Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
WENDY GUERRA
ESCRITORA

«Es muy difícil ir por la vida de cubano, es casi como un estigma»

Nacida en La Habana en 1970, trabajó en televisión hasta mediados de los 90, cuando se dio a conocer como poetisa. Su debut como novelista «Todos se van» (2006) le valió el premio Bruguera. Obras como «Negra» o «Domingo de revolución» la fueron confirmando como una de las voces más singulares de la actual narrativa cubana. Acaba de publicar «El mercenario que coleccionaba obras de arte».

En su última novela, Wendy Guerra evoca, en primera persona, la experiencia de un contrarrevolucionario, uno de esos cubanos exiliados en Miami que, con el apoyo encubierto de la CIA, consagró su existencia a llevar a cabo un trabajo de desestabilización a lo largo y ancho de Centroamérica. Este relato le sirve a la autora para reflexionar sobre las derivas políticas de la región y sobre la entelequia ideológica que sostuvo el pulso diplomático durante los estertores de la Guerra Fría.

 

En las últimas páginas de «El mercenario que coleccionaba obras de arte» descubrimos que esta historia tiene una inspiración real. ¿Cómo fue el proceso de gestación de la novela?

El protagonista, sus circunstancias y sus experiencias, están directamente basadas en una persona que conocí a través de un marchante de arte. Él se presentó como nicaragüense, lo cual me desorientó bastante porque yo enseguida percibí en él una cubanidad muy acentuada. Teniendo esto claro, la duda que se me planteó fue si detrás de esa máscara había alguien de los servicios secretos cubanos o un contrarrevolucionario. Cuando me dijo que le gustaría que se escribiera algo sobre él, pero sin revelar su identidad, recibí con recelo su propuesta. Solo dos años después, al volver a coincidir, consideré la idea. Para entonces yo ya sabía que él estaba del otro lado, del de los enemigos de la revolución y eso hizo que me picara la curiosidad. Pactamos una serie de encuentros para hablar y que me fuera contando su historia. Fue un proceso muy descarnado, porque ambos venimos de estratos sociales muy distintos y tenemos nuestras propias ideas.

¿Siempre tuvo claro que debía narrar esta historia apelando a un escenario de ficción?

Es el terreno de la ficción donde yo mejor me defiendo como escritora y si ya me vi forzada a acudir a su terreno para escuchar su historia, no le iba a dejar también la iniciativa a la hora de relatarla. Soy una autora con una voz muy definida y eso no lo puedo cambiar, bastante concedí a la hora de dejar que la historia fuera narrada desde un punto de vista masculino haciendo que la violencia y la sangre fungieran de hilo conductor.

 

¿Qué pesó más en usted? ¿La necesidad de comprender las razones del adversario o la fascinación por aproximarse al mal en su estado más puro?

Resulta muy tentador asomarse al abismo y comprobar tu capacidad de resistencia a la hora de aventurarte hacia lo desconocido. Lo que me sedujo no fue solo la posibilidad de confrontarme con el mal porque la revolución también ha tenido sus momentos oscuros, como la represión a los homosexuales. Más bien fue el desafío de probar a saltar la tapia y asomarme al otro lado lo que me llevó a esta novela, comprobando, de paso, que todo canon de pensamiento conlleva la existencia de un contra canon.

 

En la novela hay un juego especular de donde se infiere que las acciones llevadas a cabo por Adrián y otros mercenarios en América Latina son hijas tan legítimas de la revolución como lo son las acciones acometidas por el propio Gobierno cubano.

En ningún momento he pretendido entender, y mucho menos justificar, las acciones del protagonista de mi novela. Ocurre que aquellos procesos políticos que se pliegan demasiado sobre sí mismos terminan generando rabia, rencores y enconamiento y eso es lo que ha ocurrido en el caso de Cuba. A mí, como escritora, me interesaba, en todo caso, comprender por qué mi país creó esos brotes de los que luego emergieron acciones tan execrables como las llevadas a cabo por los contrarrevolucionarios, investigar las razones que se invocaron para desarrollar todo aquel proceso y conocer hasta qué punto los promotores de la revolución y sus enemigos contaron con apoyos comunes. En ese intento de comprender terminé muy desencantada porque asumí que las ideologías, tal y como nos las explicaron a los de mi generación, son algo decepcionante.

 

Algunos podrían pensar que con esta novela está relativizando el alcance criminal de ciertas actuaciones haciendo ver que cualquier régimen político adolece de fundamentos morales. ¿Le preocupa que puedan llegar a hacer esta interpretación de su novela?

Yo no escribo para complacer a nadie, el arte complaciente termina condenándote a una rigidez que a mí no me interesa. Pienso que esta es una novela que le da libertad al lector para situarse del lado que prefiera, supongo que cada cual elegirá su espacio de acuerdo a sus propias convicciones porque todos, en mayor o menor medida, somos hijos de esas revoluciones y contrarrevoluciones que fueron definiendo el siglo XX, por mucho que los ideales colectivos, después de mayo del 68, se fueran a paseo.

 

Pero, ¿no teme que esa equidistancia la lleve a ser etiquetada en términos políticos?

A estas alturas no me siento comprometida ni con la revolución ni con la contrarrevolución, mi único compromiso es conmigo misma a la hora de encontrar un espacio interior que me permita hallar las respuestas que fuera de mí no he conseguido encontrar. Todo en lo que un día creí, está destrozado y las ideologías más puras se han corrompido. Para juzgar mi actitud muchos tendrían que ponerse en el punto de partida de haber nacido en 1970 en una ciudad sin luz, víctima del bloqueo y haber tenido 48 años para confiar en lo que he confiado y no irme al exilio. A partir de ahí se me puede juzgar, aunque yo soy más partidaria de empatizar que de juzgar.

