Filippo Rossi
Kabul

El terror se revuelve contra el talibán afgano

Tras la salida de las tropas ocupantes y la mejora inicial de la seguridad con el regreso de los talibanes, el Emirato islámico de Afganistán está siendo atacado diariamente por milicianos del Estado Islamico-Jorasán (ISJ), lo que sigue condenado al país a vivir anegado por la violencia.

Los restos del atentado en una mezquita en Kandahar siguen siendo visibles un mes después. (Filippo ROSSI)
Los restos del atentado en una mezquita en Kandahar siguen siendo visibles un mes después. (Filippo ROSSI)

Resuena el walkie-talkie. «Explosión en el distrito policial 8», truena la voz de un talibán. Son las 9 de la mañana en Jalalabad, la capital de la provincia de Nangarhar, en el noreste de Afganistán. La oficina del jefe de coordinación de Inteligencia, Qari Hanif, confirma que «el pueblo de Behsud, al otro lado del río, ha recibido dos impactos. Hay tres heridos».

Ya ni siquiera es noticia, pero durante más de un mes, todos los días, Jalalabad ha sido escenario de masacres, ataques repentinos y explosiones contra los muyahidines del Emirato Islámico. Pero nadie respira, especialmente el Gobierno. Si bien el país ha experimentado una mejora en la seguridad desde que los talibanes asumieron el poder, las cosas están empeorando. Especialmente en Jalalabad, donde parece que nada ha cambiado desde los años de la guerra.

Es el Estado Islámico-Jorasán (ISJ), sucursal del ISIS, que reivindica los ataques que golpean constantemente a los soldados del nuevo régimen. Los talibanes intentan restarle importancia, minimizando el problema. Su consigna es un tajante: «sin comentarios». Pero en realidad hay miedo y el parco Qari Hanif se traiciona: «Algunas áreas de la provincia están controladas en un 85% por el ISJ. La situación no es buena».

Los distritos de la provincia son los más afectados: Achin, Sorkh Rot, Deh Bala y Chaparhar... No están lejos del centro de la ciudad y allí es donde las células yihadistas intentan infiltrarse y están activas. En Chaparhar, a unos veinte kilómetros del centro de Jalalabad, se respira nerviosismo. «Hace dos semanas era muy peligroso, pero ahora está bajo control», asegura Hanif. Pero los controles son estrictos, el índice de cada talibán acaricia tenso el gatillo.

El mercado está abierto, pero no hay mucha gente En medio, el puesto de mando de los talibanes. La torreta está plagada de cientos de agujeros de bala. En el interior, el comandante del distrito, Mawlawi Riazullah Haqqani, minimiza: «Todo está a salvo en esta zona. Hay algunas personas que colaboran con ISJ, pero las estamos neutralizando. Algunas familias terroristas (sic) todavía les son leales. La gente piensa que hay una presencia real de Daesh (ISJ), pero en realidad no existe. Luché contra ellos durante seis años. Pero ahora no pueden enfrentarse a nosotros directamente, por lo que se mimetizan entre la gente y atacan». Tan pronto como sale de la oficina, se desdice a sí mismo. Le susurra algo a uno de sus  subordinados: 50 miembros del grupo yihadista han sido detenidos. Pero no es posible saber dónde, ni si es cierto.

En el pueblo, la gente no habla. Parece aterrorizada solo con oír nombrar a cualquier grupo armado presente en la zona. Quizás tengan miedo hasta de los propios talibanes. Algunos dicen que durante la noche la gente desaparece, muere o alguien toca puertas buscando gente: «Quizás sean talibanes, quizás ISJ, no lo sabemos. Hay muchos grupos operativos en la zona», aseguran Osman y Nurislam, que se atreven a hablar, pero lejos del puesto de mando talibán. Y nadie sabe quiénes son, o fingen no saberlo por su propio bien. Un escenario aterrador. Omerta. «Sabemos quién está cometiendo los ataques, pero no podemos nombrarlos», reconocen. Los civiles se sienten desamparados: «Los talibanes dicen que nos dan seguridad. Cuando alguien muere, dicen que no saben quién es o culpan al ISJ. No sabemos qué hacer. Tenemos miedo».

«Hay más grupos, como los talibanes»

En el barrio de Behsud, en la otra orilla del río Kabul que divide Jalalabad, la población sale a la calle para ver los daños causados ​​por el ataque ocurrido por la mañana. «No podemos saber quién es el responsable –comenta un abogado anónimo que vive en la zona –. Algunos dicen que es el ISJ pero aquí estamos en peligro no solo por ellos. Hay otros grupos que matan gente por la noche. Incluso los talibanes». No dice nada más.

El terror ha vuelto. Como antes. Y no solo en Jalalabad, ya que las garras del ISJ parecen haberse expandido a varias provincias, golpeando la ciudad norteña de Kunduz, Kandahar al sur y la semana pasada un hospital en el corazón de Kabul. Hay mucha información que respalda la tesis de que las células del ISJ operan en varias zonas del país, incluso en la frontera con Tayikistán, en Kunduz y Tajar, donde algunos civiles advierten de que «los milicianos del ISJ operan en estas zonas. No estamos a salvo». Información confirmada extraoficialmente por algunos comandantes talibanes.

