Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

«Maybe I Do»

La crítica actual detesta, y seguramente con razón, el cine nostálgico que no se acerca ni de lejos a los viejos modelos en que se inspira. Pero esto es una industria en la que hay mucha gente veterana que necesita seguir pagando sus facturas, y tanto el personal técnico como el artístico entrado en años se agarran a cualquier proyecto, por modesto que sea, que les mantenga en activo. Detrás de la cámara le sucede a Michael Jacobs, un productor y guionista de televisión y teatro que lleva cinco décadas en el oficio, yendo a debutar como director de cine a punto de cumplir los 68 años. Una oportunidad tardía en una película de saldo, basada en su propia obra teatral, estrenada sobre los escenarios en 1978. Lo mismo sucede con el reparto estelar, que en los 80 o los 90 no se pudo contratar, y que ahora entran perfectamente dentro de un muy bajo presupuesto de 7,5 millones de dólares. Produce verdadero vértigo el pensar que el caché de Richard Gere, Susan Sarandon, Diane Keaton o William H. Macy haya podido bajar tanto en el nuevo milenio, pero lo cierto es que trabajan en un sector que depende del éxito de público, y mejor no hablar de las cifras de recaudación a las que apunta ‘Maybe I Do’ (2023), a pesar de contar con un cartel de lujo en sentido retrospectivo.

El paso del tiempo juega malas pasadas, y no digamos ya a una obra creada hace 45 años. Lo que son las cosas, en su momento el entonces joven Michael Jacobs escribió su pieza teatral pensando en un Woody Allen que se encontraba en pleno auge. Tanto es así, que el protagonista de la función se llamaba, no por casualidad, Allen. En su adaptación cinematográfica la postal alleniana de Nueva York sigue ahí, pero el genio inspirador está ya a punto de retirarse y con su popularidad en horas bajas. Y, claro, Diane Keaton ya no es la misma, y se limita a actuar con el piloto automático puesto.

En la parte temática, Jacobs ha creído que retomar su vieja comedia escénica para el cine resultaba pertinente gracias a su conexión con el tema en boga del miedo al compromiso. Es verdad, el tal Allen tiene alergia al compromiso matrimonial, aunque al final es algo que resulta puramente anecdótico, porque el verdadero tema central es el del engaño, visto en sus diferentes formas de infidelidad o deslealtad. De hecho, el título de la obra teatral era el de ‘Cheaters’, referido a quienes engañan. Viene a decir que la escasa confianza de las nuevas generaciones en la vida matrimonial se debía y se debe al mal ejemplo de sus mayores, que se casaban para mantener de manera hipócrita relaciones extramatrimoniales.

Estoy dando rodeos para no caer en el maldito spoiler, si bien la sorpresa que encierra el desarrollo argumental se intuye a las primeras de cambio. Solo revelaré que se trata de tres parejas cruzadas entre sí, una joven y dos maduras, las cuales desconocen los lazos que las unen familiarmente.

La película en su primer acto presenta a las tres parejas por separado, empezando por Grace (Diane Keaton) y Sam (William H. Macy), que coinciden en una sala de arte y ensayo, donde proyectan una producción sueca en versión original, en claro homenaje al culto bergmaniano que procesaba Woody Allen, y a ella le conmueve verle llorando a él durante la proyección, por lo que acaban teniendo una larga velada íntima en la que conversan.

En paralelo, Monica (Susan Sarandon) y Howard (Richard Gere) comparten habitación de hotel, donde ella quiere sexo y él no. Por último, Michelle (Emma Roberts) y Allen (Luke Bracey) asisten a una boda, en la que está preparado que ella reciba el ramo de flores, que él intercepta para no comprometerse.

De ahí se pasa al definitivo escenario, cuando la pareja joven llama a consultas a sus respectivos padres para que les ayuden a disipar sus dudas y temores ante un futuro juntos. Pero en lugar de encontrar consejo y apoyo, sucede que los dos matrimonios maduros ocultan un enredo que no les va a dejar bien parados, por estar hecho de engaños.