Maider Iantzi
Aktualitateko erredaktorea / redactora de actualidad
Elkarrizketa
Juan Carlos Berrio
Escritor

«No hay mayor vacío que el de un desaparecido. Nunca se va»

Nacido en 1959 en Tafalla, Juan Carlos Berrio Zaratiegi es sicólogo de profesión pero se define como «escritor aficionado y lector apasionado». ‘Bastan cinco minutos’ (Txalaparta, 2021) es el segundo capítulo de la serie del inspector Marín, al que conocimos en ‘El vuelo del cormorán’ (2015).

Juan Carlos Berrio.
Juan Carlos Berrio. (Jon URBE | FOKU)

Los personajes de ‘Bastan cinco minutos’ (Txalaparta, 2021) son los mismos de ‘El vuelo del cormorán’, publicada con la misma editorial en 2015. Juan Carlos Berrio Zaratiegi escribió esa primera novela negra como «entretenimiento», sin pensar en su publicación. La guardó en un cajón durante ocho años, pero le animaron desde Txalaparta. También su hermana, Agurtzane, a la que le dedica esta última obra. Falleció hace dos años. Le ayudaba siempre y no le dio tiempo a leer el final. «Le faltaron diez páginas», cuenta el autor emocionado. «Me gustaría que las pudiese haber leído. Pero así es la vida, y ocurre».

¿Cuál fue la semilla de esta nueva historia?

En la primera novela aparece como escenario el museo Oteiza en Altzuza. Ese conflicto que hubo cuando Oteiza hizo el legado a Navarra de su obra lo seguí, y quería meter algo. Además, no hay mayor vacío que el de un desaparecido. Los desaparecidos nunca se van, vuelven a aparecer aunque sea en ese dolor. Introduje también otro tema que me interesa, la situación del pueblo saharaui en su propia tierra. Esa mezcolanza fue la semilla. Tenía mis dudas sobre cómo hilvanar todo, pero es mejor plantearte retos grandes para conseguir objetivos medios.

La situación del pueblo saharaui tiene relación con el vacío.

Exactamente. Son tres conceptos de vacío que están ahí: el vacío del desaparecido, ese vacío lleno de cosas; el vacío de vivir en la desesperanza, en el desierto del desierto, en Tinduf; y el concepto artístico de Oteiza.

Nafarroa es importante.

No concibo la novela negra sin hablar del contexto en el que se desarrolla la trama, el contexto social, político, humano… Esta novela está situada en 2016. Teníamos a María José Beaumont, que fue la que más peleó con una de las abogadas que puso en jaque el proyecto de Itoitz, uno de los temas de la primera novela. Era la consejera de Interior, la jefa de Abel Marín, Susana y todos los personajes. Se estaba cocinando la nueva ley de policías y, aunque fuera de manera puntual, tenía que aparecer. Así como la cotidianidad navarra, con retazos como el ‘juevincho’. Algunos escenarios te los inventas, pero otros son reales. Aparecen bares como guiños a gente.

Volviendo al vacío, uno de los escenarios es un pueblo que ha desaparecido.

Intentan hacer desaparecer el cuerpo en un despoblado, en Sabaiza. Es la zona de la Bizkaia navarra, que conozco muy bien, ya que mi madre es de allá. Es mucho mejor ir a lo que dominas, así puedes describir los caminos. Trato de mantener en el recuerdo esos pueblos que han desaparecido. Hay muchos intentos de los descendientes de ese valle, como mi madre, que aún vive.

Se desenvuelve bien en ese baile entre realidad y ficción. ¿Cómo es su proceso de escritura?

Intento documentarme bien sobre la realidad. Si doy un dato trato de que sea exacto. Con los personajes reconocibles en algunos casos pongo el nombre verdadero y en otros no. Las transcripciones de sus frases las pongo tal y como las han dicho.

¿La charla de Civivox de Paco Etxeberria es real?

