Víctor Esquirol
Crítico de cine

El principio del fin; el fin del principio

Con ‘Nãçao Valente’ Locarno da con el comienzo soñado. Mirando a sus propias raíces, Carlos Conceição nos lleva a la guerra de independencia de Angola para destrozar todo lo que creíamos saber sobre la Historia, sobre los géneros cinematográficos y, ya puestos, sobre la experiencia festivalera.

Fotograma de ‘Nãçao Valente’, del realizador Carlos Conceição.
Fotograma de ‘Nãçao Valente’, del realizador Carlos Conceição. (NAIZ)

Sucede a menudo que cuando aterrizas en un festival de cine, necesitas cierto tiempo para aclimatarte; para entender bien por dónde te están viniendo los golpes. En el caso que ahora mismo nos ocupa, la gracia perversa del asunto está en que el Lago Maggiore no solo ofrece a Locarno un paraje natural inmejorable para que desfilen por ahí sus estrellas invitadas, sino que además alimenta una especie de microclima perverso en el que todo, absolutamente todo aturde. Y es que el encanto de este certamen suizo se entiende, en gran parte, por la simbiosis que se establece entre las condiciones climáticas y las películas seleccionadas, es decir, entre lo que es real y lo que no lo es (tanto). Hasta el punto en que el calor y la humedad de las latitudes tropicales coronan, contra todo pronóstico, las alturas alpinas donde nos encontramos.

Los mosquitos, por supuesto, dan palmas de alegría, y se ríen del aire acondicionado con el que las salas de cine pretenden erigirse como fortín inexpugnable, ante las bochornosas inclemencias del agosto en el cantón del Ticino. O sea, que lo que creíamos que iba a ser un refugio, en realidad no lo es, y cuando nos hemos querido dar cuenta, ya es tarde; ya hemos caído en la trampa. Todo esto, repito, se produce cuando el cuerpo está todavía acostumbrándose a las constantes antinaturales de cualquier certamen. El leopardo de Locarno, emblema de esta fiesta a la que nos han invitado, lo sabe, y acecha entre la maleza, y antes de que nos haya dado tiempo a prepararnos, se abalanza sobre nosotros.

Empieza la Competición de la 75ª edición de la cita locarniense con una de esas películas que esperábamos encontrar cuando ya estuviéramos más adentrados en el recorrido propuesto, pero no, el equipo de Giona Nazzaro golpea con asombrosa contundencia a las primeras de cambio, quizás por aquello de marcar territorio; para recordarnos, ya puestos, que en este festival las grandes alegrías no tienen por qué venir asociadas con los grandes nombres. La primera de este curso la da Carlos Conceição, director portugués de origen angoleño al que algunos (pocos) pusimos en el radar hará dos años, merced a su brevísimo primer largometraje (de 61 minutos de duración), titulado ‘Um Fio de Baba Escarlate’.

Aquello, para entendernos, fue un extraño y en parte por esto hipermagnético giallo en el que las desinhibidas desventuras de un asesino en serie plasmaban el nacimiento de los iconos modernos. Aquello, por cierto, casi nunca se sabía si era un cuento de terror o una comedia negrísima. Pues bien, con ‘Nãçao Valente’, nuevo trabajo del genio (este ya con un metraje de dos horas), sucede exactamente lo mismo. El espíritu juguetón con el que nos enamoramos de Conceição languidece aquí en un producto con envergadura de ‘gran película’, y en efecto, la propuesta a veces se comporta como tal… y a veces parece reírse, a carcajada limpia, de dicha consideración.

Unos títulos explicativos nos sitúan en Angola, en 1974, es decir, a falta de un año para la independencia de este país africano, con respecto a la metrópolis de Lisboa. Estamos, pues, en un contexto de guerra en el que las tropas lusas desplegadas por el territorio parecen decididas a exprimir al máximo los últimos momentos de la macabra juerga colonialista. Dos soldados de guardia en el frente, matan el tiempo buscando enemigos invisibles y leyendo un libro en voz alta. De repente, uno de ellos cae abatido, y al otro esto no parece importarle lo más mínimo. Y de nuevo, a nosotros nos cuesta encajar el golpe: ¿Ha sido una metáfora? ¿Ha sido un chiste? ¿Ha sido un producto de nuestra febril imaginación?

Conceição se encoge de hombros y prosigue con una narración que en muchos tramos tiene mucho de instinto animal. Ahora asistimos al encuentro sexual entre un joven cabo y una mujer nativa, ahora tememos que los muertos se levanten de su tumba y ahora bailamos al ritmo de uno de los greatest hits de Aphrodite’s Child. Y cómo no, hay algo que no cuadra: un ruido, una imagen, una línea de diálogo… un espacio fuera de lugar; un momento que dinamita cualquier noción temporal con la que intentáramos encontrar sentido a esto que estamos experimentando. ‘Nãçao Valente’ retuerce las bases del drama bélico y se adentra, con actitud arrolladora, en los territorios salvajes del mejor fantástico: aquel en el que es imposible anticipar qué nos vamos a encontrar en la siguiente escena.

Del documento histórico a la fábula histérica en uno o dos calentones. Con ello, Conceição levanta los muros de una alegoría en la que, como sucede en Locarno, los refugios son encierros fatales. Lo bueno es que en estas claustrofóbicas circunstancias el cine sigue apuntando hacia una salvación: un sentimiento incómodo, funesto y liberador al mismo tiempo. Así arranca un festival que podría estar perfectamente en sus últimos compases, dicho de otra manera, empieza un concurso que podría terminar ahora mismo. Y sí, por supuesto, esto es fruto del aturdimiento; del desconcierto con el que solo te pueden dejar las mejores películas, las que te piden que luches contra ellas, mientras te llevan en volandas por un camino tan arduo como gratificante. Esta es la –gloriosa– experiencia festivalera.