Àlex Romaguera
BARCELONA

Contra la emergencia climática, revuelta en las aulas

Una nueva generación de activistas toma el relevo de las viejas luchas medioambientales y, en universidades y otros espacios públicos, exige un cambio de políticas para frenar la crisis sistémica actual.

Imagen de la entrada de la Universitat de Barcelona ocupada por los activistas climáticos.
Imagen de la entrada de la Universitat de Barcelona ocupada por los activistas climáticos. (END FOSSIL BCN)

El pasado 9 de noviembre terminaba en la Universidad de Barcelona (UB) la acampada que End Fossil había organizado para protestar contra la pasividad de las instituciones ante la crisis climática. Según Sara Santana, portavoz del colectivo, «es del todo contradictorio que la UB se declare comprometida con el medio ambiente y la sostenibilidad y, a la vez, albergue empresas que contribuyen al cambio climático, como son Repsol, con una cátedra, Iberdrola o el Banco Santander, la entidad financiera que más fondos ha transferido para obtener combustibles fósiles en el Estado Español».

A raíz de la acampada, coordinada bajo el paraguas de la plataforma Rebelión Científica, End Fossil ha logrado que la principal universidad catalana asuma la creación de una asignatura sobre crisis ecosocial para los grados, posgrados y otros itinerarios académicos del curso 2024-2025. Una demanda que, para este movimiento, tiene que permitir «dar herramientas a los alumnos sobre las alternativas para alcanzar una transición ecosocial justa», añade Santana.

La protesta de Barcelona, que culminó con una Cumbre de Movimientos Sociales impulsada por las redes de Justicia Climática y Soberanía Energética de Catalunya, coincidió con otras acciones de Rebelión Científica para «demandar a los gobiernos que actúen con el fin de revertir la crisis climática, ecológica y social». En estos términos se refiere el comunicado lanzado por este grupo de investigadores y académicos surgido en 2019, según el cual «las políticas de corte neoliberal han propiciado un incremento de los desastres ambientales y la contaminación de amplias zonas del planeta, con la consiguiente pérdida de biodiversidad, el deterioro de la salud y el desplazamiento de comunidades de sus territorios». Según Rebelión Científica, las inundaciones y los incendios han aumentado un 43,8% la última década y se prevé que se multipliquen en vistas al año 2030.

Jaque a la Cumbre

A propósito de estas movilizaciones, el activista y portavoz de Futuro Vegetal, Bilbo Basaterra, considera que son la expresión de la inquietud de muchos jóvenes por las terribles consecuencias que provoca el colapso climático. «No solo en los países más empobrecidos del Sur Global. También en el Estado español, los últimos informes indican que se han perdido entre el 30% y el 60% de las cosechas durante este 2022, lo que pone en riesgo nuestra seguridad alimentaria», asegura Basaterra.

Tanto Basaterra como Sara Santana coinciden en que el actual escenario compromete la supervivencia de las futuras generaciones. Y en este sentido, recuerdan los 11.000 científicos de 153 países que en 2019 suscribieron un manifiesto en la revista “BioScience”, en el cual advertían de los perjuicios sociales y ambientales que acarreaban las políticas neoliberales y extractivistas.

También en esta línea, los activistas aluden a un reciente estudio del Hospital Infantil Sant Joan de Déu de Barcelona, según el cual los niños y niñas que ahora tienen menos de 5 años padecerán los efectos que se derivan de las pandemias que surgen de la explotación de la tierra, la contaminación del aire y el cambio brusco de temperaturas. «Este informe pronostica que, cuando sean adultos, presentarán graves problemas respiratorios, cardiovasculares y, en general, una salud mucho más precaria», indica Basaterra.

Las denuncias de Futuro Vegetal, End Fossil y otros movimientos irrumpieron sobre todo coincidiendo con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), que tuvo lugar en Egipto entre el 6 y el 18 de noviembre. En particular, por la negativa de los estados a adoptar medidas que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero. Más allá de crear un fondo para «pérdidas y daños» destinado a los países en desarrollo, los estos participantes no han acordado ningún plan que evite el incremento de 1,5 grados de la temperatura mediana de la tierra, como así se habían fijado en la COP21, celebrada en París en 2015. De hecho, en el Estado español, las emisiones de estos gases causantes del colapso climático se han incrementado hasta un 5,9% en el último año.


