Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Hamas y el pueblo palestino

La brutalidad de la incursión militar de Hamas alimenta el lugar común que, sobre todo en Occidente, distingue al movimiento islamista del pueblo palestino. Cuando, más allá de paternalismos, forma parte de él (aunque no es él), con todas sus consecuencias. Para ¿bien? y para mal.

Milicianos de Hamas y jóvenes en la frontera de Gaza tras la incursión.
Milicianos de Hamas y jóvenes en la frontera de Gaza tras la incursión. (MAJDI FATHI | AFP)

Las cancillerías occidentales, desde EEUU al Gobierno español y muchos creadores de opinión, a derecha e izquierda, coinciden en asegurar que «Hamas no es el pueblo palestino».

Desde la perspectiva de las organizaciones de ayuda humanitaria y de solidaridad con los palestinos esta distinción puede ser loable tras el visionado de las terroríficas imágenes de la incursión y el ajusticiamiento de civiles por parte de la organización islamista. Pero, en boca de esos políticos y analistas, es como poco una muestra de paternalismo que, en algunos casos, supera el límite del sarcasmo.

Contra lo que amenaza con convertirse aún más en un lugar común, Hamas no es una excreción ajena a la historia y la evolución del mundo árabe y, por tanto, palestino.

Acrónimo de Harakat al-Muqawawa al-Islamiya (Movimiento de Resistencia Islámica), Hamas nace en 1987 en el contexto de la primera Intifada como «una rama de los Hermanos Musulmanes (HM) de Palestina».

La Sociedad de los Hermanos Musulmanes (Al Ikwan), creada a principios de siglo en Egipto por Hassan al Banna, surge de la formulación de teorías reformistas en el ámbito musulmán que defienden los conceptos islámicos en todos los órdenes de la vida, incluida, cómo no, la política.

La cofradía de los HM, que considera a Palestina como una parte irrenunciable del cuerpo del islam, no tardará en desembarcar en el entonces protectorado británico y atraerá el apoyo del gran mufti (líder espiritual musulmán) de Jerusalén, quien en los años 30 encabeza la oposición a la llegada creciente de inmigrantes judíos de Europa y a su adquisición de tierra palestina.

Los HM participarán en los ejércitos árabes en la guerra que seguirá a la declaración de independencia de Israel de 1948, la Naqba (catástrofe) para los palestinos. Será por aquellas fechas cuando se funden la Brigadas del Izz al Din al Qassam, un jeque nacido en Siria pero que lideró en los 30 el reclutamiento militar de campesinos e inmigrantes para luchar contra británicos e israelíes. Divididos desde su origen entre una rama radical y otra más pragmática,  tendrán un papel bastante contenido en los años 60 y 70.

La pérdida de referencialidad de los grupos de resistencia palestina de izquierda (FPLP, FDLP...) en pleno desplome de la URSS y la deriva y desprestigio creciente de la OLP, en el marco de sus concesiones en las negociaciones con Israel y de una creciente corrupción, permitirá al ya creado Hamas ganar adeptos.

La muerte del líder histórico, Yaser Arafat, en 2004 –le sucederá el empresario corrupto Mahmud Abbas–, y el descabezamiento de la milicia histórica de Fattah con la detención de su popular comandante Marwan Barghouti le dejan el camino expeditos.

Hamas, que «no es el pueblo palestino», ganará las elecciones de 2006 en Gaza y en Cisjordania. Solo el rechazo de la Autoridad Palestina (ANP) de Abbas a entregar el poder en Ramallah y su negativa desde entonces a convocar comicios le ha mantenido recluido en su feudo gazatí.

Es evidente que el «pueblo palestino no es Hamas», cuyo Gobierno en Gaza ha sido objeto de críticas por su visión rigorista del islam y de protestas populares por las condiciones de vida en la Franja. Pero no hace ni un mes sus representantes arrasaron en las elecciones universitarias, también en Cisjordania.

Mucho se ha escrito sobre la connivencia de Israel con el islam político palestino. Cierto es que, en su día, le interesó alimentarlo, o cuando menos no enfrentarlo, para debilitar a la izquierda panarabista.

Estamos ante una práctica habitual por parte de imperios y gobiernos. EEUU y Pakistán alimentaron a Al Qaeda contra la URSS en Afganistán. Rusia fomentó las corrientes islamo-yihadistas en el Cáucaso contra el irredentismo independentista checheno. Siria soltó el avispero yihadista para condicionar la primavera árabe.

Fomentar grupos que profesan el esencialismo islamista supone, también para Israel, criminalizar la resistencia. Lo que no quiere decir que estos no existan, y que se nutran, además de tendencias históricas, de errores ajenos.

Hamas forma parte del pueblo palestino. Para «bien» y/o para mal.