Idoia ERASO

Cajas de mareas

Sentada en un parque a la orilla de la ría de Donibane Lohizune, me acuerdo de las ‘cajas de mareas’ que se encuentran en las playas, a unos kilómetros. Llegan a mi mente al ver los envoltorios de plástico esparcidos por el suelo.

Estas cajas que invitan a recoger lo que traen las mareas fueron colocadas en algunas playas de la costa labortana este otoño. A pesar de lo poético que puede resultar el nombre, lo que nos devuelve el mar en gran parte es plástico.

En un principio me llamó la atención la época elegida, ya que la afluencia de paseantes y bañistas en la costa es mayor en la época estival, pero a diferencia de las personas, el frío y la lluvia del invierno actual no reducen la presencia de los desechos marinos, tal y como se puede constatar también en este parque de Donibane Lohizune, que tras un pequeño golpe de viento será otro de los suministradores de plástico del mar.

Una vez fijada la mirada en los esos «suministradores» más allá de los límites del parque, la constatación es alarmante y descorazonadora. Se ven al pasear por ese pueblo, que se encuentra a kilómetros de la costa, esos plásticos tirados en el suelo y que arrastrados por la lluvia o el viento llegarán a esa misma ría que se ve en el parque, acompañados además de esas colillas que contaminan hasta 50 litros de agua cada una. También se descubren al conducir por esa autopista cercana a la costa en la que hay un plástico cada 50 metros, o al andar por el monte y a las riberas de los ríos, enganchados en las ramas de los árboles y arbustos.

El plástico marino se ha convertido en uno de los mayores problemas medioambientales a nivel global, Esos continentes compuestos de plástico presentes en todos los océanos ya son prácticamente incontables, pero la concienciación sobre ello todavía deja mucho que desear, también a nivel local. Veo en el parque a esas madres y padres que «olvidan» recoger esos envoltorios, y me pregunto si son conscientes de que estos paquetes pueden ser la fuente de uno de los microplásticos que con el tiempo terminarán por llegar al sistema digestivo de su hija o hijo cuando coman pescado.

Tal vez convendría relatar a adultos y a niños el cuento del envoltorio plástico de ese pequeño paquete de galletas, que una vez abandonado en el suelo emprendió su viaje arrastrado por el agua a las alcantarillas, fue empujado hasta el río y acompañado hasta el mar. La desintegración en millones de pedacitos que se aventuraron impulsados por corrientes y mareas a contaminar el agua, las plantas y los animales marinos. Y ese «no final», todo menos feliz, que nos cuenta cómo han llegado, están llegando y llegarán, cada vez con mayor incidencia, a nuestros platos y productos de salud e higiene.