El ISJ no es un fenómeno nuevo en Afganistán, especialmente en la provincia de Nangarhar, donde ha estado presente durante los últimos 6 años, en los que ha controlado ciertas áreas de manera casi permanente. Entre 2019 y 2020, hubo muchas «tierras de nadie» alrededor de Jalalabad, que no estaban controladas ni por el Gobierno ni por los talibanes y donde los yihadistas del ISJ podían infiltrarse fácilmente, acercándose al centro de la ciudad. Diezmados por el Ejército del Gobierno anterior y los talibanes, que lucharon contra ellos durante años, los yihadistas (en su mayoría de países extranjeros o exmiembros del grupo Tehrik-e-Taleban Pakistan) se han levantado recientemente.

Algunos ven la mano de EEUU

Y muchas teorías se han desarrollado a lo largo de los años. Según cuatro exparlamentarios del Gobierno anterior, entre ellos la diputada de la provincia sureña de Farah Belqis Roshan, la presidencia de Ashraf Ghani habría apoyado a los yihadistas, con la aquiescencia de EEUU, «enviándoles suministros y hombres con aviones». Duras acusaciones que, sin embargo, se confirman a través de fuentes fiables: un ex alto comandante de la ex NDS, los temidos servicios secretos del Gobierno títere derrocado, afirma –de forma anónima por razones de seguridad– que «el ISJ es un proyecto internacional para mantener a raya a los talibanes y crear el caos en la región. Puedo confirmar todo esto. Y no solo eso, sino también que el proyecto no está terminado y que alguien está intentando recrear una nueva guerra civil con otras milicias activas. Por eso encontramos células en muchas provincias, especialmente en el norte como Takhar, Badakhshan, Kunar y Nangarhar. Hay árabes, uigures, tayikos, uzbecos y otros.... Mawlawi Abu Abdallah (nombre cambiado), el actual jefe de una de las unidades más importantes de la Inteligencia talibán, el 071, se expresó sobre esta hipótesis: «Es confidencial, pero lo confirmo».

Qari Sayed Khusti,  portavoz del ministro del Interior, Serajuddin Haqqani, coincide en que el objetivo del ISJ es «debilitar a los talibanes. Son un proyecto extranjero en nuestra contra. Pero no tienen raíces en la cultura afgana y la gente no los apoya. ISJ no es un problema demasiado importante. No debemos darles demasiada cobertura porque eso es precisamente lo que los hace más fuertes. Es cierto, hemos detenido a muchos de sus afiliados, pero no voy a seguir dándoles publicidad».

Khusti no quiere pasar demasiado tiempo hablando de ISJ. Según él, los problemas que ponen de rodillas al país son otros: «Estamos ante una crisis humanitaria y económica muy preocupante. Principalmente debido al congelamiento de fondos afganos por parte de EEUU y el Banco Mundial. Es el dinero del pueblo afgano, tiene derecho a él. Y sin ellos no podemos trabajar y brindar asistencia a las provincias. La gente necesita alimentos, medicinas, materiales, dinero, sobre todo con la llegada del invierno», exclama, refiriéndose también al problema alimentario que está provocando un repunte de los casos de desnutrición en el país asiático.

Deserciones internas

Es difícil calibrar la capacidad real del ISIS en el país y confirmar esos juegos de poder. Lo cierto es que todos los días se detiene a sospechosos. Los talibanes están muy nerviosos. No en vano  hubo muchas deserciones de sus mujahidines al ISJ durante los últimos años. Especialmente después de los acuerdos de Doha de febrero de 2020, cuando muchos talibanes se sintieron traicionados. Pero también hay razones económicas. Un espía del ISJ en la provincia central de Daikundi, narra desde el anonimato y desde un lugar secreto cómo se enroló en el grupo yihadista después de luchar con los talibanes durante décadas: «Recibo un salario de 500 dólares al mes y el ISJ lucha por Islam», resumió. Según un artículo del “Wall Street Journal” que apareció la semana pasada, soldados del desmantelado Ejército afgano se han enrolado en el ISIS. Todo es posible en un país destrozado por una terrible crisis económica que ha puesto de rodillas a la mayoría de la población.

El excomandante de NDS admite que el ISJ «no es fuerte. Pero está lo suficientemente armado y organizado para causar estragos en una situación que en sí misma ya es caótica. Hay interés en desestabilizar Afganistán para no permitir que ciertos países de la región, como China, tomen la delantera». Si esto fuera cierto, significaría que el ISJ es solo el primer síntoma de una secuencia que quizás conducirá a una nueva guerra civil en el país. «Quieren crear una nueva Siria», brama el exjefe de espionaje. «En este país operan agentes y espías de todos los países. Es una guerra silenciosa», coincide su rival talibán, Mawlawi Abu Abdallah. El «Gran Juego» no ha acabado.