Guillermo Garrido (Efe)
Edimburgo

La primera declaración de la independencia escocesa ve de nuevo la luz tras dos décadas oculta

«Mientras quedemos vivos cien de nosotros, nunca seremos sometidos bajo ninguna condición a la soberanía de los ingleses…», se lee en el manuscrito, que le hace ser considerado como la primera declaración escocesa de independencia, señala la Declaración de Arbroath.

La comisaria senior del Museo Nacional de Escocia, Alice Blackwell, junto a la Declaración de Arbroath.
La comisaria senior del Museo Nacional de Escocia, Alice Blackwell, junto a la Declaración de Arbroath. (Museo Nacional de Escocia)

El frágil y poderoso manuscrito con el que en 1320 Escocia persuadió al Papa Juan XXII a interceder a su favor en la disputa histórica con Inglaterra, considerado la primera declaración escocesa de independencia, ve de nuevo la luz tras casi dos décadas oculto para su preservación.

Escrita en un latín pulcro para la correspondencia con el pontífice, la Declaración de Arbroath, que se exhibe del 3 de junio al 2 de julio en el Museo Nacional de Escocia, fue ideada como contraofensiva diplomática de Roberto Bruce y sus barones, asediados por el rey inglés Eduardo II (1294-1327), para asentarse como rey de Escocia.

Bruce ascendió al trono en disputa por la falta de sucesor del último monarca escocés Alejandro III en 1306 tras asesinar en la abadía de Dumfries a su máximo rival, John III Comyn, perteneciente a una de las principales familias de Escocia. «Ni el Papa ni Eduardo II de Inglaterra reconocían a Roberto I (1306-1329) como rey legítimo de los escoceses, e Inglaterra defendía que debía tener soberanía sobre el reino de Escocia», explica la comisaria senior del Museo Nacional de Escocia, Alice Blackwell.

«Es una carta enviada en nombre de 39 condes y barones de Escocia al Papa en Avignon, que hasta ese momento había estado del lado de los ingleses. Tiene 703 años de historia, y sigue siendo un documento importante», afirma Blackwell.

La misiva está expuesta bajo una luz tenue para preservar su conservación, con sellos coloridos como firmas adheridos a su rugosa textura y algún claro entre sus líneas, como señal del paso del tiempo. «Lo maravilloso de estos documentos del pasado es que la forma en que los entendemos siempre cambia», valora Dauvit Broun, profesor de Historia de la Universidad de Glasgow y estudioso del manuscrito.

Según el profesor Broun, en la Edad Meda la declaración se entendía como un «compendio de las atrocidades que Eduardo II cometió contra Escocia; la ocupación inglesa se volvió opresiva». «Las tropas inglesas no recibían suministros de forma efectiva por el rey y tenían que sobrevivir de alguna forma, por lo que robaban a la gente de los vecindarios, lo que les hizo totalmente impopulares», afirma el experto.

«Mientras quedemos vivos cien de nosotros»

No fue hasta la Edad Moderna, en el siglo XVII, cuando los historiadores se fijaron en el extracto que a día de hoy le da significado, dice Broun. «Mientras quedemos vivos cien de nosotros, nunca seremos sometidos bajo ninguna condición a la soberanía de los ingleses…», se lee en el manuscrito, que le hace ser considerado como la primera declaración escocesa de independencia.

La respuesta del pontífice no sobrevivió al paso del tiempo, pero la misiva «sí logró relajar la presión sobre Bruce y su gobierno», afirma el profesor Broun. Escocia en aquella época estaba «bajo una presión intensa y el Papa utilizaba todo lo que tenía en su mano contra el reinado, y urgía a los escoceses deshacerse de Roberto Bruce», explica el historiador.

Pese a todo, añade Blackwell, «cuatro años más tarde de que la carta fuera enviada (1324), Juan XXII accedió a que Roberto Bruce fuera rey de Escocia, y ocho años más tarde consiguió que se firmara un tratado de paz entre Inglaterra y Escocia».

El acuerdo de paz de 1328 llegó con el sucesor a la corona inglesa, Eduardo III (1327-1377), quien reconoció a Roberto Bruce (Roberto I) y sus herederos como reyes de Escocia. «Después, el pontífice confirió el privilegio de la unción y la coronación a Roberto I», ilustra el profesor Broun, aunque «cuando el Papa firmó la bula papal, Bruce había muerto la semana anterior, así que no vivió para ver su triunfo final».