Eneko Sagardoy experimenta con la tragedia en el Festival de Mérida
Tras el éxito logrado con «Handia», su protagonista asume un nuevo reto, interpretar a Acamante, hijo de Fedra en la obra homónima escrita por Paco Bezerra que se estrena hoy en el anfiteatro romano de Mérida.

Son las cuatro de la tarde y el sol cae a plomo sobre las calles de Carabanchel, a esa hora prácticamente desiertas. En una vía angosta, poblada de casitas bajas que evocan los tiempos en que dicho barrio era un pueblo (antes de quedar anexionado a Madrid) se levanta una pequeña nave en la que el equipo de “Fedra” afronta su última semana de ensayos. «Nos estamos aclimatando para cuando estrenemos en Mérida», comenta Eneko Sagardoy mientras se abotona hasta el cuello una casaca azul oscuro y bebe un trago de agua para combatir el calor.
El actor durangués es el encargado de dar vida a Acamante, hijo de Fedra y Teseo, en un montaje que, sobre un texto original de Paco Bezerra y bajo la dirección de Luis Luque, tendrá su puesta de largo esta misma noche en el festival emeritense, uno de los certámenes de referencia para los profesionales de las artes escénicas por cuanto representa un viaje a las raíces mismas de su oficio: «Mérida –dice Eneko Sagardoy– es una de las plazas donde más claro resuena el ritual del teatro y su carácter ceremonial, en parte porque el entorno te invita a eso, a reencontrarte con lo esencial y eso le viene de maravilla a una obra como esta que habla, precisamente, de los efectos que produce en el ser humano confrontarse con sus sentimientos más primarios. Actuar allí, rodeado de piedras milenarias debe ser una experiencia alucinante y estoy deseando afrontarla. También me motiva el hecho de hacerlo delante de un auditorio de tres mil personas, es algo por lo que nunca he pasado antes y mentiría si dijera que no me genera mucha curiosidad».
El peso de la tradición es algo que le impone respeto a Eneko pero, como él mismo se encarga de aclarar, «en el fondo no difiere mucho de las dinámicas que emprendemos los actores de teatro cuando cambiamos de plaza. Nuestra obligación es adaptar nuestro trabajo al entorno y al público. En este sentido, bajar a la arena del anfiteatro romano de Mérida me impone pero no me asusta. No siento el miedo que podían tener los cristianos hace veinte siglos cuando les tiraban a los leones en ese mismo escenario», comenta entre risas el protagonista de “Handia”. El hecho de debutar en uno de los escenarios con un aura más acusada de cuantos existen en el Estado español no es la única novedad a la que Eneko Sagardoy se ha enfrentado con este montaje: «Dejando al margen todo el teatro de calle que hice en Santander durante mis años de formación, esta es la primera vez que afronto un montaje fuera de Euskadi. También es la primera ocasión en la que creo un personaje en castellano y la primera tragedia que interpreto. Asimismo es el primer proyecto en el que me enrolo tras ganar el Goya».
Aunque reconoce que el galardón al mejor actor revelación que obtuvo el pasado mes de febrero, marcó, en cierto modo, un punto de inflexión en su carrera, Eneko Sagardoy minimiza la importancia de este tipo de reconocimientos: «Un premio no te asegura absolutamente nada. Lo que cuenta es el trabajo bien hecho y, en ese sentido, tanto yo como el resto del equipo que participó en ‘Handia’ teníamos la tranquilidad de haber hecho algo muy digno. Lo único que te da un premio es publicidad, consigue ponerte en el escaparate, algo que hoy es muy difícil de lograr. A partir de ahí lo que hay que hacer es seguir trabajando».
No obstante, fue justamente durante la ceremonia de entrega de los Goya cuando Eneko Sagardoy llamó la atención de Luis Luque, director de “Fedra”: «Yo estaba viendo la tele y cuando salió Eneko a recoger su premio y dio su discurso de agradecimiento, de repente me descubrí pensando ‘uy, pero si es Acamante’. Fue un discurso muy emocional que encajaba muy bien con el personaje. Yo no había visto ‘Handia’, con lo cual tampoco conocía su trabajo pero tras verle en la ceremonia telefoneé a Paco (autor de la obra) y le comenté ‘¿Has visto al chico que ha ganado el Goya de actor revelación?, creo que nos encajaría, vamos a llamarle para una audición. Fue ahí cuando nos terminó de enamorar, por su educación, por cómo se comportó, por la garra que demostró, por su energía para tirarse a la piscina. Eneko fue el primer candidato en pasar la prueba y enseguida pensé: ‘qué putada para el resto de chicos porque van a tener que superar a este que ha dejado el listón altísimo’».
