Iker Fidalgo
Crítico de arte

Objeto y visión

Somos parte de un periodo de transición. Vivimos en un momento en el que aún no tenemos la capacidad analítica ni la distancia temporal suficiente como para entender cómo ha influido el desarrollo de lo digital en nuestra forma de relacionarnos. Nuestros mayores aún pertenecen a la generación que no supo, hasta tarde, lo que era un televisor, mientras nuestros bebés deslizan sus dedos sobre las pantallas de los dispositivos móviles cuando aún apenas han aprendido a andar. Nuestra educación basa sus principios en la cultura textual, mientras nuestra vida es atravesada por lo visual y se encuentra mediada por los dispositivos y sus múltiples cuerpos. Nuestra capacidad crítica parece en ocasiones no estar lo suficientemente alerta para esto y nos lleva a estados de indefensión que son aprovechados por la publicidad, el consumo o las estrategias comerciales. Carecemos de herramientas que desarrollen nuestro criterio ante la exposición constante a un mundo construido en base a la imagen.

El arte occidental ha ido cambiando su función social a lo largo del tiempo. Desde servir como narración visual a la religión católica hasta representar el poder desde la vanguardia más rupturista y revolucionaria. En una realidad indigestada por la velocidad de producción de contenidos, el arte contemporáneo nos permite espacios de reflexión, pausa y contemplación. Lugares que nos transportan a entender otras formas de comprender lo que nos rodea. Si en nuestro día a día nos faltan códigos que traduzcan todo aquello que nos bombardea, el arte nos ayuda a emprender otros caminos. Pero no nos engañemos, el público del arte no tiene para nada una tarea fácil o cómoda. Las propuestas artísticas son en ocasiones espacios crudos y poco afables. Confrontaciones que desde el trabajo de lo simbólico y lo poético nos elevan a situaciones en las que nuestra perspectiva se fuerza y cambia. Sin embargo, sin todo esto no seríamos capaces de encontrarnos en aquellos relatos que compartimos como sociedad. Gracias a ello avanzamos y aprendemos.

El pasado 9 de junio Azkuna Zentroa Alhóndiga de Bilbo inauguró una nueva propuesta escultórica a cargo del artista Antonio Fernández Alvira (Huesca, 1977), que podrá visitarse hasta el próximo 30 de octubre. El escenario elegido para la instalación de ‘Memoria de forma’ es la terraza del centro y esta condición ha influido directamente en la creación de la misma. El artista realizó una labor de investigación sobre los usos del edificio hasta dar con una de las funciones que más le interesó. El mítico edificio era utilizado como contenedor de vinos y aceites y Fernández Alvira parte de esta premisa para su desarrollo formal. Entendiendo el poso de esta identidad desarrolla una instalación en la que varias vasijas de barro, de una gama cromática en relación con el ladrillo rojizo de la estancia, se contorsionan entre estructuras de metal hasta perder su forma original. Una traslación del objeto útil al objeto poético que si bien ya no puede transportar mercancías, nos remonta a una memoria del propio lugar.

‘Detrás hay nada’ es el título de la exposición presentada en el centro BilbaoArte por la artista Amaya Suberviola (Mendabia, 1993). La muestra forma parte del programa expositivo que tiene como tarea dar a conocer una selección de trabajos de los becarios del año anterior. La propuesta de Suberviola se extiende desde lo pictórico a través de una serie de piezas, en su mayoría, de gran y mediano formato. Todas parecen reproducir un patrón en el que los planos de color superpuestos van formando unas repeticiones casi rítmicas. Una vez entendido el juego, una segunda mirada nos invita a centrarnos en detalles, esquinas y texturas.La propia pintura adquiere el protagonismo principal. Entendida no sólo como una práctica o una disciplina, sino como una manera de construir nuestra mirada.