La situación es inventada, pero Paco Etxeberria sí que ha dado esas charlas, y las frases que pongo en él las ha dicho él. Me planteé también como reto cómo meter el vacío en la literatura. Una de las maneras es a través de la gestalt. Soy sicólogo y en el movimiento gestáltico yo te doy dos o tres datos y tú completas los vacíos que te dejo. Otro de los temas que me interesa es la prostitución. La introduzco a través del personaje de Charo. Huyo de los personajes manidos. Al revés: quiero que sean las propias prostitutas las que hablen. Charo habla de lo que siente. Ninguna de sus frases es mía, son todas de prostitutas. Luego se pueden discutir, yo también tengo dudas.

¿Cuando empieza a escribir suele saber el desenlace o va creando mientras escribe?

Soy un escritor aficionado, me considero un lector apasionado, y leo a los autores que me gustan cuando hablan de sí mismos. Esas cosas tan manidas que salen como ‘los personajes toman vida propia’. Son cosas que pasan. Tienes una idea pero te vas metiendo y cambia. Mi narración es en primera persona. En ‘El último round’ Julio Cortázar habla de lo difícil que es, porque tiene que ser todo a través de un personaje. Lo que te da es que la acción y la narración ocurren a la vez. En la novela negra tiene que ser así, para no romper el suspense. Elegí la primera persona por imitar modelos que me gustan, como Raymond Chandler y su inspector Philip Marlowe.

Busca la sencillez, que la lectora no tenga que volver atrás.

Me gustan las frases y capítulos cortos. Intento escribir preciso y sencillo, que es, desde mi punto de vista, la forma más difícil de escribir. Otra cosa es que lo consiga o no. Además, me preocupaba mucho que la lectura fuera ágil, porque el caso de un desaparecido es un tiempo detenido y eso va en contra de la acción. Tampoco me gustan las novelas que hay que seguir con lápiz y papel con tantos personajes y tramas. Creo que hay que mimar al lector, que en la novela negra busca la diversión. Para facilitarle las cosas de vez en cuando hago un repaso del caso para ver por dónde vamos para que no tenga que volver atrás. En la vida real no puedes decir ‘espera, voy a echar diez días atrás y voy a repetir lo que pasó’.

¿Desde la anterior novela qué pasos ha querido dar o en qué ha notado la evolución?

Tenía en mente que podía ser publicada y escribí con más vergüenza y responsabilidad, pensando más qué iba a poner. Por otro lado, me tiré más al vacío, he sido literariamente más ambicioso. Estoy más contento con la segunda: es más novela.

La primera novela tuvo buenas críticas.

La gente de mi entorno, ese lector que busca un libro para entretenerse me dijo que se lo pasó bien. Además, recibí algunas críticas de gente que tengo en consideración del mundo literario que no me pusieron mal.

¿Qué feed back le ha llegado de esta segunda obra?

Todavía no la he podido presentar pero la gente de mi entorno y Txalaparta me han dicho que está gustando. Sobre todo lo que me ha quitado un peso ha sido que me hayan dicho que se lee muy ágil. Me han comentado también que hay cosas que les han hecho pensar, datos nuevos, visiones olvidadas… Mi madre tiene dos hermanas. Sus hijas le regalaron la novela a una de ellas, y dice: ‘¡Qué letra más clara!’ [se ríe]. Nunca lo decimos pero es verdad. Hay que agradecer el esfuerzo editorial.

Hablemos de los personajes.

Me planteé hacer una serie con personajes que se repiten. Jugando al vacío, doy unos datos sobre su vida para que cada cual la rellene como quiera. Los personajes son reconocibles. Intento que sean normales, sin grandes cualidades o defectos. Siempre tienes la contradicción ideológica. En la novela negra los personajes son policías y ladrones y tratar a los personajes desde un pensamiento de izquierdas... Lo han hecho grandes autores, y lo siguen haciendo. Me chirría un poco pero vas buscando la manera. En la primera novela di detalles de por qué es policía Abel Marín. Se casó joven y perdió a su hija y su mujer en un accidente de coche. Se quedó vacío. Su padre era policía foral. Luego van apareciendo más personajes. Por ejemplo, La Cejas me viene muy bien para hablar de la Pamplona del casco viejo, de toda la vida, de la jarana.

