Periodista / Kazetaria

Tras las huellas de Family

«Un soplo en el corazón» es al mismo tiempo el título del único disco firmado por la banda Family y del libro presentado por César Prieto, una obra que busca rutas alternativas que revelen la intrahistoria de un álbum mítico desprovisto de casi cualquier tipo de promoción y rodeado de mutismo.

Family en Donostia durante la grabación de «Casete», en 1991.
Family en Donostia durante la grabación de «Casete», en 1991. (Family [J.Aramburu/I. Gametxogoikoetxea] )

En una de sus aventuras detectivescas, Sherlock Holmes sentenciaba que una vez eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, tiene que ser la verdad. Todo un llamamiento a, en terrenos especialmente embarrados de conjeturas y elucubraciones, dejarse guiar por aquellos elementos incuestionables como mejor –y casi único– camino para obtener un resultado fiable. Puede parecer inapropiado referirse al imaginario de la novela policíaca para introducir el contexto de una obra de temática musical, pero los condicionantes que rodean a este objeto de estudio, el único álbum publicado por la banda Family, y la casi absoluta opacidad que rodeó a su publicación, le sitúan en un espacio en el que se hace imprescindible el uso de la lupa y el olfato rastreador.

Bajo esa condición, el periodista César Prieto se adentra en la genealogía de un disco, ‘Un soplo en el corazón’ (Efe Eme), al que, según más nos aproximamos, las incógnitas acerca de él se multiplican. En ese cometido por desbrozar la senda que nos lleve hasta su presencia, el autor se vale de un extenso, y necesario, abanico referencial plagado de vastos conocimientos que, sin embargo, no entorpecen en absoluto la utilización de una lírica estilosa, una de las grandes cualidades del libro que, además, resulta imprescindible cuando la pretensión es hallar el lenguaje propicio que nos sitúe lo más cerca posible de unas canciones exultantes de romanticismo.

¿Quiénes son, de dónde vienen?

Si cualquier obra creativa es fruto y consecuencia de su entorno, este todavía se intuye más trascendental cuanto menores son las explicaciones vertidas por sus autores, y en este caso, son casi nulas. Porque Iñaki Gametxogoikoetxea y Javier Aramburu, brillante diseñador de portadas y dedicado desde aquel abril de 1993 a su pasión pictórica, en un ejercicio de prestidigitación se esfumaron tras entregar un único episodio bajo el nombre de Family al que además dejaron huérfano de cualquier explicación complementaria. Por eso, el conocimiento de los antecedentes sobre los que germinó este enigmático pero preciosista disco significan un halo de luz que permite desvelar ciertas intimidades creativas.

En una época, a medio camino entre los ochenta y la década posterior, donde la música se debatía sobre el carácter que iba a adoptar, ni la propagación del ruido anglófilo ‘‘indie’’ ni la perseverancia del rock radical vasco significaba una tierra fértil para brotar una banda de cuidados arreglos y embriagadoras melodías que diseccionaban los diversos estados anímicos generados por el amor. Convertidos en parte esencial del llamado Donosti Sound, que como toda nomenclatura colectiva aloja innumerables contradicciones, su firma compartía espacio con lo que no dejaba de ser un microcosmos construido, y alentado por un momento proclive al dinamismo cultural, sobre lazos de amistad y ciertas afinidades sonoras alrededor del soul más aterciopelado, cantautores de estremecedor folk, como Nick Drake, la untuosidad del pop facturado por Scott Walker o el costumbrismo de Vainica Doble.

El synth pop de New Order, la placidez de Carlos Berlanga, la chanson o la teatralidad de Kurt Weill son elementos que se suman a una ecuación enunciada bajo un acento evocador

Tal era la confraternización de todos aquellos integrantes que el reconocimiento de unos servía para allanar el camino a sus correligionarios. Así que la ‘‘conquista’’ de Madrid llevada a cabo por Aventuras de Kirlian, antecedente de lo que luego sería Le Mans, significó hacer de corresponsales para alabar las virtudes de sus colegas, unos Family que eran la mutación de El joven lagarto, proyecto precedente de ambos componentes y que de hecho tenían entre manos una maqueta que a la postre sería el contenido troncal de dicho primer y último disco.

Convertidos en tema de debate para una incipiente ‘‘Movida’’ que elogiaba su educación, talento y una personalidad contraria a cualquier impostado brillo característico de la época, el grupo donostiarra recalaría en el sello independiente Elefant para dar luz a una grabación que, sin divismos, pero plenamente convencidos del sonido que querían desplegar, encontraría en el productor Rodrigo Silva Ramos y en los estudios Vulcano, propiedad de Alaska y Nacho Canut, su ecosistema propiciatorio.

Limpiando el nombre del electro pop

La apuesta musical escondida en ‘Un soplo en el corazón’ es heredera también, y posiblemente ahí radica su capacidad para importar ese cariz paisajístico, de otra muchas influencias provenientes de variadas disciplinas. Como trasluce su título, citando la película de Louis Malle, su atmósfera es deudora de la elegancia y sutilidad con la que el realizador aborda una áspera temática como la del incesto, trazos con la capacidad para aunar mundos contrapuestos visibles también en los manejos del pintor Pierre Bonnard, uno de los favoritos de Aramburu.

Aspectos simbólicos y abstractos que se vuelven tangibles en unas letras que, orbitando a través de la multiplicidad de sentimientos que alberga el hecho romántico, son capaces de reunir tanto la poesía de Lorca o Cernuda como los más sinuosos trayectos de Malcolm Lowry, Cesare Pavese y Kerouac. Es precisamente esa tierra de ambigüedades la que logra que la disposición de sus textos, que si los desposeyéramos de su contexto podrían flirtear con cierta sensiblería, alcancen una punzada de melancólica ternura.

El synth pop de New Order, la placidez de Carlos Berlanga, la chanson o la teatralidad de Kurt Weill son elementos que se suman a una ecuación enunciada bajo un acento evocador. Un constante suspiro nostálgico que encuentra a través de cada tema su propio clima identificativo, adoptando el empuje tecno de ‘Martín se ha ido para siempre’, el romanticismo bailable de ‘Al otro lado’ o incluso recurriendo al acopio de instrumentación en ‘El bello verano’ y asomando a ritmos latinos desde ‘Portugal’.

César Prieto hace de cicerone a través de estas páginas para intentar desentrañar, dado el oscurantismo promocional que acompañó, y acompaña, a este disco, los detalles sobre los que se cimentó un trabajo que con el paso de los años ha obtenido el marchamo de clásico. Un ejercicio de esbelta arquitectura pop que esconde en su aparente sencillez infinitas capas interpretativas, algo común a las grandes obras. Bien pensado, y pese a la labor admirable del autor de esta cabriola casi arqueológica, quizás no haya mejor aval para unas canciones que conquistar los sentimientos sin ayuda de ningún marco teórico, por eso este libro, por encima de todo, es una fascinante incitación a escuchar el rumor que dejan a su paso estas composiciones, que como el amor, a veces resulta cálido y otras late bajo un profundo halo melancólico.