 

Pero supongo que es un escenario que contempla dado que vivimos en un mundo cada vez más atrincherado.

A lo mejor yo me dedico a la literatura justamente para salirme de la fila. Creo que deberíamos empezar a entender que una vez que tú eliges vivir en Cuba, eso no te hace ser, forzosamente, parte del sistema sino alguien que tiene todo el derecho del mundo a revisarlo. Los escritores cubanos hemos asumido la tarea de intentar explicar nuestro pasado y nuestro presente ante la imposibilidad de acudir para ello a un archivo histórico que permanece sellado. Desde ese punto de vista, la única trinchera que ocupo es la que me define a mí misma. Mi vida es un ejercicio de resistencia y yo soy una superviviente que intenta explicar sus circunstancias. No me preocupa que me evalúen de un lado o del otro porque más allá de las ideologías, lo que intento con mis novelas es hacer antropología de la realidad. Pero sí, es muy difícil ir por la vida de cubano, es casi como un estigma, sobre ti parecen pesar unas exigencias que no tienen los artistas de otros países.

 

En una entrevista usted dijo: «Presto mi columna vertebral a mis personajes femeninos». ¿Cuánto hay de usted en el personaje de Valentina?

En el caso de Valentina no hay tanto de mí como en otros personajes de mi obra. En todo caso, están los elementos comunes a toda una generación a la que se entrenó en la defensa de una ortodoxia de pensamiento. Pero en Cuba hay muchas castas y este personaje viene de un mundo muy pijo como dicen ustedes acá, es hija de diplomáticos, ha vivido su adolescencia entre conspiraciones políticas y eso la aleja de mí. También su manera de vivir el sexo, yo pertenezco a un mundo donde la gente se acostaba porque se amaba, no con fines intrigantes ni para obtener una cierta información.

 

En ese modo de relacionarse con el mal, en el peligro de quedar abducido por él, hay una pulsión erótica que late en casi todas sus novelas.

En este caso, el cuerpo de Valentina es como Cuba. Adrián transita por ese cuerpo como si penetrase en Cuba como si estuviera invadiendo ese territorio al que le obsesiona regresar imponiendo su ley. No obstante, al final del libro, él se da por satisfecho con tenerla a mano, con convertirla en una suerte de Cuba portátil que es lo que ha terminado por ser nuestro país para tantos emigrantes.

 

Más allá de la singularidad de su voz como autora, en esta obra recoger el aliento de toda una generación de cubanos, la suya, la de los nacidos en los años 70. ¿Reconoce ese valor testimonial en su novela?

Mi generación es una generación que, en cuanto pudo, puso pies en polvorosa. Son pocos los que se sienten concernidos por la revolución, por sus iconos, sus héroes y sus mártires. La gente ha dejado de pelear, muchos son los que piensan que nunca van a conocer la verdad de todo aquel proceso y, como tal, les da igual todo. Su única preocupación es pensar cómo mantener a sus padres, que forman parte de esa generación perdida que no sabe ni cómo va a salir adelante. Es muy probable que lo que cuento en esta novela interpele de un modo más directo a los cubanos de fuera, que son los que siguen manteniendo un interés por discutir sobre estos temas, que a mis compatriotas. Es así de triste y así de duro.

 

Leonardo Padura habla de «generación escondida» para referirse a quienes nacieron en los años 50 y fueron excluidos de los centros de toma de decisiones. ¿Usted qué calificativo tendría para los de su generación?

Yo creo que somos ‘la generación que huyó hacia adelante’. Pero lo curioso es que esa huida no obedece tanto a distensiones ideológicas como a un cierto hastío. Amigas mías que viven en el extranjero me han llegado a decir: “yo no llegué aquí huyendo de Fidel sino huyendo de mis padres”. La generación de nuestros padres es una generación atrapada que no acierta a comprender qué ha pasado en Cuba, que no asimila el derrumbe de todo aquello por lo que habían apostado y que tampoco se sienten capaces de cuestionarlo. Y eso ha provocado una falta de diálogo con sus hijos que ha terminado por generar una distancia insalvable entre ambos.

 

En la Cuba actual, ¿la juventud carece de ideales o más bien de esperanzas de cambio?

Cuba ha abusado tanto del canon ideológico que hay una cierta saturación. La gente ya no está por los discursos y la política es percibida como algo vintage. Los ciudadanos, en general, y las nuevas generaciones en particular, están por lo inmediato, por lo concreto, por saber cómo pueden llegar a fin de mes con el dinero que tienen y poco más.

 

Siendo tan crítica y estando tan desencantada, ¿qué es lo que le mantiene en Cuba a usted?

A mí no me gustaría escribir de mi país sin estar ahí, evocar la realidad cubana desde fuera sería bastante mentiroso por mi parte. Además, mantengo una empatía muy fuerte con Cuba porque mi país, a pesar de haber contribuido a definir las corrientes ideológicas que se dieron en el siglo XX, no deja de ser una pequeña isla provinciana, un territorio chiquito donde las dinámicas que rigen el día a día de sus habitantes se asemejan a las de una gran familia. Cuba para mí es mi familia, son mis amigos, el café de la mañana, el mar. Al contrario de lo que ustedes creen acá, Cuba no es solo la revolución, no es una foto de Korda, sino una realidad en movimiento.