Daniel   Galvalizi
Periodista

El Parador de León, ejemplo de la memoria mutilada en el Estado

El imponente Convento San Marcos fue una cárcel franquista que albergó al menos 15.000 presos políticos, entre ellos el abuelo de Zapatero. En 1965 el dictador lo dispuso como parador y el Estado español demoró hasta hace dos semanas dar sitio mínimo a su memoria histórica. Representa a miles.

El antiguo convento, cuando era centro de prisión franquista.
El antiguo convento, cuando era centro de prisión franquista.

El sitio protagonista de este reportaje es emblemático en tantos sentidos que resulta de responsabilidad periodística avisar al lector que seguro quedan datos interesantes sin contar. Porque el Convento San Marcos tiene una historia que se remonta al siglo XII, cuando la hermana del entonces rey Alfonso VII de León donó dinero para que en ese mismo terreno se construyeran una iglesia y un hospital de peregrinos del Camino de Santiago, que pasa por allí mismo.

En el siglo XVI, el viejo monasterio medieval devino en la Iglesia de San Marcos y que luego sería el Monasterio, hoy uno de los complejos monumentales más importantes de la Península Ibérica, que incluye museo, parador e iglesia. Pero entre medio también tuvo varios usos: fue facultad de veterinaria, cuadra de sementales del Ejército y cárcel de presos políticos durante el franquismo.

Pero el dictador no fue el primero en convertirla en prisión. Se sabe que el escritor Francisco de Quevedo estuvo preso en el Monasterio entre 1639 y 1643. Pero lógicamente, nada se compara con la bestialidad que ocurrió entre esas paredes en pleno siglo XX, al albergar a más de 7.000 represaliados del franquismo, que fueron tratados al margen de toda ley y torturados.

En muchos sitios en el territorio del Estado español hubo campos de concentración o centros ilegales de detención durante la dictadura. Pero éste es el único caso en que sus instalaciones fueron reconvertidas en parador por Franco en 1965 e incluso luego preparado para ser uno de los más lujosos (su web oficial destaca que es uno de los pocos cinco estrellas), sepultando la memoria histórica de lo que allí había sucedido y victimizando por partida doble a quienes allí sufrieron y murieron. Ha habido que esperar hasta 2021 para que las instalaciones «recuerden» lo que allí sucedió.

La mirada de fuera
    
La historia ebulle en San Marcos. Una joya arquitectónica que en 1847 un alcalde leonés quiso derribar por considerarla en desuso y demasiado grande. Pero le esperaba un trágico uso un tiempo después: según la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), fue uno de los alrededor de 300 campos de concentración franquistas, y uno de los más duros. Si bien sus archivos desaparecieron y no hay cifras exactas, los investigadores calculan que por allí pasaron al menos entre 15.000 y 20.000 personas. Hay quien eleva la cifra hasta los 100.000 presos. Entre 1.500 y 2.900 murieron por enfermedades o maltrato, fueron fusilados con sentencia o «paseados», eufemismo empleado para referirse a los asesinatos extrajudiciales.

«Está mal categorizar porque parece que es minimizar el sufrimiento e importancia de lo que pasaron en el resto de campos, pero es verdad que después de haber investigado mucho mi conclusión es que fue uno de los más letales y terribles, uno de los que más prisioneros reunió y donde mayor brutalidad se registró», relata el periodista Carlos Hernández en su libro ‘Los campos de concentración de Franco’.

En el libro ‘San Marcos, campo de concentración desconocido’, Tania López y Silvia Gallo reconstruyen la sensación que se vivía dentro: «El hedor, nauseabundo, sumado a la falta de oxígeno, resultaba insoportable en los momentos de convivencia con los cuerpos putrefactos de los que no habían podido resistir esas condiciones infrahumanas y habían muerto. Ese ambiente deplorable provocó que al salir de aquella jaula mortífera a algunos de los presos se les levantaran trozos de piel o el vello del cuerpo».

Entre los presos políticos republicanos de San Marcos estuvo Juan Rodríguez Lozano, el abuelo del expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y también el poeta y escritor leonés Victoriano Crémer.

Rodríguez Lozano era muy amigo de Benigno Cañón, a quien ayudó a esconderse durante varias semanas de los golpistas hasta que fue capturado y fusilado camino al convento reconvertido en cárcel de San Marcos. Y Cañón era bisabuelo de Andrés Actis, un periodista argentino que quiso indagar en la historia familiar y quedó anonadado al descubrir la desmemoria en el Estado español y en particular en un sitio icónico como el hoy parador.

Actis es editor de “10.000 Kms” (https://medium.com/10-mil-km), una newsletter de memoria histórica que une las orillas del Estado español y Argentina, y allí publicó la historia del sitio a donde tenía destino su bisabuelo. En conversación con GARA, comenta que se decidió a «ir a fondo» sobre lo ocurrido con su historia familiar (sus abuelos maternos eran un madrileño y una leonesa) cuando su madre se enteró que su abuelo [Cañón] «estaba en una fosa común sin estar identificada, en el anonimato, y eso choca con la cultura de memoria verdad y justicia que hay en Argentina».

«Al empezar a investigar me entero de la relación entre el abuelo de Zapatero y mi bisabuelo y de lo ocurrido con ellos. También supe de la lucha de los colectivos de memoria histórica de León para poner al menos una placa que recordara lo ocurrido en el Parador. No salía de mi asombro el ver cómo podía ser que funcionara un hotel de lujo donde fue una de las cárceles más terribles del franquismo. Me ha sorprendido lo lento y engorroso que es en España avanzar en este tipo de reconocimientos», señala.

