vida profesional. Y sé que tiene una dosis de cariño por parte de quienes lo han decidido. Me reconcilia con muchas cosas.

¿Qué le vino a la cabeza en el momento que le comunicaron que iba a recibir este premio?

“La Fuga de Segovia”, mi primera incursión en el cine. Es como si todo hubiera sido la prolongación de aquel momento.

Inició su carrera en una época difícil para la libre expresión artística.

Sí, comienzo en los años 70. Concretamente en el año 69 inscribimos en el Gobierno Civil de Bizkaia una asociación que se llamó Cómicos de la Legua, que fue mi primer grupo de teatro. Allí estaban Álex Angulo, Santi Burutxaga, José Miguel Castro, Mabel Andreu… Llegamos a hacer actuaciones sin permiso, sin pasar por Censura, con recitales/espectáculo con poemas de Miguel Hernández, León Felipe, Nicolás Guillén…

Creo que el teatro que queríamos hacer estaba impregnado de compromiso social, no entendíamos un teatro «de repertorio», y no encontrábamos las obras escritas que se acercaran a lo que queríamos hacer en el colectivo. Es decir, no había nada escrito sobre la vida en las cárceles españolas, ni una historia de Euskadi para hacer en la calle, ni un montaje antinuclear, o cosas así, y eso fue lo que hicimos. Ahí aprendimos a escribir y a trabajar en la calle, a reconvertir cines de pueblo en teatros improvisados.

¿Cómo consiguió hacer lo que quería? ¿De dónde sacó las fuerzas?

¡Hombre! No era fácil, pero este oficio nuestro de actor es muy vocacional. Hay que ser, y en aquella época más, muy terco y muy obstinado. El actor medio vive difícilmente de su profesión, tiene que estar habituado a los altibajos y saber que es una actividad absolutamente irregular. No te digo el de estrella de la interpretación ni el de caballo ganador, hablo del actor de a pie. También hay el otro, el que se lleva los beneficios de manera turbia a paraísos fiscales, pero son los menos.

Se destaca en estos días una frase en la que afirma haber ser sido autodidacta, pero que hubiera preferido haber tenido maestros. ¿A qué se refiere?

Sencillamente, cuando yo empiezo no hay profesionales en el País Vasco, el teatro era una cosa amateur y el cine algo que practicaban cuatro locos adelantados. Es decir, o te ibas a Madrid o Barcelona, o hacías lo que hicimos que fue poner en marcha una estructura profesional, que fue creciendo y que íbamos aprendiendo a base de errores, de tanteos.

Era muy fuerte el concepto de colectivo en el trabajo: las ideas eran de todos, las reflexiones eran el resultado del bagaje de cada uno, de la sensibilidad de cada uno. Bueno, no tenías más remedio que ser autodidacta, inventarte el oficio. En aquel momento, en el incipiente gobierno autonómico el teatro era una actividad marginal, desconocida y no digna de ser tenida en cuenta. Es verdad que digo completamente en serio que me hubiera gustado haber tenido maestros, haber crecido junto a otros profesionales experimentados. Esto no fue así. Quizá haya cometido unos errores, pero tengo más claro lo que quiero hacer y lo que no. Y sobre todo, he crecido en la humildad y en lo colectivo.

¿Le motiva especialmente trabajar con las nuevas generaciones?

Sí. Ahora mismo estoy implicado en el proyecto Pabellón 6, que es un proyecto en el espíritu casi amateur, pero con un rigor artístico muy profesional. Es una empresa que busca la rentabilidad artística y no solo en la lucha por la supervivencia.

Yo tenía 20 años cuando empecé en esto de la interpretación y no tuve a nadie delante. Me quería comer el mundo, transformarlo, pero no tenía nada delante en el País Vasco a dónde acudir. Es normal que tenga una sensibilidad especial con la gente que empieza y es normal que piense que deben aprovecharse de nuestras generaciones, aunque sea para odiarnos, rechazarnos o superarnos.

Háblenos de su participación en un proyecto como Pabellón6.

Bueno, es ahí donde tengo en este momento puesto mi corazoncito. Es algo que debería haber sucedido hace 30 años y que seguramente hubiera variado el mapa teatral del País Vasco, pero… nos echaron de los teatros.

Lo nuestra era la puta calle, los frontones, los cines viejos… nosotros éramos una panda de jóvenes molestos, feos y mal peinados (me refiero a los años 70). Ahora somos unos señores, no muy bien peinados, pero con Premio Nacional de Teatro, encabezando repartos en el CDN, con más de 100 películas a la espalda y un montón de obras de teatro. Ahora, nos hablan de tú a tú. Pero, en fin, soy de la generación que le ha tocado empezar cosas: comienzo del cine vasco, comienzo del teatro profesional vasco… Un pionero a la fuerza, a base de obstinación y de amor al oficio de actor.

Se destaca que nunca ha tenido representante. ¿Por qué?

Se ha dado esa circunstancia en mi vida profesional. He podido pasar de una peli a otra sin mover un dossier y sin entregar un currículum a las productoras. Por tanto, no me ha hecho falta un representante. Me han timado las productoras todo lo que han querido, pero no me ha importado. Nunca he hecho nada que no quisiera hacer, ni nadie ha organizado mi vida profesional. Hay compañeros que están felices con su representante. Yo, sencillamente, no he recurrido a ello, no soy anti. Y no me arrepiento de que haya sido así. Cuando los jóvenes actores me preguntan dónde hay que llevar el dossier o que les pase el teléfono de las productoras les digo: mira la lista de teléfonos, yo no tengo ningún teléfono en mi agenda, este oficio nuestro no es el cuento de la lechera, ni la cenicienta. En este oficio nuestro te tienen que encontrar trabajando. En cortos, en teatros breves, en ámbitos autogestionados…