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Francisco Bergoglio

La influyente ‘Times’ le designó «Hombre del Año» en 2013, el semanario ‘Rolling Stone’ le puso en su portada y la prestigiosa revista de negocios estadounidense ‘Fortune’ le definió como «el hombre más influyente del mundo». Jorge Mario Bergoglio, el nuevo líder espiritual de 1.200 millones de católicos, es en su primer año de papado un fenómeno que transciende del ámbito religioso con doce millones de seguidores en Twitter. Se ha convertido en símbolo de una supuesta renovación, que no revolución, una palabra que no existe en el vocabulario de la Iglesia católica.

Francisco Bergoglio. (Gabriel BOUYS/AFP)

Jorge Bergoglio ha roto moldes y lo hizo al pedir en su primer discurso que rezaran por él. «Recen por mí», insistió en un tuit al cumplir un año desde que le fuera impuesto el anillo del Pescador. Busca eliminar las distancias para adentrarse en los sentimientos de los fieles y de los que no lo son. Federico Lombardi, portavoz vaticano, ha situado como lo más destacado la gran atracción de la gente hacia la figura del pontífice y su mensaje. Otros, como el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, estiman que «solo la decisión y el tiempo dirán cuánto podrá cambiar Francisco las herencias negativas que afectan al Vaticano y a la Iglesia en general».

Ha sido el primer jesuita elegido obispo de Roma y el primer pontífice que proviene de una orden religiosa después del camaldulense Gregorio XVI, elegido en 1831, hace 183 años. Lo cierto es que ha acabado con las formas tradicionales, como en parte lo hizo Joseph Ratzinger al renunciar el 28 de febrero de 2013, al tiempo que anunciaba que su sucesor tendría la misión de regenerar la Iglesia y limpiar su imagen de impopularidad. El elegido era un hombre alejado de los centros de poder de Roma.

Algunos analistas tratan de tejer similitudes con la influencia que tuvo Juan XXIII con su Concilio Vaticano II, diciendo que Francisco pretende «descongelar» el añorado Concilio, aplicando todas sus potencialidades. Por el momento, lo que ha conseguido es revitalizar a una institución anclada en el medievo, con intrigas palaciegas que alimentarían buenas novelas y guiones cinematográficos. El primer papa latinoamericano estima que «el Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo –reconoció en su primera entrevista en setiembre de 2013– un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta recordar la liturgia».

Una designación «providencial»

Para el teólogo brasileño Leonardo Boff, la designación de Francisco ha sido «providencial». Este teórico de la Teología de la Liberación le considera «el papa del tercer milenio» que «puede ser un arquetipo, una referencia mundial de autoridad moral, espiritual, que nos llama a amar la tierra, salvar la humanidad, salvar la vida».

«Francisco es más que un nombre, es un proyecto de iglesia y de mundo: una iglesia pobre, sin aparato de poder, una iglesia del encuentro de la misericordia. Como él dice, una iglesia que hace la revolución de la ternura», manifiesta el cura brasileño. «Él no entró en el perfil clásico del papa, sino que hizo que su manera de ser impregnara la figura del sumo pontífice y se transformara en uno extremadamente humano y cercano al pueblo. Es una revolución de humanidad –enfatiza– que devolvió a la Iglesia su dimensión, su rostro humano, de compasión, de apertura, de diálogo».

Desde que se viera la fumata blanca el 13 de marzo de 2013 y se pronunciara el «Habemus Papam», se ha postulado como un ser humilde, cercano al pueblo y al que le preocupa más la pobreza y la justicia social que otros asuntos morales. Ahí está su visita a Lampedusa en julio de 2013, después de la muerte de cientos de inmigrantes que intentaban alcanzar la isla italiana en pateras, o a la favela Varginha en Río de Janeiro en el marco de las Jornadas Mundiales de la Juventud. La propia elección del nombre de Francisco no es baladí, pues lo hizo pensando en Francisco de Asís, el santo que vivía entre los pobres. Otro gesto fue la renuncia a residir en el palacio papal y hacerlo junto a otros prelados en la residencia Santa Marta.

