Imanol INTZIARTE

Una excelsa Inglaterra maniata a los All Blacks y se mete en su cuarta final mundialista

El conjunto de Eddie Jones cierra todos los caminos a Nueva Zelanda y tumba su sueño  de alcanzar el tercer título consecutivo. Tuilagi ha abierto la lata con un ensayo y el pie de Ford ha rematado la faena (19-7).   

Uno arriba y otro abajo, Billy Vunipola y Underhill cierran el camino a Perenara e impiden que suelte rápido el balón. ( ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP)
Uno arriba y otro abajo, Billy Vunipola y Underhill cierran el camino a Perenara e impiden que suelte rápido el balón. ( ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP)

12 años y 20 días. Era el 6 de octubre de 2007, Nueva Zelanda y Francia se enfrentaban en Cardiff en un partido de cuartos de final. Ganaron ‘les bleus’ 20-18. Desde entonces, los All Blacks no habían vuelto a besar la lona. Entre medias, dos títulos consecutivos, los de 2011 y 2015. Hasta hoy.

La gesta hay que apuntarla en el haber de una Inglaterra imperial, comprometida, solidaria y todos los superlativos que tengan a bien añadir. Qué manera de cerrar cada puerta, qué manera de meter la cara y los brazos en los rucks, qué manera de lanzarse en plancha para grapar esas piernas que se escapan.

Los de Eddie Jones han salido enchufadísimos y nada más comenzar Daly y Watson han roto la defensa para que Tuilagi culminara casi bajo palos (7-0, 2’).

En desventaja temprana, Nueva Zelanda ha explorado todos los caminos para penetrar en la coraza defensiva inglesa. Las patadas altas no daban resultado, y por tierra se arriesgaban a perder algún balón y encajar en una contra. Los flankers y segundas líneas placaban y ensuciaban cada montonera para que el ataque negro no cogiera ritmo.

26 minutos ha tardado Nueva Zelanda en romper la línea por vez primera y poder correr a campo abierto. Ha sido un espejismo, la excepción que confirmaba la regla.

Al filo del descanso, Ford cobraba el premio a tan ardua tarea para marchar a vestuarios con 10-0 en el marcador.

Scott Barret pagaba los platos rotos y cedía su plaza a Sam Cane. Nueva Zelanda recuperaba el XV que aplastó a Irlanda, pero el decorado ha permanecido inmutable.

Vista de lince

El TMO exhibía su vista de lince para anular un ensayo inglés por avant en el corazón de un maul, antes de que Ford volviera a patear con éxito (13-0, 49’). No era el marcador, que también, sino la sensación.

Un equipo lanzado, cuesta abajo, con una fe ciega en su plan, frente a un gigante noqueado y que no sabía por dónde le llegaban las tortas.   

Un error de Jamie George en un saque de banda muy cerca de su línea de marca ha permitido a Ardie Savea apretar el marcador. Restaban algo más de veinte minutos (13-7, 58’).

Inglaterra no ha perdido la calma y ha seguido martilleando, dejando en la retina acciones como un demoledor placaje de Underhill a Jordie Barret. Golpe a golpe, Ford iba añadiendo clavos en la caja para facturar a los All Blacks, hasta el 19-7 definitivo.

Acaba un ciclo glorioso para un equipo sublime que ha dominado con mano de hierro durante más de una década. Lo comentábamos en este medio el pasado verano, tras el Rugby Championship, Nueva Zelanda ya no habita en el Olimpo, es un equipo humanizado.

Aunque seguirá siendo aspirante a todo lo que dispute, porque su potencial es estructural, no producto de tal o cual generación de oro o estrella puntual.

Lo de Inglaterra este sábado se cantará en las tabernas durante años, pero aún les queda un último peldaño para ponerse a la altura de Jonny Wilkinson y sus compañeros en 2003. Será dentro de siete días, en el mismo escenario, ante Gales o Sudáfrica.