Rajoy es tan inmoral e impresentable que se ha escapado y no ha vuelto, y eso que este es su terreno. Rivera ha sonado ridículamente totalitario, lo cual es reseñable visto el temor que generaba hace unos pocos días. Pablo Iglesias es buen orador y hoy ha recuperado parte de ese prestigio, aunque haya sido cuando ya casi nadie estaba escuchando.

¿Y el protagonista? Pedro Sánchez ha sido funcional en su discurso memorizado pero terriblemente pobre en las réplicas; corto y lento. Excepto con Rivera, dicen. Y eso que salir después de Ábalos iba a su favor.

Durante el debate, me he imaginado a la muchachada en un Día de la Rosa coreando el nombre de Pedro Sánchez con la tonadilla de ‘Seven Nation Army’, como hicieron en Glastonbury con Jeremy Corbin, y he pasado un buen rato riéndome.

Por contraste, en oratoria y dialéctica los portavoces catalanes y vascos parecen una mezcla de Sócrates, Angela Davis y Barack Obama. Evidentemente, no lo son.

Compararnos con el Estado es una vía fácil para disimular la mediocridad. Creo que existe talento en el país –imaginaos, tenemos hasta a Evaristo–, pero este solo se puede articular de manera constructiva si elevamos el nivel y no ponemos techos de cristal a nuestras aspiraciones como sociedad. Basta de creer que somos mejores que ellos, pensemos en cómo ser lo mejor que podemos ser nosotros y nosotras.