Mariona Borrull
Elkarrizketa
Itxaso Arana
Directora de ‘Las cosas están bien’

«Para mí el ‘estar bien’ ha sido una auténtica conquista»

La directora navarra Itsaso Arana firma uno de los mejores y más esperados debuts del año. ‘Las chicas están bien’ es una preciosa película de verano, tejida por la amistad, los bañitos en el río y las fiestas de pueblo.

Itsaso Arana.
Itsaso Arana. (Elvira Iranzo - Los Ilusos Films)

Itsaso Arana (Tafalla, 1985) me explica que ‘Las chicas están bien’ surgió por la necesidad de hacer las paces con la imagen del cuerpo moribundo de su padre. Su película, aunque no sustituya a ninguna terapia, sí da lugar para conversaciones que nos importan, que nos desnudan y que al mismo tiempo nos permiten sentirnos un poco más en casa. Escrito desde las experiencias reales de sus actrices, rodado en quince días y casi como de acampada, el debut en la dirección de Arana suena ya para el circuito de premios nacionales, y viene recabando buenas críticas desde su estreno en el prestigioso festival de Karlovy Vary, en la República Checa.

Cinco amigas, ensayando una obra durante siete días en una casa de campo. Es verano, nadie tiene prisa. Con las chicas, la actriz y directora se conocía de antes: con Itziar Manero y Helena Ezquerro mantenía una relación de amistad cercana, casi de amadrinamiento (me dice, «las quiero proteger todo el rato»), y a Irene Escolar y Bárbara Lennie las quería y respetaba mirándolas desde la periferia del circuito teatral (con Irene, «ella representaba un lugar mucho más oficialista, mientras que yo venía de la alcantarilla…»; con Bárbara, había montado una gira junto a Pascal Rambert: «nos pasamos una semana vestidas como la Macarena y gritando como locas a la oscuridad»). La película va sobre ellas y es un regalo a ellas, un espacio seguro desde el que abrirse. Hablo con Arana sobre el papel del ensayo, el euskara como hogar y los placeres que no creemos merecer.

La película es un ejercicio de autoficción. ¿No hubo ningún momento en que se quejaran de que las había hecho demasiado ‘personaja’?

No, de hecho yo creo que deseaban que las hiciera cuanto más ‘personaja’ mejor. Sí es verdad que en la primera versión del guion, que monté a raíz de las conversaciones filmadas sobre los temas de la película, hubo alguna historia que prefirieron que omitiera. Y eso sí quedó en lo privado: de hecho, esa primera versión del guion la escribí a mano y se la mandé en sobrecitos. No quería digitalizarla para que nadie pudiera acceder a ella, y se la envié con una nota que decía que esa versión en crudo era entre nosotras y nunca iba a salir de allí.

Por lo demás, yo creo que tenían ganas de jugar a la autoficción. Porque sigue siendo un reto: al final estás tan pegada a tu personaje que incluso puede ser difícil sentir que estás actuando… Pero el tono del guion era al mismo tiempo ligero, lo cual a nivel interpretativo hacía difícil lo fácil, y yo creo que ahí las entretuve… Yo no sé si allí había mucho personaje, pero sí había mucho matiz, y eso ya podía hacer que se sintieran agarradas a algo a lo que jugar.

Me parece muy loco que puedan trabajar con varias capas de autoficción, sobre todo viniendo del teatro posdramático y con usted actuando, además de dirigiendo. Debe de ser la disociación máxima, ¿no?

Sí, fue muy loco. Quizás por eso nos ha salido una película tan asilvestrada y curiosa, en materia de géneros. Yo diría que en la ‘peli’ están en juego muchas capas de mi cerebro.

Mencionaba cómo hablar en euskara con Itziar le devuelve a casa…

Yo sé euskara, y estudié en euskara hasta los dieciocho, pero para mí es una lengua aprendida. En el caso de Itziar, me di cuenta a lo largo del rodaje de que era su lengua materna y de que, por lo tanto, si hablaba con su madre tenía que hacerlo en euskara. Antes, yo había escrito su monólogo [un momento introspectivo de la película] en castellano, y así lo grabamos –y esa fue la única escena que volvimos a rodar–. Ella que es tan obediente y tan maja, ¡no me dijo nada! Hasta que un día me desperté y pensé, espera... Y le pregunté: ‘Itziar, tú si hablaras con tu ama, ¿lo harías en euskara? ¿Y por qué no me lo has dicho antes?’ [ríe]. Entonces, saqué tiempo de donde no lo había y dije: esto lo vamos a rodar en euskara. Ese momento además tiene una fuerza especial. Evidentemente, para quien hable euskara esa escena se parecerá más a casa, pero para quien no, ese subtitulado también puede tener algo misterioso, y algo del cuidado e intimidad que yo necesitaba en esa secuencia.

