Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

Dejar de lado la «calefacción urbana» en 1960, el error que ahora paga Iruñea

El actual modelo de calefacción con calderas en cada piso constituye un reto colosal para disminuir la dependencia del gas. Hay sistemas comunitarios más eficientes que se conocen hace un siglo. Iruñea recibió una propuesta para construir una infraestructura así. Y la desechó. 

Una alcantarilla de Nueva York exhala el característico vapor de su calefacción urbana.
Una alcantarilla de Nueva York exhala el característico vapor de su calefacción urbana. (GETTY)

El ahorro energético y la búsqueda de la sostenibilidad no es un debate nuevo, lo nuevo es el reconocimiento de la urgencia para dejar de emplear gas. Las ciudades se calientan hoy con un enjambre de calderas y sustituirlas a futuro es una tarea de una complejidad superlativa, como su coste. Sobre todo, si el planteamiento es que se logre una mayor eficiencia a través de una serie de inversiones individuales que no todos los hogares se van a poder permitir. El existente es un modelo erróneo, fruto de malas decisiones, pero replicarlo no es la única opción.

En 1960, un ingeniero con prestigio en Iruñea, Joaquín Castiella, envió una carta al alcalde. La ciudad se lanzaba a acometer una gran ampliación, el Tercer Ensanche, que incluía 3.300 nuevas viviendas, además del Hospital y la Universidad de Navarra. Este ingeniero propuso que, en lugar de colocar calderas en cada edificio, se realizara un sistema de calefacción urbana (así es como suele traducirse el anglicismo district heating) a través del que una única caldera enviaría vapor o agua sobrecalentada a los nuevos edificios.

Castiella –que conocía que New York o Moscú empleaban estos sistemas y había trabajado ya en alguna calefacción central de carbón de grandes edificios– hace los primeros cálculos para este nuevo sistema para calentar una zona entera de la ciudad.

 

Con respecto a una calefacción particular, el ahorro energético de la calefacción urbana era del 53% y sobre un gran edificio, del 23%.

Las cifras que presentó resultan apabullantes. Con respecto a una calefacción particular, el ahorro energético de la calefacción urbana era del 53% y sobre un sistema de un gran edificio, del 23%.

La idea del ingeniero era que una empresa suministrara el calor a las casas y, habida cuenta de semejante mejora en la eficiencia, los beneficios de esa empresa suministradora estarían por encima del 10%, según sus cálculos. Ahora bien, la inversión a acometer era de 64 millones de euros actuales.

 

Carta del Ayuntamiento conservada por el Archivo de
Carta del Ayuntamiento conservada por el Archivo del Departamento de Edificación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra.

El Ayuntamiento, aunque fue proporcionando la información que Castiella le precisa para afinar los cálculos y afirmó estar interesado en su idea, le fue dando largas hasta que el proyecto decayó.

Este proyecto de calefacción urbana fue redescubierto cuatro décadas después, en los años 2000, en el archivo de Arquitectura de la Universidad de Navarra, donde Castiella dio clases, siendo objeto de estudio por varios profesores que se echaron las manos a la cabeza pensando por qué el Ayuntamiento de la época no le hizo caso.

Llega aquí el inciso para entender muy por encima qué es una calefacción urbana. Piensen en la caldera individual más común que hay en un piso. Hasta ella llega una cañería con agua fría y otra canalización de gas. El gas arde en un quemador y sus llamas calientan un circuito por donde pasa el agua antes de llegar al radiador, el grifo o la ducha.

Sustituyan el tubo de gas por otro por donde llega agua muy caliente o vapor. En lugar de hacer pasar el agua fría por las llamas, se hace pasar esta agua junto a ese tubo calentísimo. Del mismo modo que un radiador calienta una habitación, ese tubo sobrecalentado por el vapor eleva la temperatura del agua fría hasta el nivel que se precise. Ya está. Eso sí, en lugar de una caldera, tenemos un «intercambiador de calor».

Más eficiente, adaptable y ecológico.