Complicidades y aprendizaje
La complicidad entre el director del montaje y el actor es evidente y el propio Eneko reconoce que esta se empezó a fraguar, justamente, en la audición que pasó para Luis Luque y Paco Bezerra: «Me acuerdo que Luis me dijo ‘adelante, no tengas miedo de parecernos un loco’. Ahí fue donde pensé que nos íbamos a entender muy bien y que me iba a sentir muy tranquilo trabajando a sus órdenes».
Viendo los ensayos, enseguida se perciben esas sinergias positivas entre todos los miembros del reparto y del equipo técnico del montaje. Su manera de hacer piña se refleja incluso en el corro que, a modo de equipo de baloncesto o de balonmano, forman en el centro del escenario actores y director para conferirse ánimos y recibir las últimas indicaciones antes de comenzar el ensayo general, un corro que se cierra con un apretón conjunto de manos común, antes de lanzar los brazos al aire.
No deja de sorprender tan buena sintonía en un elenco formado por intérpretes con un bagaje y una trayectoria tan dispar. En “Fedra”, Eneko Sagardoy comparte escenario con la cantante y actriz Lolita, que interpreta a su madre con la energía expansiva de las grandes trágicas, con la incombustible Tina Sainz que se hace cargo del papel de la sirvienta Enone, con Críspulo Cabezas –quien tras su debut en el cine en “Barrio” de la mano de Fernando León de Aranoa ha desarrollado una prolífica carrera en los escenarios y que aquí encarna a Hipólito– y con un veterano de la escena como Juan Fernández, encargado de dar vida a Teseo. «Cuando me meto en proyectos que descansan sobre unos cimientos ya establecidos, me gusta entrar de puntillas –dice Eneko Saragdoy–. En este caso, muchos de los que participan en el montaje ya se conocían, habían trabajado juntos en otras ocasiones, y yo aterricé aquí un poco como forastero, venía de fuera y encima era el más joven de todos. Pero el teatro, en el fondo, tiene esa cosa obscena que te obliga a exhibirte delante de un auditorio y eso, al final, nos iguala a todos, da igual de dónde vengas y lo que hayas hecho antes».
No obstante, el actor durangués reconoce que participar en este montaje está siendo una experiencia impagable, no solo por lo que está aprendiendo al lado de sus compañeros sino por las exigencias que se impone a sí mismo: «Esta es una obra sin atrezzo y prácticamente sin escenografía donde todo el peso recae en la gestualidad y en la palabra, que son las dos armas más poderosas con las que cuenta el actor. Eso me está obligando a trabajar desde una precisión y una economía gestual que nunca antes había desarrollado, al menos no de manera tan consciente. Estoy descubriendo facetas mías como actor que no conocía y ese proceso me está divirtiendo mucho».
Parte de ese trabajo viene motivado, en palabras del actor, por las dinámicas asumidas por Luis Luque en la dirección del montaje, responsables asimismo de la buena química que se percibe entre los miembros del elenco: «Hay personas que, más allá de su labor como directores de escena, son pedagogos y eso es algo que tiene que ver con el hecho de que por encima de los resultados ponen en valor los procesos de creación artística. Luis es alguien que se centra en el proceso, luego ya vemos dónde vamos llegando, pero su prioridad es el aquí y el ahora y el aquí y el ahora son los ensayos».
El aludido defiende su metodología apelando a que «nuestro afán ha sido siempre el de generar un elenco, el de conseguir que todos los actores desarrollen su labor atendiendo a un mismo pálpito. Para lograr eso hemos jugado mucho porque cuando se accede al territorio de los grandes sentimientos, como en el caso de ‘Fedra’, es importante hacerlo apelando a un espíritu lúdico, si uno se pone muy intenso eso resta credibilidad al trabajo del actor».
Txalaparta
La otra pata que sostiene el método de trabajo de Luis Luque es la escucha activa. Siempre atento a las propuestas y sugerencias de sus intérpretes, el director ensalza la implicación de Eneko Sagardoy en el proyecto más allá de su labor como intérprete: «Nuestra intención con este montaje fue la de deslocalizar el mito de Fedra, no queríamos hacer una tragedia mediterránea en un sentido clásico y fue viendo ‘Handia’ que descubrí las posibilidades de la txalaparta a la hora de evocar un paisaje alejado del imaginario del teatro grecolatino. Pensé que funcionaría. Se lo comenté a Eneko y él enseguida nos dio la referencia de Aitor Beltrán, que ha colaborado con Mariano Marín en la creación de ese espacio sonoro que pretendíamos».
Más que satisfecho por todas las experiencias vividas en la construcción de esta propuesta escénica, Sagardoy anda ansioso por comprobar cuál será la reacción del público tras el estreno de “Fedra” esta noche en Mérida.
No obstante, sea cual sea, para Eneko Sagardoy la apuesta ha merecido la pena: «Quería ponerme en riesgo, después del Goya necesitaba de una mano que me sacara de esa burbuja que supuso “Handia” y de esos tres meses volcado en la promoción de la película. Necesitaba algo que me despertara y esta obra lo ha conseguido».

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