Tampoco pasó desapercibido que, en su visita a Brasil, evitara el contacto con representantes de la Teología de la Liberación. «Francisco no tuvo a bien encontrarse con ellos. Las críticas del nuevo papa al neoliberalismo van en la misma dirección de estos teólogos, por lo que no debería resultarle tan difícil aceptarlos», entiende el teólogo Juan José Tamayo.

Ante unos trabajadores, Bergoglio arremetió hace unas semanas contra el actual sistema económico. «El paro es la consecuencia de un sistema económico que ya no está capacitado para crear trabajo, porque ha puesto al centro a un ídolo que se llama dinero», lamentó, al tiempo que efectuó un llamamiento a la «justicia y la solidaridad», una palabra que –dijo– «está en peligro de ser excluida del diccionario».

Sus gestos son ensalzados, como que se fuera de ejercicios espirituales con miembros de la Curia en autobús. La Santa Sede vende su imagen en una campaña de marketing calculada y continuada. Evita discursos profundos sobre homosexualidad, aborto y divorcio, optando por mensajes que calan en la opinión pública mundial. Se le achaca ser «producto del marketing» y evitar así que la Iglesia romana siga «desangrándose» y perdiendo poder en el tablero mundial.

«El hecho primordial que define a este papa es su insistencia en el retorno a Jesús, el regreso al Evangelio, porque la jerarquía, la institución eclesial, ha secuestrado a Jesús en una maraña de doctrinas, preceptos, dogmas y anatemas», resalta el teólogo y moralista claretiano Benjamín Forcano. «Este papa –insiste– quiere recuperar el Evangelio de Jesús; Francisco ha tomado conciencia de que no tiene el poder absoluto de la Iglesia, que no tiene respuesta a todo. Sabe que él solo no puede, y quiere contar con todos los estamentos para resolver los numerosos problemas que la Iglesia tiene pendientes. Para este papa, ha pasado a la historia que él no tiene la exclusiva de la verdad».

Forcano comenta que la gente se siente atraída por su mensaje, porque expresa «autenticidad y cercanía». «Su sencillez, frente al recuerdo de tanta parafernalia cortesana ostentosa y ridícula, señala para todos un nuevo camino. Él no llega con alardes de grandeza, de doctrina, de reproche, sino de pastor que llama, conoce, cuida, quiere a todos», explica.

El cardenal alemán Walter Kasper ha reconocido un cambio de época, motivado por la realidad de la Iglesia. «Al principio del siglo XX, solo el 25% de los católicos no vivía en Europa. A finales del siglo solo el 25% de los católicos es europeo –desveló el prestigioso teólogo en una entrevista concedida en julio a ‘Il Foglio Quotidiano’–, mientras que la gran mayoría de ellos vive en el hemisferio sur. En Europa, la Iglesia da señales de estar cansada, mientras que en África y en Asia crece es joven y vital». Esa reflexión avala la apuesta del papa de que quiere una Iglesia orientada hacia «las periferias del mundo» y dirigida por «pastores con olor a oveja». Uno de los frentes es el de que su reforma alcance a las iglesias locales y avanzar en la reforma doctrinal, especialmente en lo que se refiere a moral sexual. Sorprendió cuando, a preguntas de los periodistas en su regreso en avión de Brasil, declaró que «si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?».

Boff augura que será «el primero de una gran dinastía de papas del tercer mundo, porque aquí vive más del 65% de los católicos. Eso conferirá al cristianismo su verdadera dimensión, que ahora es –apostilla– demasiado occidental y cada vez más accidental».