«Nunca planeamos pasar la noche en un lugar así»

Así fue como Actis se enteró que no fue el único extranjero al que le sorprendía la memoria mutilada. Si bien constató que en los buscadores de hoteles no figura nada mencionado sobre lo que ocurrió en el Parador, supo de una denuncia en 2014 por parte de un turista alemán indignado por haber dormido sin saberlo entre unas paredes que habían sido anfitrionas de dolor y torturas. «El alemán comenzó una reclamación contra Booking para que le devuelvan el dinero, algo que finalmente ocurrió. Ahí entendí que esto no era solo un tema tabú para León y el hotel sino también para los buscadores, y los turistas nunca iban a saber qué había sucedido allí. Porque nada cambió luego y sólo le devolvieron el dinero», añade.

El turista alemán que exigió memoria histórica fue Wilfried Stuckman, que con su esposa pasó la Semana Santa de hace siete años allí. Según publicó en aquel momento eldiario.es, Stuckman declaró haber quedado «en shock» al enterarse de que donde dormía había sido un centro de represión ilegal y tortura. «Nunca habríamos planeado pasar la noche en un lugar como ese. Lo que sé de la Guerra Civil española es que fue ganada por Franco con la ayuda de los nazis, por tanto la Guerra Civil es parte de la historia alemana y siento la obligación de tenerlo en mente», dijo en aquel momento.

La indemnización que le dio Booking (que además censuró su opinión crítica en la web) fue donada por Stuckman a la ARMH, uno de los colectivos que venía promoviendo la señalización, como mínimo, del Parador de San Marcos para que se visibilizara lo sucedido. Pero no es una tarea sencilla. Actis supo que, por ejemplo, en 2015 un artista leonés escribió con tiza nombres de algunas de las víctimas de la cárcel y la obra «terminó borrada por los camiones de la limpieza. Hay un silencio increíble, no solo de Paradores sino también de las autoridades políticas».

«Muchos españoles suscritos a mi newsletter me han escrito diciéndome que no tenían ni idea de muchas de las cosas que cuento y que se sorprenden con las noticias. El ejercicio de la memoria es muy difícil en España, el silencio se materializa en todas las relaciones sociales. Hasta que yo escribí lo que investigué, no había siquiera una placa recordatoria en el hotel, algo tan sencillo como eso, habiendo ya pasado cuarenta años de democracia», agrega.

Un recuerdo tardío

El impontente Parador de León, que tiene la fachada plateresca más grande de Europa, fue cerrado al público en 2017 para someterse a una reforma integral de sus instalaciones para «adecuarlas a las nuevas demandas turísticas», según explican en su página web. Tres años después, en diciembre, fue reinaugurado y es considerado uno de los más lujosos que administra la empresa estatal.

«Hace dos semanas fue puesta», responde Alberto San Sebastián, el director del Parador, a la pregunta de GARA. Es decir, que 85 años después que comenzara a funcionar la cárcel franquista y 56 años después de una segunda victimización de las víctimas (cuando el dictador inauguró allí el parador como si nada), llegó el momento de una pequeña placa conmemorativa para los miles de represaliados.

Según explica San Sebastián, «la placa es del proyecto de musealización del Parador, y también hay un monolito en el Salón Capitular, la sala más grande del Parador».

Esto es, en el interior de las instalaciones, porque al ser todo el complejo un bien de interés cultural no puede ponerse nada en las paredes. Por eso, para saber que allí se mató, torturó y tuvo a personas cautivas hay que entrar o buscar por internet, pero no se verá nada en las puertas.

«El monolito es una piedra con un acero que la medio atraviesa y simboliza que la voluntad de los hombres muchas veces no puede dividir las cosas en dos. La guerra civil busca dividir y no nos dividió», relata el director. Y dice que la decisión de darle un lugar a la memoria histórica por primera vez en el sitio fue de la presidencia de Paradores de España.

Increíblemente, el dossier de prensa y publicidad que se distribuyó hace tres meses para comunicar las reformas en San Marcos incluyensólo en su página 14 (la anteúltima) el hecho de que fuera una cárcel. No se nombra q quiénes fueron las víctimas ni los victimarios en sus escasas 57 palabras: «En el transcurso de la Guerra Civil española, celdas, salas, cuadras de caballos, claustros, iglesia, coro, museo y hasta el último recodo del edificio se transformaron en improvisadas mazmorras o despacho de carceleros. El poeta Victoriano Crémer (1906-2009) fue uno de los miles de leoneses recluidos en el campo de concentración que se instaló en el convento».

«Es un edificio con muchos siglos de historia. Si tuviéramos que poner placas de todo lo que ha sucedido aquí no tendríamos paredes suficientes. Las guerras son las guerras. ¿Que se tendría que haber puesto la placa antes? Seguramente sí. Pero ya está puesta. El hecho no lo negamos», dice San Sebastián.

Como ciudadano leonés, más allá de su cargo, GARA le pregunta qué siente al respecto, que el patrimonio arquitectónico más importante de su región tenga la memoria mutilada de tal forma. «Hay cosas que son tan especiales y tan sensibles que es mejor no opinar. En una guerra pierde todo el mundo y aquí no renunciamos a dignificar la memoria de quienes estuvieron», responde.

Un proverbio dice que justicia lenta no es justicia. Podría decirse que memoria tardía no es memoria. Hoy las víctimas que padecieron dentro del complejo San Marcos al menos tienen una mínima luz sobre el manto oscuro del silencio construido en décadas. Una sala interior recuerda su sufrimiento. Sin duda queda mucho por hacer.