Dabid LAZKANOITURBURU

Del premio redención al premio acicate

Todo premio tiene algo –o mucho– de impostura, en la medida en que galardona a alguien cuya distinción, paradójicamente, pone de relieve todas sus muchas contradicciones, mientras que, siguiendo la lógica discriminatoria de todo concurso, deja fuera a todos los demás. Así, al laureado le cae, junto a las alabanzas, un aluvión de críticas, las más bien razonadas, pero a las que se suman las que responden a pura envidia, cuando no, como en el caso que nos ocupa, a un cálculo político

Lo dicho sirve como regla general pero es más evidente en el caso de los Nobel que, como evidencia la biografía de quien fue su inspirador y les dio su nombre, se fundaron como un intento de purgar con galardones –y los millones correspondientes– la mala conciencia del que hizo fortuna con la industria del armamento y los explosivos más letales.

Un siglo largo después, su función redimidora ha dado paso a un intento de otorgar los Nobel de la Paz como un acicate. Y es que, más que un reconocimiento a la labor realizada por la paz mundial, suponen un intento bienintencionado de impulsar dinámicas en ese sentido.

El Nobel de la Paz a Obama en 2009, cuando llevaba escasos meses en el cargo, inauguró esa dinámica. Y, más allá de lo que opinen unas u otros sobre hasta qué punto el expresidente de EEUU defraudó esas expectativas, lo que está claro es que el «Gran Jurado» de Oslo le ha cogido gusto al tema. Así se explica que galardonara en la edición anterior al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, días depués de que el «no» en el referéndum sobre el acuerdo con las FARC dejara el proceso tocado.

O que, como ayer, premiara a la campaña mundial para implicar a los estados en la abolición de las armas nucleares. Porque, más que como un premio, el galardón puede ser interpretado como un señalamiento a Trump (por su rechazo al acuerdo nuclear con Irán), al régimen norcoreano y sus temerarios desafíos y, en general, a las grandes potencias nucleares y su pésimo ejemplo. El problema, me temo, es que a todos y a todas estas últimas, el Nobel se la trae el pairo. «¿Envidia? ¿De qué, a quién?».