Mariona Borrull
Periodista, especialista en crítica de cine / Kazetaria, zinema kritikan berezitua

Mamoru Hosoda imagina el Purgatorio en ‘Scarlet’

En su recta final, la 82ª Biennale de Venecia ha acogido la alta fantasía medieval del cineasta japonés, el debut como directora de Shu Qi, la colaboradora de Hou Hsiao-hsien, y la disección psicológica de una asesina, en ‘Elisa’.

La actriz y directora Valeria Golino.
La actriz y directora Valeria Golino. (Stefano RELLANDINI | AFP)

Diremos que una Competencia repleta de películas con distribución asegurada se justifica con las nuevas voces a las que la Mostra da espacio, aunque sea durante los coletazos finales del evento (es decir, cuando el Festival de Toronto le toma el relieve en los titulares). No obstante, si las ‘nuevas voces’ a concurso son emblemas reconocidos por la cinefilia con propuestas sobradamente formulaicas, las sumas cuestan más de encajar.

A la madre de ‘Nühai (Girl)’, la tenemos más que vista: Shu Qi fue la cara de ‘Millennium Mambo’, ‘Tiempos de amor, juventud y libertad’ y ‘The Assassin’, todas dirigidas por Hou Hsiao-hsien, así como la protagonista de ‘Resurrection’ de Bi Gan y una estrella establecida del cine de estudios taiwanés. Shu Qi no es, por lo tanto, ninguna voz nueva. Asimismo, tampoco la película que ha presentado en Sección Oficial abre camino en fondo, forma o representación. Integrada cómodamente en los raíles del melodrama coming of age, explica con un gusto desconcertante por la violencia, la desunión entre una madre (Qi) y su hija (Bai Xiao-Ying, una actriz infantil bien establecida en Taiwán), sometidas ambas al maltrato de un padre alcohólico. Con un guion superficial, por previsible y explicativo, así como una puesta en escena chillona (pero no inspirada), pide el debut de Shu Qi ser olvidado lo antes posible. Eso sí, no sin antes preguntarse: ¿a qué película se ha dicho ‘no’, para darle espacio?

La casi-genial fantasía oscura de Mamoru Hosoda en ‘Scarlet’

El primer acto de ‘Scarlet’ supone un giro tan radical a todo lo visto hasta el momento de la mano del responsable de ‘Belle’ o ‘El niño y la bestia’, que resulta inverosímil. A pocos minutos del arranque, Hosoda abraza a George R.R. Martin para asesinar sin épica ni piedad a su joven protagonista. Luego, la abandona en un páramo mechambrado de subcivilizaciones a lo George Miller (‘Mad Max’) y monstruos inimaginables, nacidos en las tripas de Hidetaka Miyazaki (‘Dark Souls’). Es el Purgatorio, siempre encapotado bajo un cielo hecho con las olas de un mar tenebroso y que el japonés retrata con una suntuosidad espectacular desfermada por la animación CGI-3D.

Scarlet (Mana Ashida) camina con la venganza por propósito absurdo (y previsiblemente desmontable) por su amistad con un enfermero afable, Hijiri, venido de la actualidad. Pero la película de Hosoda no guarda sus mejores armas en lo inesperado del trayecto, ni en la calidad de unos diálogos muy explícitos, muy de moraleja. El valor de ‘Scarlet’ reside en la moraleja en sí misma, en el esfuerzo tenaz por imaginar las sombras más oscuras, e ir doblegándolas hacia una esperanza creíble. Comprendamos el film como eslabón (honesto, aguerrido) en la saga de cuentos que el japonés lleva escribiendo para formar a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.

‘Elisa’, o las razones del fratricidio

Hay una diferencia entre lo que no existe y lo que se omite: lo velado puede intuirse, aun por debajo de un silencio codificado. Lo inexistente simplemente no es. En ‘Ariaferma’, el cineasta formado en la etnoantropología Leonardo Di Costanzo se había interesado ya por los efectos sangrientos de las fuerzas contradictorias (invisibles) de la psique humana. En ‘Elisa’, sobre un ensayo de los criminólogos Adolfo Ceretti y Lorenzo Natali, Costanzo trata de poner rostro de nuevo al conflicto velado que puede llevar a una persona (Elisa, sin apellidos ni etiquetas) a cometer un doble crimen inenarrable: un fratricidio y un intento de matricidio.

‘Elisa’ promete construir un abismo que nos devuelva la mirada, pero quizás en un intento de humanizar a Elisa (Barbara Ronchi), el realizador italiano convierte la investigación de sus razones en diálogos alrededor de una mesa entre ella y un psicólogo (Roschdy Zem). El conjunto de una dramaturgia tan sobria y una actriz demasiado contenida, sin embargo, resulta en una inexpresión generalizada que, más que ocultar, no dice absolutamente nada.