Si el Ayuntamiento hubiera hecho caso al ingeniero, hoy en Mendebaldea habría una caldera gigantesca de la que partirían tubos por los que circularía vapor para calefactar el 10% de las viviendas de la ciudad, además del hospital y la universidad.

Son estos tubos sobrecalentados que circulan desde hace un siglo por debajo de Manhattan los que provocan que, al contacto con el aire, salgan esas características nubes desde las alcantarillas.

Cambiar el sistema de única caldera es una tarea infinitamente más sencilla que cambiar miles de calderas de distintas edades y eficiencias, pues los intercambiadores de calor funcionarían igual.

A Castiella, hace 60 años, no solo le movía la eficiencia económica, también le preocupaban las nubes negras que generaban las calderas de carbón de los edificios y sus efectos en la salud de las personas. Hoy, probablemente, tocaría cambiar el gas de esa caldera inexistente por energía solar, por biomasa, mediante aerotermia o lo que se estudiara como la mejor opción. Como anécdota, apuntar que Castiella calculó con hulla, pero no descartaba la energía nuclear.

Aunque los cálculos los hizo con hulla, Castiella no descartaba la energía nuclear. 

El proyecto olvidado de este ingeniero tiene particular vigencia no solo por la superioridad de las calefacciones urbanas sobre las individuales tanto en eficiencia como en adaptabilidad a las nuevas tecnologías. Además de eso, están los estudios de los profesores que redescubrieron los papeles que describían el proyecto, pues cabe intuir que aquellos motivos que empujaron al Ayuntamiento dirigido por Miguel Javier Urmeneta a no hacer caso a Castiella, van a ser a los que tocará enfrentarse ahora para acometer la transición energética.

Cambiar la mente, verdadero cambio

César Martín (profesor de Construcción, Instalaciones y Estructuras de la Universidad de Navarra) y María Eguaras (profesora asociada de la UPNA) concluyeron en un trabajo que el proyecto de Castiella abarataba costes de material (por las compras centralizadas) y mantenimiento, era más eficiente, más salubre y más rentable.

Uno de los planos con la ubicación de la caldera y las zonas a las que daría servicio conservado en el Archivo del Departamento de Edificación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra.

Según su investigación, uno de los problemas fue la falta de implicación y de conocimientos sobre la materia que tenían los miembros del ayuntamiento. Hubo, además, «desacuerdos entre las partes implicadas». En particular, las empresas que pretendían construir en esas zonas no querían participar de un proyecto que exigía una importante inversión (64 millones) y que prometía los beneficios.

Una de las anomalías que explican el fracaso, según detectan estos profesores, es que «buena parte del trabajo del ingeniero consistió no en convencer sobre la viabilidad técnica, que se supone, sino sobre la viabilidad económica de la propuesta. Algo que continúa sucediendo actualmente cuando se plantea un sistema de cogeneración centralizado, una planta fotovoltaica o un parque eólico».

Existió, entonces, un problema añadido de falta de concienciación. «No comunicar adecuadamente la importancia a la sociedad de este tipo de infraestructuras provoca, no solo que estas no se realicen, sino que caigan en el más absoluto de los olvidos».

Martín y Eguaras consideran clave la implicación de empresas de servicios que puedan aportar el capital necesario.

Martín y Eguaras consideran clave la implicación de empresas de servicios que puedan aportar el capital necesario para acometer proyectos así de ambiciosos. Para ello, deben «presentarse como una solución competitiva no solo para la empresa explotadora, sino para el usuario y, por ende, para la ciudad (...), fomentándose la implantación de este tipo de sistemas que tantas ventajas presenta y de forma indirecta contribuyendo a la eficacia energética de los núcleos urbanos».

Estos profesores, en 2017, responden a la pregunta que lleva sobrevolando toda esta noticia: ¿Se ha pasado la oportunidad para infraestructuras así? Por supuesto que no. Son válidas para Iruñea y «extrapolables al resto de ciudades del norte». Según afirman, aunque tengan «contextos urbanísticos dispares», es el clima y el consumo de calor que requieren estas ciudades lo que justifica infraestructuras de semejante magnitud.