«La Cumbre ha sido decepcionante, pues aparca cualquier medida para terminar con las energías fósiles y limitar las operaciones con las que las grandes transnacionales ponen en peligro el objetivo del decrecimiento», denuncia Bilbo Basaterra. En lugar de eso –destaca el activista de Futuro Vegetal–, los estados han dado más margen para mantener sistemas contaminantes en lugar de apostar por fuentes energéticas renovables. Unas decisiones que, según Basaterra, serían suficientes para que los mandatarios fueran juzgados por crímenes de lesa humanidad, pues «estas políticas están abocando a la pobreza y a la muerte a millones de personas».

Un reto colectivo

La cumbre sobre el Cambio Climático permitió aflorar un conjunto de movimientos que, desde ámbitos bien distintos, se han conjurado por intensificar las acciones de protesta, conscientes de que «la humanidad se enfrenta a una perspectiva de sequía, hambre, inundaciones y colapso social». Así de concluyente se manifiesta Sara Santana, para quien la reacción de la sociedad tiene que ser inmediata, concertada y simultánea en todos los sectores y continentes del planeta.

Pese a esta preocupación, tanto Santana como Basaterra ven positivo el impacto que ya han tenido las recientes acampadas de Rebelión Científica, pues, según explican, han puesto de relieve la inquietud que la crisis climática tiene entre centenares de académicos e investigadores de todo el mundo. «Nos han apoyado de forma muy masiva, tanto a través de manifiestos como sacando a relucir información sobre la crisis climática, ecológica y social que tenemos enfrente», asegura Bilbo Basaterra.

Para el portavoz de Futuro Vegetal, la aportación de la comunidad científica es fundamental en vistas a sustentar las reivindicaciones, si bien considera igual de importante apoyar otros proyectos que operen bajo criterios ecológicos y socialmente responsables y, ligado a ello, conectar con el feminismo y otras luchas que han cogido centralidad los últimos años. «No se puede ser feminista ni antirracista sin tocar la crisis climática», apunta Basaterra, para quien «el único camino es enraizar estas luchas y defender que hay alternativas en marcha que pueden garantizan la viabilidad de nuestras vidas y nuestros territorios».

En busca de ventanas de Overton

Sacudir la sociedad para encarar los retos que tenemos entre manos. Esta es la máxima que persiguen los diferentes colectivos que hoy protagonizan las acciones contra las políticas neoliberales que están detrás de la emergencia climática.

Aún y así, no hay una estrategia consensuada sobre qué iniciativas pueden hacer que la población conozca de forma tangible la situación límite que en la que se encuentra el planeta. Y es que, mientras que en el Reino Unido y Francia, las asambleas ciudadanas climáticas que se iniciaron en 2020 han permitido colocar la información científica en el centro del debate público, en estos y otros países se han activado de forma paralela actos de desobediencia civil no violenta para romper el silencio y lograr efectos más disruptivos. Es el caso de las recientes acampadas en varias universidades o la acción que tuvo lugar en Madrid el 6 de abril pasado, cuando 15 activistas de Rebelión Científica fueron detenidos por lanzar tinta amarilla en la fachada del Congreso de los Diputados.

Pero, si algunas de las acciones han catapultado el movimiento, son las organizadas por Just Stop Oil y Futuro Vegetal en museos, galerías y otros espacios similares. Activistas de estos grupos han salpicado de pintura esculturas o cuadros de referencia mundial, lo cual ha avivado el debate sobre si es ético dar más valor al patrimonio cultural que al natural. Según sus protagonistas, abriendo estas ventanas de Overton –fórmulas astutas e imaginativas de actuar– se pueden remover conciencias y hacer que la sociedad, y en particular la clase política, actúe para atajar la emergencia climática.A.R.