Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Minari»

Es una pena que se esté hablando más de ‘Minari’ (2020), el cuarto y sorprendentemente magistral largometraje de Lee Isaac Chung, por cuestiones extracinematográficas que por su condición de película excepcional. La controversia ha surgido a tenor de la temporada de premios anuales, que en 2021 van con retraso por culpa de la pandemia global, a raíz del anuncio de los títulos seleccionados para los Globos de Oro y las categorías en las que están nominados. La comunidad asiática, y otras minorías étnicas de EEUU, tanto de dentro como de fuera de la industria audiovisual, han montado en cólera al conocer que ‘Minari’ solo opta al Golden Globe de Mejor Película Extranjera, lo que le impide acceder al resto de categorías. Era clara favorita para la nominación a la Mejor Película, así como para las estatuillas de interpretación, máxime después de triunfar en el festival de Sundance, con el Gran Premio del Jurado y el Premio del Público, así como en los premios de las distintas asociaciones del sector. Pero se trata de una decisión puramente técnica, a la postre calificada de racista, debido a que la película está hablada en coreano en un setenta por ciento de sus diálogos, y basta con que contenga cualquier idioma que no sea el inglés en un cincuenta por ciento. A todas luces es una producción estadounidense, que tiene como productor ejecutivo a Brad Pitt, y el director de origen coreano Lee Isaac Chung es nacido en Denver, por no hablar de que el actor Steven Yeun lleva tiempo establecido en Hollywood, y las únicas dos actrices importadas para el rodaje han sido Han Ye-ri y la veterana Youn Yuh-jung.

Tan controvertida medida va en contra del propio mensaje de ‘Minari’, que versa precisamente sobre la integración en un país poblado por inmigrantes procedentes de otros lugares del planeta. En la vertiente cinéfila, por ejemplo, se ha comparado su canto al esfuerzo por echar raíces en la nueva tierra con la obra de John Ford sobre el espíritu de los pioneros del Viejo Oeste, junto con la lucha con la naturaleza y su trascendencia siempre presente en las realizaciones de Terrence Malick. Sin embargo, a diferencia de los referidos autores, Lee Isaac Chung se decanta por una narrativa sencilla, convencido de que menos es más, y de que para llegar al corazón de la épica nada como mantener un tono intimista. Del mismo modo nunca deja que el drama se desborde de su ámbito familiar, por lo que incorpora apuntes humorísticos y costumbristas que hacen la historia más cercana y universal.

Es la abuela Soon-ja (Youn Yuh-jung), la última en llegar a la tierra de promisión, la que personifica el mensaje del valor de las cosas sencillas que transmite a su pequeño nieto David Yi (Alan Kim), junto con el amor por su cultura originaria. Entre otras enseñanzas, esta anciana a la que el niño rechaza porque no se dedica a hacer galletas como las abuelas yanquis y no para de fumar o de jugar a las cartas, le transmite el respeto hacia las plantas asiáticas. El minari (apio de agua) es el árbol que simboliza dichos valores, además de que es plantado en un terreno infectado de serpientes nativas. Sus semillas son difíciles de germinar, pero una vez que arraigan luchan por poder crecer.

La familia Yi se traslada de California al interior de Arkansas, aunque las localizaciones reales pertenecen a Tulsa (Oklahoma), donde se instalan en una mobile-home, lo que deprime a la madre (Han Ye-ri), mientras que el padre (Steven Yeun) cree en el sueño de convertirse en un próspero granjero, tarea para la que encuentra apoyo en su vecino Paul (Will Patton), un fanático religioso que les infunde el coraje y la locura para seguir.

La acción se sitúa en los años 80, con una ambientación de neowestern, sin que falten las grandes penurias y dificultades en forma de tornados o de la falta de agua para el cultivo. David Yi es el alter ego de Lee Isaac Chung en este emotivo relato autobiográfico, del que emana un sincero y profundo cariño por los personajes.