Víctor Esquirol
Crítico de cine

Nuevas metamorfosis

Locarno cierra su concurso con la presentación de ‘Matter Out of Place’, de Nikolaus Geyrhalter, y ‘Piaffe’, de Ann Oren, un díptico compuesto por un documental escalofriante y una ficción de fantasía extrañamente desbocada.

Nikolaus Geyrhalter, director de ‘Matter Out of Place’.
Nikolaus Geyrhalter, director de ‘Matter Out of Place’. (FESTIVAL DE LOCARNO)

Terminaron, ahora sí, las presentaciones de películas en el segundo año de mandato de Giona Nazzaro. A falta de saber cómo se remata este curso con el anuncio del palmarés que determinará, entre otros honores, la identidad del nuevo (o la nueva) Leopardo de Oro, vamos despidiendo un concurso que tiene a bien recordarnos el poder transformador del cine, de aquel que más importa, vaya, porque al igual que las experiencias que realmente merecen la pena, descubrir determinadas películas te cambia por dentro, modificando la percepción que hasta entonces tenías del mundo que te rodeaba.

El último nombre de peso en este Festival de Locarno espera hasta el último minuto para hacer acto de presencia. El documentalista vienés Nikolaus Geyrhalter presenta ‘Matter Out of Place’, es decir, ‘Materia fuera de lugar’, un impresionante (y en ocasiones terrorífico) recorrido planetario, siempre con el mismo objetivo entre ceja y ceja: retratar la cara oculta de la sociedad de consumo. ¿En qué se traduce esto? En montañas, mareas y riadas; en toneladas de residuos esparcidos por Austria, Albania, Suiza, Nepal, Estados Unidos, Grecia… La cámara, como en los anteriores trabajos de este autor, contempla de manera silenciosa un espectáculo que, por desgracia, lo dice todo sin la necesidad de pronunciar una sola palabra.

De lo que se trata aquí es de averiguar qué pasa con todo (es decir, to-do) lo que desechamos cuando consideramos que ha llegado al fin de su vida útil. En un núcleo urbano del Himalaya, en una estación de esquí alpina, en el fondo marino del Mediterráneo… las largas tomas fijas marca de la casa se erigen en desasosegantes testigos de cómo la mano humana transforma (o directamente destroza) los paisajes donde esta desarrolla su actividad. Aquí antes había una montaña, aquí antes había un río, aquí antes había un lago. O si se prefiere, ‘Este campo que usted ve, reposa sobre una cantidad incalculable de basura’. Literal: de repente, una excavadora entra en escena, y después de pasarse unos minutos removiendo tierra, descubre la espantosa verdad.

Una sustancia negra, viscosa, efervescente y putrefacta mancha un subsuelo que parece que ya nunca más pueda volver a reponerse. Con ello, Geyrhalter activa las alarmas de la eco-ansiedad, haciéndonos tomar conciencia de nuestro impacto en un planeta que, ya se ve (ahí está esa infinidad de pruebas), está muy cerca de sobrepasar su límite de capacidad… si es que no lo ha hecho ya. Pero ‘Matter Out of Place’ no solo quiere instalarse en este escenario tan alarmista, sino que también quiere dirigir nuestra mirada hacia sus posibles vías de escape. Aquí es cuando el cine documental se viste de ciencia-ficción: en la filmación de las plantas y los procesos con los que se tratan los residuos, la pantalla nos abre las puertas a una dimensión muy lejana, remota, a años luz de la nuestra.

Incineraciones masivas, máquinas que podrían triturar edificios enteros, prensadoras con la fuerza de mil gigantes, agujeros de una negrura insondable… Así, en este desolador ataque de vértigo, Nikolaus Geyrhalter deja claro que la materia ni se crea ni se destruye (como ha querido hacernos creer el capitalismo), sino que se transforma, una y otra vez, ad eternum. En un ciclo sin fin que claramente ha escapado de las proporciones humanas, pero al que igualmente no debemos perder de vista, en su inabarcable totalidad. En distancias y escalas mucho más pequeñas se mueve la última propuesta del Concorso Internazionale: ‘Piaffe’, de Ann Oren, realizadora nacida en Israel pero instalada en Alemania.

Con dicho salto, Locarno cambia la no-ficción por una fantasía que muy alegremente se auto-define en la extrañeza, o para poner solo un ejemplo, en un local cuyo propósito no es nada fácil de detectar. Allí, una mujer pone en marcha un sofisticado mecanismo a base de ruedas, palancas y poleas que, en conjunto, ponen en movimiento una serie de imágenes: una colección de clips microscópicos dedicados al crecimiento de varias plantas. En estas que un botánico entra a dicho establecimiento, y después de pagar religiosamente la cuota previamente pactada, se dispone a observar, como si fuera un voyeur, este espectáculo de la naturaleza que, sin saber cómo, se ha transformado en algo cercano a una filia sexual.

‘Piaffe’ es esto, pero también el bloqueo mental y artístico de una folley artist (es decir, de una creadora de sonidos para productos audiovisuales) que, al obsesionarse con una pieza publicitaria protagonizada por un caballo, empieza a notar cómo su propio cuerpo va desarrollando una cola de ese mismo animal. Entre los misterios amenazantes de Lucile Hadzihalilovic, el refinamiento perverso de Peter Strickland y, por qué no, los sonidos imposibles del barcelonés Juanjo Giménez en ‘Tres’: la película que ahora mismo nos ocupa reivindica la ahora olvidada imagen granulada del celuloide, para dar forma a un cuento de sensibilidad queer, en el que lo que a simple oído suena a estrafalario, es en realidad una invitación a auto-conocernos, y a aceptarnos tal y como somos. Hacer de lo no-normativo algo un poco más cercano a la normalidad: Locarno se tenía que despedir así.