Iñaki Vigor

Hace 210 años se realizaron los primeros entierros en el cementerio de Iruñea

El 17 de diciembre de 1808, hace 210 años, se enterraron los primeros cadáveres en el cementerio de Beritxitos, tras permanecer dos años sin ser utilizado. Los vecinos de Iruñea se resistían a abandonar la vieja costumbre de realizar los enterramientos en el interior de la catedral y de las iglesias, en cuyos suelos de piedra o madera todavía se conservan las sepulturas numeradas.

El cementerio de Iruñea lleva más de doscientos años acogiendo los restos mortales de los habitantes de la ciudad. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)
El cementerio de Iruñea lleva más de doscientos años acogiendo los restos mortales de los habitantes de la ciudad. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

El claustro de la catedral de Iruñea fue la mayor necrópolis de la ciudad hasta hace poco más de dos siglos. Un total de 328 tumbas, perfectamente numeradas en sus losas de piedra, acogieron a lo largo de cientos de años los restos de miles de difuntos. Cuando se realizaron las obras de reforma del templo, se comprobó que casi todas las tumbas contenían huesos de varias personas, y se calculó que en ese claustro podrían haber sido enterrados unos 6.500 individuos.

Esta costumbre de realizar inhumaciones en templos cristianos no se limitaba a la catedral, sino que se practicaba también en las parroquias. Bajo el entarimado de la nave central de la iglesia de San Cernin todavía pueden verse 235 sepulturas con su numeración, al igual que en el viejo suelo de madera de roble de la iglesia de San Nicolás. Cuando fallecía un familiar de alguien que ya había sido enterrado en ese lugar, se levantaba la cubierta y se depositaba allí su cadáver.

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se acentuó el problema higiénico de los enterramientos en el interior de los templos cristianos y comenzaron a surgir quejas por el hedor que tenían que soportar los fieles, mientras asistían a misa o al rosario, debido al hacinamiento de cadáveres en el subsuelo. Médicos y científicos alertaron de los problemas de salud pública que se podían derivar de esas prácticas, y exigieron que los enterramientos se realizasen lejos de lugares poblados.



Las crónicas recogen quejas de finales de 1781, calificando de «inaguantable» el hedor en las tres parroquias que había en Iruñea en aquella época (San Lorenzo, San Saturnino y San Nicolás), así como en la iglesia del Hospital General. Este problema se convirtió en una de las grandes preocupaciones de las autoridades civiles.

La costumbre se había mantenido en todo el Estado a lo largo de siglos, hasta que en 1804 el rey Carlos IV ordenó la construcción de «cementerios ventilados» en el exterior de ciudades y pueblos. La orden no fue acatada durante los primeros años, por lo que el rey decidió prohibir el uso de cementerios diferentes a los construidos en las afueras de las poblaciones.

En el caso de Iruñea, el cementerio se construyó en terrenos situados junto al río Arga, en el término conocido como Beritxitos (‘vado pequeño’, en euskara). Las obras quedaron concluidas en 1806, pero los primeros enterramientos no se realizaron hasta el 17 de diciembre de 1808. Aquel día murieron en la ciudad cinco personas, pero solo tres de ellas fueron inhumadas en Beritxitos: Pedro de Juantorena, natural de Eratsun; Marta Lecoge, de Baiona, y Fernando Lagrave, de Bagnères. Los otros dos fallecidos fueron enterrados en las iglesias de Aitzoain y Atarrabia, ya que sus familiares seguían aferrados a las viejas tradiciones.

El nuevo cementerio de Iruñea disponía de ocho partes diferenciadas, para acoger los restos de los difuntos en función de su procedencia. En concreto, se trataba de las parroquias de San Cernin, San Nicolás, San Lorenzo, San Juan Bautista, Hospital Civil y Hospital Militar, a las que se añadían otras dos partes destinadas a los eclesiásticos y autoridades civiles y militares.

No todos los enterramientos eran iguales. Los más ricos solían hacer entierros de primera y pagar hasta 18 reales, casi cinco veces más que los pobres, mientras que los de niños costaban dos reales. La elevada mortalidad infantil de la época se refleja en los datos de 1831: de los 504 enterramientos realizados ese año, casi un tercio eran de párvulos (116 frente a 388 adultos).

El camposanto de Beritxitos se convirtió en municipal en 1829 y tomó la denominación oficial de cementerio de San José. Desde entonces se han tenido que realizar varias ampliaciones debido al progresivo aumento de difuntos en la ciudad, ligado al aumento de la población, pero a partir del año 2000 se pusieron en marcha los hornos crematorios y comenzó a descender el número de inhumaciones. Aquel cambio se refleja ahora en el gran número de nichos vacíos que hay en el cementerio de Iruñea.