
No, no era buena idea ponerse el traje de blusa sabiendo que iban a hacer 30 grados, pero la tradición obliga. Durante las fiestas de La Blanca la tradición y las costumbres toman vida y se convierten en seres despiadados que se ríen a tu cara mientras te curas las heridas que provocan las abarcas, o mientras buscas a la desesperada una sombra donde huir del calor del mediodía. Una misión imposible en algunas plazas, como la del Matxete.
La solución en estos casos pasa por hidratarse y meter algo fresco al cuerpo. Te levantas de tu letargo y vas a la barra de la txosna con intención de suplicar un botellín de agua y algo de fruta. Pero vuelves a errar. La intención no se corresponde con la realidad, y cuando llega tu turno solo eres capaz de pedir un pintxo de chorizo y un vaso de sidra. Calorías y alcohol que no ayudan a combatir el calor.
El sudor va en aumento según pasan los minutos. Te sobran las medias, el pañuelo, la blusa... serías capaz de poner en marcha una nueva cuadrilla naturista. Tu sufrimiento contrasta con la tranquilidad de quienes escuchan a los y las bertsolaris, o se animan a bailar al ritmo de los txistularis. Dos realidades que ponen de manifestó que las fiestas son para todos los públicos.

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