
Romance entre ‘dos sexagenarios con cojera’, ‘La limace et l’escargot’ se entiende mejor desde su final, cuando Anne Benhaïem acaba el relato de su propia película y pregunta a las dos amigas cineastas con las que comparte un vermú por las ideas de sus futuros proyectos. En los contraplanos que les dedica, cada una cuenta su idea reconociéndola deslucida en palabras, lost in translation mientras, al mismo tiempo, trata de no estallar en carcajadas ante algo que –intuimos– Benhaïem debe de estar haciendo fuera de plano. Qué maravillosa forma de estallar los pilares de una película, y qué tan viva queda la obra despedazada.
Él (Serge Blazevic, pintor) confiesa que se ha desposeído de todos los bienes de su familia, ‘objetos muertos’. Ella le responde que no ha entendido nada. Improvisan, mantienen la película a salvo de una muerte prematura por el ahogo de un guion. La misma Benhaïem, en la página de mecenazgo con que pagó el proyecto, abría a votación si el título debía ir con ‘la limace’ en primer o último lugar. Poco importa. Este precioso anecdotario sobre el amor no jerarquiza sino comparte: la corteza gustosa de los huesos de la fruta, los bocetos marítimos de Blazevic, el pijama que la pareja se divide (ella la camisa, él los pantalones).
Las monerías dan cuerpo a una cinta, por lo demás, abierta a aquella finura irónica o desangelada de quien se sabe diferente, siempre con el ramalazo borde o la disculpa a tomar de boca. Como en el vibrante cine de Sophie Fillières, Benhaïem brilla porque se reconoce en su propia torpeza, fealdad y, por qué no, espíritu ingovernable. Tanto, que en lo que sólo puede interpretarse como un divertido autosabotaje, los créditos van en Comic Sans y el film dura exactamente 57 minutos, tres menos de lo que acepta un festival-de largos-cualquiera.
En Punto de Vista, el estreno internacional de ‘La limace et l’escargot’ ha compartido programa junto a ‘La balandra’, mezcla improbable de romanticismo brumoso, etnografía y policíaco dirigida por Matías Lima.
‘Fuck You! El último show’ no va de vender discos
El documento de un emblemático concierto del grupo de punk Sumo dos meses antes de la muerte de su líder, Luca Prodan, se articula para frustrar cualquier tentativa fuera de su estricto motivo y fin: registrar muy de cerca el cuerpo repleto de vida de alguien que se sabía muriéndose. ‘Es un show al revés’, anticipa el cantante a un público nervioso, como la película también revierte los tropos del directo musical. No hay multicámara sino minicamarita, fija en un rincón del escenario. Casi no ve nada: la intensidad con la que busca capturar la expresión del cantante pierde el foco entre los blancos que refleja la piel bajo las luces y los halos de color del vídeo antiguo. En los camerinos quizás logre atisbar un gesto triste en los ojos de Luca, pero aquí la búsqueda es lo que cuenta. El escenario es tanto seminario humanista (de bar) como patio comprometido para el juego, en el que el cantante puede tumbarse, acurrucarse y desmayarse, sólo por probar. Un regalazo de la vida para la muerte.
Montada cuarenta años después de su registro por Jose Luis García, la película se yergue aún como un sólido dique contra el tiempo. Desmontada en un tiempo circular, mezcla indistinguible las horas antes y durante el concierto, de forma que el show desborda la cronología y deja de dirigirse a su final. García mata así toda resolución, al precio de no oír nunca ese canto pastoril que ensayan sin parar; guardándonos del momento álgido para no decaer. Pauta un final un mero filtro en blanco y negro sobre los cuerpos sudorosos de la banda, en un momento de trance que lo ha sido tanto como el resto de película. De vuelta en los camerinos, Luca Prodan enseña una camiseta que ha recogido del público. Sirva lo que lleva escrito por epitafio improvisado: ‘Guerra!! Dale chaca!! Hurlingham Live How Many People! Por siempre Next Week!!’.

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