Susana ha promocionado desde «El vuelo del cormorán».

En la primera novela el protagonista era Abel Marín, el listo, el bueno, iba a ser el inspector que resolvía los casos. Y, sin embargo, en la propia trama aparece Susana Anaut, que fue creciendo hasta convertirse en la subinspectora que da órdenes a Abel, que vuelve tras ocho años de excedencia. Cuando Susana le dice ‘¿no te importará estar bajo mis órdenes?’, Abel responde, ‘siempre lo he estado’.

Abel me ha parecido abierto.

Sí, sí, yo creo que es bueno. Si hablas en primera persona siempre eres tú, te metes en el personaje. No me puedo dibujar como no soy. Y yo soy una persona tranquila. Todo el mundo me dice ‘qué bueno eres’. Tienes tu genio y tus contradicciones, como todos. Pero no me sale poner un personaje canalla. Un policía bueno es una contradicción. En una sociedad utópica o en un pueblo independiente, tendrá que haber policía. ¿Quién será, Abel Marín o Philip Marlowe?

¿Cómo influye el hecho de que sea sicólogo en su creación?

Soy un sicólogo descreído. Llevo trabajando toda la vida en sicología. Me fastidia porque no tenemos todavía herramientas suficientes como para atender a las personas con enfermedad mental. Es muy frustrante. Por otro lado, tenemos a muy buenos profesionales que ayudan a la gente, porque solamente el hecho de escuchar, que la persona sienta que hay alguien que le está intentando ayudar, alivia y, a veces, cura. Existe esa contradicción. Cuando estudiaba se trataba de que la sicología fuese una ciencia y, sin embargo, 40 años después, veo que no es una ciencia exacta. Pero, por otro lado, es una ciencia humana. Con todas sus limitaciones. Me fastidia toda la acción de la sicología de prepotencia: ‘Aquí curamos’. No, no. Menos en el terreno en el que trabajamos, en la drogodependencia. ¡Anda que no hay recaídas! Me da rabia que te venga gente vendiendo la moto de que cura todo.
Cuando termino de trabajar, me ha servido cerrar, separar mi vida profesional de mi vida particular, porque en mi vida profesional las cosas que tienes que intentar ayudar o resolver son terribles: la enfermedad mental, la drogodependencia es un infierno. Cuando cierro la puerta del centro y me voy a coger el coche pongo una barrera. En mi vida personal trato de no meter la sicología. Y lo he conseguido [se ríe]. Entonces, en las novelas no tiendo a meter la sicología. Además, no creo que dé herramientas. La gente dice ‘el sicólogo conoce a las personas, cómo actúan’. No. Al menos a mí no me ha pasado analizar a la gente en mi vida particular. Además, creo que es absurdo.

Me parece humilde.

Más que humilde, creo que no hay que ser prepotente. ‘Vamos a ver si te puedo ayudar, a ver hasta dónde puedo llegar’. Y, sobre todo, en salud mental el paciente es el protagonista en el sentido de que su propia evolución es lo que va a determinar para bien o para mal la resolución de sus problemas. No va a depender tanto de la sabiduría o la experiencia del profesional que le esté atendiendo. Así como en medicina, que si hay una solución se aplica, por ejemplo en oncología. Mi hermana murió de un cáncer en el que no hubo nada que hacer desde el principio. Ningún oncólogo le dijo: ‘Tranquila, Agurtzane, yo te curo’. En sicología creo que estamos como en oncología. Todavía en la inmensa mayoría de los casos no tenemos las herramientas para curar y yo creo que no las vamos a tener nunca. Cada persona es distinta. En el área en que yo trabajo, cada adicto al alcohol es un mundo. ¿Cómo vamos a buscar el antídoto al alcoholismo general?

Volviendo a la literatura, ¿sigue escribiendo?

Es lo de siempre, el tiempo. No tengo espacio donde escribir, lo hago en cuadernos, escribo a mano. Luego me falta mi hermana que me ayudaba mogollón. Ideas sí, tengo.