Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

‘Woodstock 99’, los días salvajes en los que fueron devoradas las palomas blancas

Tras ‘Woodstock '99: Peace, Love and Rage’ de HBO, nos llega ‘Fiasco total: Woodstock 1999’ de Netflix, una miniserie documental que aborda la demencial catarsis que se escenificó en un macroevento musical que fue definido como ‘El día que murió la música’.

'Fiasco total: Woodstock 1999' es un nuevo documental sobre el caos que se desató en aquel evento.
'Fiasco total: Woodstock 1999' es un nuevo documental sobre el caos que se desató en aquel evento. (NETFLIX)

En 1999 cobró forma el mayor de los caos en un evento que pretendía recuperar el espíritu hippie que impulsó, 30 años atrás, el primer festival de Woodstock. No obstante, las consignas de paz y amor y las palomas blancas fueron devoradas por un descontrol irracional que ha sido recordado en la excelente miniserie de Netflix ‘Fiasco total: Woodstock 1999’.

Dirigida por Jamie Crawford y dividida en tres entregas de 45 minutos cada una de ellos, complementa el que emitió el pasado año HBO Max bajo el título de ‘Woodstock ‘99: Peace, Love and Rage’, de Garret Price.

‘El verano del amor’ de 1969 fue recordado como un macroevento orquestado por Michael Lang, Artie Kornfeld, Joel Rosenman y John P. Roberts con el que pretendieron reflejar, a las afuera de Nueva York, las inquietudes de una época convulsa y necesitada de cambios.

De esta forma, Woodstock simbolizó la quintaesencia del movimiento hippie a través de un interminable listado de músicos, danzas ancestrales bajo la lluvia y cuatro días gobernados por más de 400.000 personas que mostraron su hastío por la guerra de Vietnam mediante veladas de sexo, droga y sonidos que tuvieron su eclosión final en la guitarra de un Jimmy Hendrix que legó para la posteridad su versión eléctrica y crítica del himno de Estados Unidos.

La segunda edición de Woodstock tuvo lugar en 1994, 25 años después de unos episodios que fueron irrepetibles. En esta oportunidad, se cieron cita muchos problemas relacionados con la seguridad y con el acceso, ya que fueron 350.000 personas, una cifra mayor de lo esperado, lo que provocó que muchos accedieran al evento sin pagar.

A todo ello se sumó una lluvia feroz e incesante. El enfado del espíritu Manitú no fue calmado en esta ocasión por las danzas de la lluvia. El terreno se transformó en un gigantesco barrizal que impedía cualquier movimiento. Lograr comida y bebida fue una utopía. No obstante y a pesar de semejante experiencia, se orquestó una tercera entrega en 1999 que amplificó los desastres de lo acontecido en el 94.

Hombres, exaltación blanca y violaciones 

Uno de los responsables del primer Woodstock, Michael Lang se asoció con un experimentado productor de conciertos, John Scher, para organizar una tercera edición que tuvo lugar en una base aérea abandonada en Rome, en el condado de Oneida, estado de Nueva York.

La idea era vender 300.000 entradas y para ello se contrataron a artistas del calibre de Rage Against The Machine, Limp Bizkit, The Offspring y una estrella veterana y legendaria, James Brown.

El gran problema que tuvo este evento se debió a las desastrosas consecuencias de un cálculo demencial. Se pretendió aminorar los gastos y generar mayores beneficios mediante equilibrios imposibles que derivaron en una escasez alarmante de comida y bebidas que vieron triplicado su precio.

El agua dejó de ser potable por contaminación residual, no había baños suficientes y la seguridad era insuficiente. El exceso con el alcohol y las drogas, en ese marco caótico, potenció la catarsis en clave de violaciones, robos, incendios de trailers y cabinas.

Si la edición del 69 fue recordada como la de ‘El verano del amor’, la del 99 fue tildada como ‘El día en que murió la música’.

De todo ello se habla en 'Fiasco total: Woodstock 1999', una miniserie documental en la que aportan sus testimonios muchos involucrados en la organización del festival, algunos asistentes que rememoran la debacle, periodistas acreditados que se sintieron corresponsales de guerra e incluso algunos de los artistas que participaron en dicho evento.

También se suman las imágenes de archivo que dejan claro que toda la furia desatada provino de hombres blancos –apenas hubo presencia afroamericana– espoleados por el alcohol y las drogas de diseño y cuyas acciones fueron alentadas desde el escenario por otros jóvenes blancos.

Ejemplo de ello fue el caso de la banda Limp Bizkit, cuyo líder -Fred Durst- alentó a un público voraz. Años después, Durst dijo en una entrevista «no percibí ninguna de esas situaciones, al haber estado observando un mar de personas era imposible observar tales situaciones cuando estás viviendo y sintiendo tanto tu música».

Las mujeres sufrieron las consecuencias de la extraña y furibunda exaltación patriótica que cobró forma en la recta final del festival, en la que asomó la temible fiereza de jóvenes que, mediante sus acciones y consignas, representaron la perspectiva de la América blanca más reaccionaria.