Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

La contraofensiva ucraniana, el dilema de Putin y el factor tiempo

La contraofensiva militar ucraniana ha cogido totalmente a contrapié a Rusia, con los halcones echando chispas y presionando a Putin para que decrete la movilización general. Fisuras que confirman la gravedad del revés ruso, el segundo y más contundente aún que el que sufrió en su marcha a Kiev.

Un blindado ruso abandonado en la región de Jarkov.
Un blindado ruso abandonado en la región de Jarkov. (Juan BARRETO | AFP)

Cuando se cumplían seis meses desde el inicio de la invasión militar rusa de Ucrania, «Operación militar especial» en el argot del Kremlin, firmábamos un análisis en el que, frente a los que coincidían en pronosticar una cronificación del conflicto, nos atrevíamos a aventurar que algo tenía que pasar en la guerra, que un bando u otro, o los dos, tratarían de superar la parálisis en un frente que ya algunos comparaban, exagerados, con la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial.

La de momento exitosa contraofensiva militar ucraniana, que en una semana ha logrado recuperar para Kiev la misma porción o más de territorio que el que le costó desde abril cinco meses conquistar al todavía –con permiso de China– segundo ejército más poderoso del mundo, apunta a ese giro. Aunque es difícil saber si el punto de inflexión acabará ahí y estamos en la antesala de un desenlace de la guerra o ante los prolegómenos de un enconamiento, por reacción rusa, del conflicto.

El Ejército ucraniano asegura haber recuperado 6.000 kilómetros cuadrados, el doble ya de los 3.000 que anunció el pasado domingo. Es difícil cotejar esas informaciones, pero parece confirmarse que sigue avanzando, y no solo en la región de Jarkov, donde asegura haber retomado el control de 300 localidades y «liberado» a 150.000 personas.

Analistas militares occidentales coinciden en alabar el plan del carismático general ucraniano Syrskyi, quien con el señuelo de una contraofensiva en Jerson (sur) a finales de agosto, y que combinó ataques artilleros con acciones de sabotaje como voladuras de puentes y arsenales rusos, habría logrado atraer a las tropas rusas más experimentadas a la zona (paracaidistas y unidades de élite Spetsnaz), dejándolas aisladas en la orilla izquierda del río Dniéper y, en paralelo, desguarneciendo el flanco norte ruso, lo que permitió que, en una operación relámpago, el Ejército ucraniano avanzara rápidamente y se hiciera con el control del triángulo que conforman las localidades de Izium, Kurpiansk y Balakilia, en Jarkov, crucial para el suministro militar ruso, y puerta de entrada al Donbass.

Está por ver si la jugada que se atribuye al comandante de las fuerzas terrestres del Ejército ucraniano, Oleksander Stanislavovich Syrskyi, culmina con éxito, pero Kiev insiste en que prosigue su avance.

Jerson en el punto de mira

Informaciones periodísticas no contrastadas aseguran que jóvenes reclutas rusos y milicianos prorrusos atrapados por la ofensiva paralela en Jerson estarían dispuestos a rendirse, como hicieron sus camaradas en Jarkov, donde abandonaron decenas de tanques y carros de combate operativos. Una quincena de localidades de la provincia, que recibe el nombre de su capital, Jerson –la única ciudad ucraniana de importancia conquistada por Moscú en casi siete meses de campaña–, han caído en manos de Kiev.

Fuentes ucranianas llegaron a asegurar el domingo que su ofensiva había llegado hasta el aeropuerto de la ciudad rebelde de Donetsk, capital de la autoproclamada república prorrusa homónima y que, junto a Lugansk, compone la región rusófona del Donbass.

Por lo que toca a Donetsk, la pérdida de Izium deja al Ejército ruso sin su cabeza de puente para alcanzar Sloviansk, Bajmut y Kramatorsk, sin las cuales Moscú sigue sin poder soñar con controlar el 40% de la provincia rusófona del mismo nombre aún bajo control ucranio. Por de pronto, el Ejército ucraniano aseguraba ayer que las tropas rusas habrían abandonado la localidad de Kremina y se dirigían hacia Svatovo –donde algunas fuentes aseguraban que la guarnición rusa también habría huido– ambas en la provincia de Lugansk, cuya «liberación total» anunció Rusia a principios de julio tras meses de ofensiva.

De ser cierto todo ello, estaríamos ante el comienzo de un colapso militar ruso total, lo que vendría a confirmar los augurios de aislados analistas como Pavel K. Baev (‘La Vanguardia’), quien desde el principio era escéptico sobre la capacidad de las fuerzas rusas y calificaba ayer, en una entrevista al diario barcelonés, de «parálisis fluida» la situación en el frente en julio y agosto pasados, con unas «posiciones rusas» en un «frente demasiado amplio» y con «crecientes puntos débiles».

