Albert Naya Mercadal
Estambul

La diáspora uigur en Turquía reclama a sus desaparecidos con temor a los acuerdos con China

El incremento de pactos entre Ankara y Pekín preocupa a una comunidad uigur que ha pasado de ver en Turquía un país refugio a temer la posible ratificación de un acuerdo de extradición con China.

Integrantes de la diáspora uigur denuncian frente al consulado de China en Estambul la persecución que sufre su pueblo en Turquestán Oriental (Xinjiang). (Albert NAYA MERCADAL)
Integrantes de la diáspora uigur denuncian frente al consulado de China en Estambul la persecución que sufre su pueblo en Turquestán Oriental (Xinjiang). (Albert NAYA MERCADAL)

Poco a poco, de uno en uno, van llegando. Los uigures residentes en Estambul, la misma ciudad que les ha dado cobijo durante décadas, se agolpan a las puertas del consulado chino.

«Te estás acercando demasiado, al final tendré que detenerte», le dice con condescendencia un guardia de seguridad a Abdullah, refugiado uigur que nunca falta a las protestas.

A él parece no importarle demasiado acabar entre rejas: su padre fue envenenado y el resto de su familia acabó en un campo de concentración. «Ya nos conocemos de todas las veces que vengo», señala con una sonrisa y un cartel que muestra varias fotografías de carnet: «Parad el genocidio uigur», reza una frase escrita en tres idiomas. Y la demanda no es una simple máxima.

El genocidio contra la comunidad uigur en Turquestán Oriental (Xinjiang, para China) existe y varios países ya han pedido explicaciones a Pekín. De hecho, el propio presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, fue muy claro hace ya once años: «Los incidentes en China son, simplemente, un genocidio».

Mientras, la diáspora uigur en Turquía, integrada por más de 50.000 personas, reclama cada día 5.190 nombres y apellidos que se han evaporado.

Los uigures son una comunidad étnica de origen turcomano y religión musulmana originaria de Asia central y oriental. La mayor parte, aproximadamente doce millones de personas, según las cifras oficiales, viven en la región autónoma china de Xinjiang, donde históricamente han sido objeto de una fuerte persecución.

Desde 2014, más de un millón de uigures han sido internados en campos de concentración con el fin de forzarlos a abrazar la cultura china.

Con la misma intención, al menos medio millón de niños uigures han sido separados de sus familias y enviados a internados donde se les adoctrina para que abandonen la fe musulmana y su cultura. Las torturas, desapariciones, violaciones o esterilizaciones se cuentan por decenas de miles.

«Contacté por última vez con mis hermanos, mi padre y mi madre en 2018. No supe nada de ellos hasta diciembre de 2019, cuando mi padre y mis hermanos fueron liberados. Mi madre sigue desaparecida», afirma Jevlan, estudiante uigur.

Cree que su madre sigue en los llamados –por China– «centros de reeducación», porque le visitó en Turquía poco antes de desaparecer. «Para China, yo soy un terrorista, me acusaron de tener relación con la Inteligencia egipcia. Si les daba información podría contactar con mi familia, pero evidentemente no pude porque esas acusaciones son falsas». Y Abdullah sabe que esa práctica no se limitada a unos pocos: «China es experta en exportar documentación falsa acusándote de haber cometido crímenes».

Desde la ratificación por parte de Pekín del acuerdo de extradición firmado con Turquía en 2017, todas las miradas se dirigen a Ankara y resuena la pregunta sobre si finalmente sucumbirá a los intereses chinos.

El Parlamento turco sigue, por el momento, sin ratificar el acuerdo, mientras las peticiones de extradición de uigures se amontonan en los despachos.

Relación de interés

Decenas de convenios firmados, acuerdos económicos o cien millones de vacunas Sinovac contra el covid-19 –aunque la mitad están por llegar– han propiciado un acercamiento notorio entre Erdogan y Xi Jinping.

La crisis económica que atraviesa Turquía no da mucho margen de maniobra a un país que ha visto caer su principal fuente de ingresos, el turismo, a cifras ínfimas.

Por otro lado, la devaluación de la lira, una inflación desatada y el déficit son factores que empujan a Turquía a buscar en China un socio solvente y poco preocupado por el cumplimiento de los derechos humanos en suelo eurasiático. Y China se lo ha tomado en serio.

De hecho, cuando Ankara pide socorro, Pekín siempre acude. Cuando el valor de la lira cayó más del 40% en 2018, el Banco Industrial y Comercial de China, de propiedad estatal, otorgó al Gobierno turco 3.600 millones de dólares en préstamos para proyectos de energía y transporte que ya estaban en curso.

En junio de 2019, cuando las elecciones municipales de Estambul mostraron una pérdida de apoyo para Erdogan, el banco central de China transfirió mil millones de dólares. Y entre 2016 y 2019 China ya invirtió cerca de 3,000 millones de dólares en Turquía, una cifra que promete ampliarse en el futuro.

Durante la visita de una delegación china en Ankara, ambos titulares de Exteriores, Mevlüt Çavusoglu y Wang Yi, dejaron claro a finales de marzo que las relaciones deben alcanzar el nivel de «socios estratégicos», aunque el ministro turco remarcó su «sensibilidad y pensamientos con los turcos uigures».

Mientras, frente a la Embajada china en Ankara y en la céntrica plaza de Beyazit de Estambul, la comunidad uigur sigue denunciando lo que todo el mundo sabe, pero nadie hará nada por impedirlo.