Beñat ZALDUA
Donostia

Barcelona, una batalla de egos con la cuestión nacional en primera línea

A la candidatura de Valls anunciada ayer se suman las de Ernest Maragall (ERC) y la actual alcaldesa, Ada Colau, a la espera de ver en qué acaban las primarias apadrinadas por la ANC para elegir al candidato independentista que acabará representando, si nada cambia, al espacio postconvergente. La batalla por Barcelona se presenta cruel e incierta.

Polonia. Qué haríamos sin el programa de televisión ‘‘Polonia’’, que semana a semana retrata sin concesiones la realidad catalana. En el último programa vimos a Batman acudiendo al rescate de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, desesperada ante el caos imperante en la ciudad. Pero a diferencia de Gotham, la ciudad condal se resiste a los métodos del murciélago, que acaba con el traje hecho girones y con el batmóvil sustituido por un bicing destartalado. La imagen exagera la realidad, obviamente, y compra parte del relato del caos que los medios conservadores han construido sobre el gobierno municipal de Colau, pero refleja en buena medida la ingobernabilidad de la capital catalana.

Con solo 11 concejales de 41, los comuns han visto bloqueados todos sus grandes proyectos, han tenido las manos atadas ante una oposición fuertemente dividida entre independentistas y unionistas, incapaces de ponerse de acuerdo en nada que no fuese cargar contra Colau. Y no parece que esta fragmentación vaya a cambiar tras las elecciónes de mayo de 2019, lo que convierte a Barcelona en una ciudad difícilmente gobernable, pero al mismo tiempo, con una alcaldía fácilmente accesible.

Colau gobierna en solitario con 176.337 votos, un 25,21%. Las elecciones al Parlament del año pasado (21D) se desarrollaron en una lógica completamente diferente y tuvieron una mayor participación, pero solo para hacernos a la idea de lo abierto que se presenta el panorama: hace menos de un año, en Barcelona, Ciudadanos (218.746 votos), ERC (191.226) y JxCat (178.880) lograron más votos que los que le sirvieron a Colau para lograr la alcaldía. En estos momentos, todas las opciones están abiertas; el próximo alcalde o alcaldesa de Barcelona puede ser independentista, puede ser unionista o puede situarse en ese indeterminado lugar llamado Catalunya en Comú.

Difícil unidad independentista

Aunque sus recorridos no están definitivamente defenestrados, los llamados a la unidad realizados en cada uno de los bloques con el argumento de que uniéndose ganarían fácilmente las elecciones no han tenido éxito hasta ahora. El mayor empeño en este sentido lo constituye la iniciativa de las primarias independentistas impulsadas por el filósofo Jordi Graupera, que se presentará también como candidato. Graupera ha logrado atraer a la ANC, para la que la unidad es un tótem, y al espacio postconvergente, en eterna reconstrucción, y siempre predispuesto a procesos unitarios que le eviten medirse a las urnas, con la casa sin acabar de barrer.

Además de Graupera, los nombres de Neus Munté –exvicepresidenta y exconsellera– y Ferran Mascarell –exconseller, tanto con el PSC como con CiU– están encima de la mesa para estas primarias.

No es Mascarell el único superviviende de la alcaldía de Pasqual Maragall. El hermano del que luego fue president, el «tete» Ernest, será el candidato de ERC, que no quiere ni oir hablar de otra lista unitaria con la antigua Convergència.

No son los únicos, la CUP tampoco ha acudido al llamado de las primarias, como era previsible. No tendrán nada fácil los cuperos repetir los tres concejales tras una legislatura en la que la oposición a Colau les ha llevado a votar exactamente lo mismo que el unionismo quizá en demasiadas ocasiones.

Pero volvamos a Ernest Maragall. Fue uno de los líderes del PSC que dejó el partido con el proceso soberanista para ir acercándose paulatinamente a Esquerra hasta el punto de convertirse en conseller de Exteriores en la actualidad. La semana pasada saltó su nombre como candidato a Barcelona en detrimento del historiador Alfred Bosch, que ha representado a ERC en el Ayuntamiento durante los últimos años.

La relación de Bosch con Colau ha sido nefasta y es vox populi que Junqueras ofreció en más de una ocasión la cabeza del líder municipal de Esquerra a Colau a cambio de una mayor colaboración con los comuns. De hecho, Maragall ya ha explicitado que su intención es acercarse más a los comuns que al espacio postconvergente.

Por su parte, a Colau se le ha torcido la carrera hacia la reelección con la dimisión de Xavier Domènech como líder de Catalunya en Comú, que ha hecho aflorar las tensiones que se iban conteniendo en ese espacio entre aquellos que entraron de la mano del 15M para tratar de hacer algo nuevo y entre aquellos que vieron la ocasión de dar un nuevo barniz a la desgastada ICV. Dos elementos medirán la posibilidad –difícil pero no imposible– de Colau de repetir: lo incruento que consiga que sea el cambio de lideragzo con su formación y el peso de la cuestión nacional en la campaña. Lo tendrá complicado.

¿De Matignon a Sant Jaume?

Con un PP condenado a la irrelevancia y un PSC que ni muere ni renace –no han definido candidatos ni unos ni otros–, en el unionismo parece que será Manuel Valls quien complicará la vida a Colau, centrando la campaña en términos nacionales. El ex primer ministro francés, el mismo que bloqueó cualquier vía al desarme de ETA mientras estuvo en Matignon, llegó hace algunos meses a Barcelona ávido de cariño tras los estrepitosos fracasos cosechados en sus intentos de liderar el PS primero –perdió ante el desconocido Benoît Hamon– y de sumarse a la lista ganadora de Macron después. El ahora presidente lo rechazó, aunque evitó presentar a un candidato en su circuncripción, facilitando que Valls consiguiese un escaño que apenas ocupa ahora. De hecho, en dicha circunscripción hay en marcha una campaña que lo tilda de «diputado fantasma» y denuncia su absentismo.

Seducido por Ciudadanos y erigido en defensor de una unidad de España que difícilmente le interesa más allá del servicio que le pueda prestar a su ambición, Valls hace meses que recaló en su ciudad natal para lamerse las heridas. Arropado por una élite económica que le ha hecho creer que tiene posibilidades de gobernar una de las ciudades con mayor proyección en Europa, ayer se lanzó a la piscina. Es verdad que tiene posibilidades y, desde luego, la campaña mediática a su favor le ayudará, pero será bastante más difícil de lo que probablemente se imagina. De hecho, incluso si ganase, podría obrar el milagro de unir a independentistas y comuns en un frente compartido.

Pero es demasiado pronto para empezar a especular sobre una cita sobre Barcelona que se prevé encarnizada, protagonizada por la cuestión nacional –la previsión es que el juicio contra el 1-O se haya celebrado ya y que se esté a la espera de la sentencia– y por una lucha de egos que amenaza con arrasar cualquier esfuerzo por hablar de la ciudad. No importa, si alguna cosa es Barcelona, es resistente.