Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Pánico «balcánico» a un estallido de Kosovo en una Europa en guerra

La decisión de Pristina de enviar con protección policial a políticos albano-kosovares a tomar posesión de los municipios serbios del norte de Kosovo ha encendido más los ánimos en un conflicto en el que Occidente hace ahora de apagafuegos por temor a que Rusia utilice sus arenas movedizas.

(STRINGER | AFP)

Cuando resonaban los ecos por la negativa de la minoría serbia a identificar sus vehículos con matrícula kosovar, el norte del enclave vuelve a estallar con un encono que evidencia el odio recíproco y la frustración de unos y de otros.

Un odio alimentado por una paradoja que se repite en muchos conflictos en el mundo, no solo en los Balcanes.

A fines de los noventa, estertores de la desintegración de Yugoslavia, la población albano-kosovar sufrió un proceso de limpieza étnica por parte de la Serbia de Milosevic, que respondió con brutalidad a una insurrección soberanista inicialmente pacífica y luego armada.

Derrotada por los bombardeos de la OTAN --sin el aval de la ONU-, las tornas cambiaron y con la guerrilla albanesa UÇK en el Gobierno kosovar, comenzó un proceso de limpieza étnica y hostigamiento contra la minoría serbia y los siempre olvidados romaníes.

Los serbios representaban en 1939 un tercio de la población en Kosovo. En 1981 suponían el 15% en un territorio que formaba parte de Serbia pero al que la Yugoslavia federal de Tito otorgó el estatus de provincia autónoma (hay un debate en torno al efecto que este reconocimiento tuvo en la disminución de la proporción de población serbia, sin obviar las altas tasa de natalidad albanesas).

A falta de censos actualizados, los serbios no representan hoy acaso ni el 5% de la población (menos de 100.000). Tras la guerra, 200.000 serbios y romaníes huyeron y pocos han regresado. Con el nuevo milenio, el éxodo, sobre todo entre los jóvenes, no ha cesado, principalmente desde los aislados enclaves de mayoría serbia en el centro de Kosovo.

En los pogromos de 2004, una treintena de centros ortodoxos serbios fueron destruidos. Solo 24 siguen abiertos, pero custodiados día y noche por las tropas de la OTAN (KFOR), como el Patriarcado de Pec, sede histórica de la iglesia ortodoxa serbia, o el monasterio de Decani. Sin olvidar la iglesia ortodoxa de Nuestra Señora de Ljevis, en Prizren, donde siguen viviendo un puñado de los 10.000 serbios y fieles que habitaban la segunda ciudad mas populosa de Kosovo.

Hay frustración por ambas partes

En Kosovo, incapaz -15 años después de que un centenar largo de países, sobre todo occidentales, reconocieran su independencia- de articularse como un Estado viable; vetado por Serbia -y su valedor ruso-; no reconocido por la mayoría de los países no alineados, además de por cinco miembros de la UE (entre ellos el Estado español), Pristina responde presionando aún más a lo que queda de minoría serbia.

En este sentido, destaca el viraje protagonizado por el partido soberanista kosovar Vetevendosje, que en 2020 llevó al actual primer ministo, Albin Kurti, al poder. Kurti prometió entonces que negociaría directamente con los representantes de la minoría serbia para esquivar lo que calificaba de «padrinazgo chantajista» de Belgrado.

Sin embargo, y después de ser desalojado del poder en unos meses por una pinza de los dos partidos históricos (PDK, heredero de la UÇK, y LDK), regresó al poder un año después con una alianza con un partido liberal y con un mensaje, y una acción, cada vez más populista y con un creciente desprecio a las minorías, incluso la bosnia y la goraní (eslavos de fe musulmana).

Tras acceder en 2022, y a instancias de EEUU y la UE, a posponer las municipales en los cuatro municipios del norte donde los serbios aún son mayoría (Mitrovica, Zubin Potoc, Liposavic y Zvecan), Kurti las convocó el pasado abril abriendo la caja de Pandora.

Alimentando la frustración de estas poblaciones, ancladas junto a Belgrado en la negativa a renunciar a Kosovo como origen histórico y corazón de Serbia (la mitificada batalla de Kosovo Polje, cuando en 1389 los serbios fueron derrotados por el Imperio otomano), y que rechazan todo ejercicio de poder del Gobierno de Kosovo que suponga alienarlos de Serbia mientras denuncian crecientes hostigamientos albano-kosovares, incluidos atentados y tiroteos. Serbia ha respondido concentrando soldados en la frontera.

Y en esas, y en plena guerra en Ucrania, Rusia agita el avispero y acusa a Occidente de la crisis, alineándose con los «desesperados» serbios.

Mientras, la KFOR, que tras 24 años en el país se ha reforzado con 700 efectivos más, se niega a levantar las barricadas erigidas por los serbios en el puente sobre el río Ibar y en los accesos a sus municipios, tal y como exige Pristina. Y rechaza el despliegue de un millar de soldados serbios, como urge Belgrado.

Por su parte, la UE convocó a las presidencias kosovar y serbia a la cumbre de la Comunidad Politica Europea en Moldavia. Instó a la primera a repetir municipales y a la segunda a desactivar el boicot de la minoría serbia.

Acuerdo marco

Todo ello en el marco más general del impulso de una normalización a través de un acuerdo marco por el que Serbia reconocería, de facto, a Kosovo como un Estado en construcción. Una suerte de reedición del «tratado fundamental» de 1972 por el que la RFA de Willy Brandt asumía la existencia de la RDA.

A cambio de que Serbia no vete el ingreso de Kosovo en organismos internacionales, Pristina debería reconocer una amplia autonomía para la comunidad serbia y no entorpecer sus estrechas relaciones para-estatales con Belgrado.

Una propuesta salomónica que se completa con el palo y la zanahoria; Bruselas amenaza a ambas partes con consecuencias en clave de recorte de ayudas y en el ámbito del proceso de adhesión a la UE.

El hecho de que ambas partes concernidas se nieguen a firmar y poner en práctica ese «acuerdo marco» evidencia la debilidad geopolítica comunitaria.

Mientras Serbia flirtea con el apoyo de su gran hermano eslavo, Rusia, a la que le interesa sacudir el avispero balcánico en plena pugna con Occidente en Ucrania, Kosovo solo hace caso a EEUU a la vez que sus dirigentes amagan con lanzar un órdago con su integración en Albania (Gran Albania), lo que haría saltar en pedazos los frágiles equilibrios intercomunitarios en la región (Bosnia, Macedonia...).

Todo ello en un contexto en el que persiste el pánico a una extensión de la tensión bélica al sureste de Europa. Abonado por los que, siguiendo el adagio de Winston Churchill, y conscientes de que la región ha sido hisróricamente teatro de los conflictos entre las grandes potencias en Europa, hacen suyo aquello de que «los Balcanes engendran (y siguen engendrando) más historia de la que pueden digerir».