También es un momento muy reservado, ¿no?

Totalmente, lo que es curioso es este giro lingüístico, porque nunca lo llegué a traducir (¡no nos daba tiempo!). Entonces, le pedí que lo tradujera en su cabeza, que lo rehiciera y se lo dijera como a su ama, como lo haría de verdad. A nivel literario no quedaba igual, pero nos daba lo mismo. Al final lo que importa es el gesto, nada más.

Aunque el rodaje fue todo a la primera toma, ¿pudieron ensayar antes?

Esto me da reparo decirlo, pero hay un poco de desconocimiento a la hora de ensayar cine. Creo que los ensayos de cine deberían tener una naturaleza diferente y creo que pocas veces he ensayado una película de una forma que luego me haya ayudado a rodar. Para ensayar, hay que saber primero qué es lo que hace falta para saber enfrentar el rodaje. A veces no hace falta que en una sala de ensayos una actriz te sepa actuar toda la película, incluso te diría que en muchas ocasiones los ensayos son más una forma de hacer sentir seguro o segura al o la cineasta. Como una manera de decir: ‘Hazme toda la película delante de mis ojos para que, así, en el rodaje yo ya no te tenga que hacer caso. Además, como en un set hay tanta incertidumbre, por lo menos la interpretación ya la tengo asegurada’. Pero claro, con esto me estás quitando a mí, como actriz, mi proceso creativo. Porque mi proceso creativo ocurre en el set, en diálogo con tu mirada. No antes.

Entonces, para la película yo quise asegurarme de que ensayar no iba a ser un ‘asegúrame de que esto sale’, sino que fuera un caldo de cultivo con conversaciones, referentes y acuerdos. Las conversaciones previas ya eran ensayos, también las comidas, cenas y referentes que les he dado. Y como directora asumes tu parte de incertidumbre, porque entonces no la estás cargando sobre tu actriz.

Por encima de todo, yo no quería pan hecho del día anterior. Yo quería pan recién hecho. Y cuando veía que en una escena se estaban construyendo un poco, les quitaba frases o les cambiaba detalles, o intervenía dentro de plano. Para mí lo importante era que no estuviera muy acartonado. Esta es una ‘peli’ muy abocetada, que hubiera cambiado mucho si la hubiéramos hecho diferente.

Yo creo que les ha salido una película muy gustosa. ¿Cómo trabajaron desde lo material para conservar este espíritu gustoso?

Me gusta que lo digas, porque en la vida no creo que me sea fácil lo gustoso. Y, sin embargo, en el arte lo encuentro. Con esta película, era tan importante hacer algo placentero y que no ofreciera resistencia… Fuera, he aprendido que la vida es trabajo y una lista de cosas que hacer, y que siempre le debo mi placer a los demás, que no soy tan merecedora de estar bien porque sí. Aprender que esto no es necesariamente así ha requerido un largo proceso de maduración por mi parte.

El título de ‘Las chicas están bien’ es para mí un manifiesto, porque para mí el ‘estar bien’ ha sido una auténtica conquista, no me ha sido fácil. Aunque soy una persona optimista y vital, también tengo mucha conciencia de la sombra de la vida, y no soy un alma especialmente ligera de llevar. Entonces, valoro tanto haber hecho una película ‘gustosa’...

¿Y cómo se consigue?

Pues dándoles a las actrices un buen lugar donde dormir, buena comida, preguntarles hasta la saciedad si están bien… Yo les preguntaba tanto si lo estaban que creo que se hartaron, pero así daba la opción de que si cualquier persona en efecto no estaba bien, paráramos a tiempo. Para mí, eso era súper importante, casi patológico. Ya que la gente se había prestado a este proyecto, para mí era importante honrarlo.