Su apuesta es llegar a la gente y dejar a un lado la doctrina, que ahuyenta cada vez más a los fieles del siglo XXI. Hay quien destaca su heterodoxia en lo pastoral y su conservadurismo en lo doctrinal, al objeto de resituar a la Iglesia católica tras la sucesión de escándalos que la han dejado muy tocada. «Mantiene un discurso progresista, bajo fundamentos conservadores», resaltan sus detractores. Tampoco se obvia su papel durante la dictadura argentina, achacándole que guardase «silencio político ante el genocidio».

«Se le acusa también –añade Bernardo Barroso en ‘La Jornada’– de guardar un incierto estilo populista, de talante peronista, simultáneamente conservador y progresista, con proclividad a satisfacer a las audiencias que tiene enfrente». Para Leonardo Boff, «tiene un liderazgo que apunta a valores nuevos, que van en la línea de la comprensión, de la mutua aceptación de las diferencias, del diálogo y la misericordia como valores centrales de la tradición de Jesús».

Otro modo de ser papa

Kasper niega que Francisco sea conservador ni progresista. «Quiere una iglesia pobre y de los pobres», apostilla. Quien dirigiera durante unos años el dicasterio para la Unidad de los Cristianos aventura que también los progresistas van a quedar decepcionados. «Es cierto, ha cambiado el modo de ser papa, pero no cambiará los contenidos. Entre él y Benedicto hay una continuidad en lo doctrinal: no cambiará el celibato de los curas y no abrirá la puerta a la ordenación de las mujeres y a todas esas propuestas de los progresistas», añade.

Algunas reflexiones suyas no han dejado indiferente a nadie: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por el centro que termine clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos».

Los antecedentes a la elección del jesuita argentino no fueron los habituales. Por primera vez en 600 años, un papa renunció consciente del «desorden sistemático» en la Curia vaticana, con dos facciones enfrentadas: los seguidores del secretario de Estado Tarcisio Bertone (2006-2013) y su predecesor, Angelo Sodano (1991-2006). Benedicto XVI se enfrentó al denominado ‘caso Vatileaks’, en que su mayordomo filtró documentos sensibles sobre la presunta corrupción. Su sucesor ha creado el G8 Vaticano, conformado por ocho cardenales que le asesoran en el gobierno de la Iglesia y en la reforma de la Curia, algo inédito y que alimenta a quienes apuestan por «descongelar» el Concilio.

Francisco prometió transformar la burocracia del estado más pequeño del mundo, reduciendo el papel del otrora poderoso secretario de Estado, el principal funcionario desde el siglo XVII. En las últimas décadas, con el deterioro físico de Juan Pablo II, Bertone fue adquiriendo una influencia «desproporcionada», a juicio de los analistas. «Durante el siglo XX ningún papa tuvo tantas resistencia como Francisco y todas ellas –asegura el historiador Andrea Riccardi– son signo de que el papa está cambiando a la Iglesia». Esa oposición se sitúa en las estructuras eclesiásticas, en los episcopados y en el clero. «El único que tuvo una fuerte oposición fue ciertamente Pablo VI. Pero entonces se estaba viviendo una estación de protestas generalizadas que también afectaban a la Iglesia, así como a la sociedad. Mientras las oposiciones contra Benedicto XVI eran más de la opinión pública exterior e internacional, las que afronta Francisco son más fuertes y provienen del interior», repite en una entrevista a ‘Vatican Insider’.

Lo cierto es que el sucesor de San Pedro no se ha andado por las ramas. En febrero, llamó a los cardenales a «evitar hábitos y comportamientos cortesanos. Intrigas, habladurías, camarillas, favoritismos, preferencias». «El cardenal entra en la Iglesia de Roma. No entra –les dijo– en una Corte». El arzobispo de Westminster, el cardenal Vincent Nichols, desveló que Bergoglio dijo a los primeros purpurados de su papado que no se lo tomaran «como un honor, no lo toméis como un ascenso, no lo toméis como un privilegio».

«Limpiar» la Curia romana

Se ha redefinido el papel del secretario de Estado, al quitarle autoridad en cuestiones financieras y en otras internas de la Santa Sede. