Iñaki Uriarte

El puente del Kursaal cumple hoy cien años

Hoy, con motivo del centenario de la inauguración el domingo 14 de agosto de 1921 del puente de la Zurriola o Kursaal de Donostia parece adecuado meritar esta importante, significativa y bella obra pública.

Imagen nocturna del centenario puente del Kursaal, en pleno centro de Donostia. (I.URIARTE)
Imagen nocturna del centenario puente del Kursaal, en pleno centro de Donostia. (I.URIARTE)

El puente es quizá una de las construcciones, después del alojamiento, más antiguas, necesarias y simbólicas de la civilización humana para su movilidad a través de la variada orografía de la naturaleza. Se puede asimilar al paso alargado, calculado, del ser humano para salvar un charco de agua o un surco del terreno que exige un ingenioso recurso, una obra, para superar el intervalo del curso de un río o una gran depresión en otra topografía. El puente no es un hecho aislado, es un elemento significativo de un trayecto del que se convierte probablemente en el episodio más sublime o memorable y su vinculación al lugar es tal que incluso domina y denomina el paraje. El puente constituye una celebración del desplazamiento.

Es una construcción que transforma radicalmente el lugar donde irrumpe, especialmente sobre ríos en ámbitos urbanos, siendo un elemento dual que en ocasiones genera un entorno o recíprocamente se incorpora a un contexto consolidado. Cuando cruza un cauce, solo en ese momento, es un objeto visualmente autónomo que en muchos aspectos lo mismo une que separa sus orillas pero constituye un símbolo de relación ya que pertenece a las dos riberas. Su existencia se convertirá en un episodio histórico: los frentes fluviales que antes estaban enfrentados ahora están relacionados.

Como obra apela a la fantasía, la leyenda épica de su construcción y a su vez estimula la inspiración narrativa en forma de literatura, música, las bellas artes y la fotografía dando testimonio de numerosas estructuras incluso ya desaparecidas. Su capacidad identitaria y representativa le otorga un simbolismo muy arraigado.

Puentes de Donostia. Una característica del itinerario fluvial en Donostia es que desde la curva o meandro de Mundaiz el Urumea en su recorrido tiene una trayectoria quebrada básicamente en dos alineaciones estando la rótula en el puente Santa Catalina. Situados en un extremo del puente Jose Antonio Aguirre se perciben dos puentes en cada tramo, en el primero el de Mundaiz y el de María Cristina, y en el segundo el de Santa Catalina y el Kursaal. Pero no es posible contemplarlos todos simultáneamente, por lo que sus siluetas remotas no se superponen confusamente y se muestran realtivamente aisladas. A su vez, los intervalos entre ellos van disminuyendo progresivamente, lo que mantiene las expectativas del paseante observador aguas abajo hasta el último, el del Kursaal, cuando tanto paisaje y patrimonio pontificio finaliza elegante y previamente a la desembocadura, donde el siguiente puente ya es imaginario, se sitúa en el infinito, cuando la mar atraviesa el cielo y este regresa con su reflejo. El puente acoge la marea que se sorprende al ser recibida con tanta solemnidad y advierte al río que no pase indiferente, un río es más hermoso cuanto más bellos son sus puentes

El puente de la Zurriola o Kursaal en Donostia inaugurado en 1921, aunque proyectado seis años antes de forma diversa por el destacado ingeniero José Eugenio Ribera (1864-1936), y reconstruido desmantelando el tablero en 1993. Posee una reconocida imagen en parte debido a su privilegiado emplazamiento en el momento fluvial final frente a una mar perpetuamente activa. Tiene dos valoraciones diferentes, la de su tránsito y estancia como escenario marítimo con una atmósfera salina incluida para contemplar la impulsiva entrada de la marea, pescar o atravesarlo con el paso paseante de los días de espectáculo en Kursaal Kulturgunea, o andante hacia la playa de la Zurriola, y el de su percepción especialmente desde sus orillas aguas arriba. En esta clásica visión las seis monumentales farolas en estilo Art Decó de gran diámetro sobre los tres tajamares junto con la barandilla, según proyecto del ingeniero Víctor Arana, le confieren por su expresionismo una especial distinción que se acentúa por la noche con su cálida tonalidad y desde la construcción del Kursaal superpuestas visualmente sobre su acristalada y emergente, lumínicamente, fachada en una bella sintonía de luz y armonía.

El siguiente argumento ya se reivindicó hace diez años (Gara 2011/8/14). Parecía evidente que el Kursaal (1999) junto con la playa de la Zurriola iba a originar un notable aumento de tránsitos, también rodados, por el puente, pero sobre todo una prolongación de itinerarios peatonales desde la Alameda del Boulevard. El puente en sus paupérrimas aceras debe acoger a transeúntes, paseantes y corredores, que son velocidades de desplazamiento diversas, sillas de minusválidos, pescadores con cañas y a observadores que lo entendemos también como un palco ante el escenario multisensorial del oleaje de la mar, sus sonidos y la atmósfera de salinidad que se crea. Un pasillo y escenario para el ocio.

Actualmente, el puente tiene una sección rodada peatonal igual a cuando se construyó aunque su utilización es muchísimo mayor por el desarrollo urbano de Gros con lo que presenta una congestión muy acusada, acentuada por las distancias de tránsito que impone la pandemia. Dos carriles, hacia el Bulevar, adosado el carril doble para bicicletas y otro único de sentido contrario con la circulación colapsada y las aceras saturadas. Paradójicamente, todas las aceras que concurren por ambos lados del puente son más anchas: paseo Salamanca y Reina Regente, 6 m.; República Argentina, 4; Ramón Mª Lili, 5; Zurriola, 6 y 7, lo que crea una situación desafortunada de desfiladero, poca fluidez y aglomeración que incluso desvirtúa el sentido de agilidad de un puente.

El puente, que como principio es la continuidad de un camino, requiere una concepción de prolongación, uniformidad y comodidad de este sendero peatonal descrito adaptándolo a las nuevas necesidades, como un intervalo específico, con un proyecto de ampliación por ambos lados, alargando los tajamares y desplazando las barandillas y farolas, cuidando que no altere la escala, la propia percepción unitaria ni la relación espacial con su entorno. Un primer criterio sería ensancharlo de los 20 metros actuales hasta los 31 que tiene la distancia entre fachadas de Zurriolako etorbidea con lo que además de mantener el mismo eje, la alineación de las farolas y barandillas sería prolongación de los frentes edificados. Esta puesta en valor constituiría un nuevo paisaje y homenaje cien años después del puente de la Zurriola.