Ucrania no habría hecho más que aprovechar esa debilidad, por lo demás estructural en el anquilosado Ejército ruso, que cuenta con problemas para suplir el agotamiento de sus arsenales y sigue sin poder dejar atrás su historial de corrupción entre sus mandos. Y que está mucho más desmotivado que el ucraniano, tanto que necesita de unidades mercenarias como la Wagner o de las fuerzas de asalto chechenas de Kadirov –una suerte de gurkas caucásicos– para mantener, algo prietas, las filas.

El Ejército ruso lleva los últimos días respondiendo con un repunte de sus bombardeos sobre las recién recobradas posiciones ucranianas. Pero no parece que ello vaya a permitir a Rusia no ya reanudar su ofensiva militar, sino evitar su repliegue.

Todo mientras Ucrania siga recibiendo armamento occidental, aunque sea de segunda mano. Ahí se inscribe el llamamiento del ministro de Exteriores, Dimitro Kuleba, para que EEUU, Gran Bretaña y la UE le envíen más armamento pesado para mantener y redoblar la ofensiva

Fisuras crecientes

Ante ello, crecen, desde todos los flancos, las voces que critican la estrategia del Kremlin y que comienzan a apuntar al propio presidente, Vladimir Putin. De un lado, ya son casi un centenar los concejales de Moscú, San Petersburgo y Kolpino, en el extrarradio de la antigua Leningrado (Petrogrado), que han firmado una misiva exigiendo la renuncia del inquilino del Kremlin y su procesamiento por «alta traición».

Aducen, para ello, que la campaña militar en Ucrania ha logrado justo lo contrario de lo que pretendía: rearmar al país vecino y reforzar la presencia de la OTAN en la frontera rusa (Finlandia). Con todo, y más allá de razones, no parece que esa «rebelión» vaya a tener un efecto más que testimonial, teniendo en cuenta la debilidad, estructural y forzada, de la oposición rusa.

Más chocante, y a medio plazo influyente, resulta la irrupción de críticas abiertas a la estrategia del Kremlin en tertulias y programas de televisión. Críticas que certifican que la campaña ucraniana está siendo todo menos un paseo militar y que apuntan, sobre todo, a la responsabilidad de los asesores del presidente, a quien habrían convencido de que la inmensa mayoría de los ucranianos recibirían al Ejército ruso con flores.

Pero, sin duda, la mayor y más decisiva fisura en Rusia está llegando de la mano de los «halcones», los mismos que animaron a Putin a lanzarse a la aventura. Igor Strelkov, quien como miembro del servicio secreto militar ruso (GRU) lideró en 2014 la rebelión armada en el Donbass, ya da la guerra por perdida, y el popular presentador televisivo Vladimir Soloviev ha pedido ejecutar a los comandantes rusos en la zona. Propagandista del Kremlin, Soloviev ha llegado a pedir abiertamente que se lancen bombas nucleares contra el Ejército ucraniano y el palacio presidencial de Kiev.

El presidente títere y autócrata de Chechenia, Ramzan Kadirov, ha cargado contra los mandos rusos «por regalar (a Ucrania) varias ciudades» y ha advertido de que, de no hacer cambios de estrategia inmediatos, exigirá explicaciones en lo más alto, léase Putin.

Todos ellos coinciden en presionar a Putin para que declare oficialmente la guerra a Ucrania y decrete la movilización general. El líder de –lo que queda– de los comunistas rusos (PCFR), Guennadi Ziuganov, se ha sumado al coro. «Una operación militar puede ser detenida en cualquier momento. La guerra no se puede detener, termina con la victoria o con la derrota. Estamos en guerra y no tenemos derecho a perderla».

De momento, el Kremlin ha rechazado una movilización total «En estos momentos no, está fuera de la conversación», aseguró el portavoz de la Presidencia rusa, Dimitri Peskov.

Putin se halla en una encrucijada. O mantiene el rumbo, lo que le puede llevar a una retirada deshonrosa, o pone toda la carne en el asador afganizando el conflicto, lo que tampoco le asegura la victoria por las fallas estructurales de su aventura militar y podría acabar por abrirle una crisis política interna, sin olvidar el consiguiente incremento de la presión internacional. Entre informaciones de que el presidente ruso se habría atrincherado en su mansión de Sochi (Abjasia) y se negaría a evacuar consultas con sus generales, Putin tiene un dilema. Y, con anuncios de familiares de dirigentes prorrusos de Crimea cruzando el puente para huir a Rusia, cada vez tiene menos tiempo para decidir.