«No te metas en política, haz como yo. Tú, de UPN», le recomendó a su sucesor el último alcalde de derechas que hubo en Puiu, un pueblo valdorbés con 350 habitantes, mientras le entregaba la vara de mando. Llevaba razón.

UPN se introdujo tan a fondo en la Administración que, a ratos, parecían indistinguibles. Y si cualquier alcalde quería rascar cosas para el pueblo, lo más útil era ser de UPN. Aquel consejo era cierto y sincero. Había que ser de UPN no por política, sino por practicidad. 

Bajo este paradigma nacieron por docenas las candidaturas municipales con el nombre del santo patrón del pueblo. Independientes en lo formal, de UPN en la vida real, y bajo dirección del cacique local que conseguía las cosas a través de conocidos. Ahí siguen muchas de las listas, medio mancas, pero siguen.  

Hoy ese modelo está roto. Lo cual ha lastrado mucho las listas de UPN, que ha sufrido para presentar candidaturas hasta en lugares con posibilidades de gobernar. Y al PP le ha ido de pena como alternativa. De fundamento, solo ha podido sacar en Iruñea y Tutera. En Tafalla el candidato es un pegote cirbonero y en Lizarra van gallegos de relleno. 

Se dirá que la causa de tan malas listas municipales es una crisis, acaso temporal, generada por la división a cara de perro entre UPN y PP. Niego la mayor. El problema es más hondo y viene del quebranto de aquellos modos de funcionar en los que se manejó el apolítico alcalde de Puiu. La inutilidad de ser de UPN es lo que de verdad está carcomiendo a este partido.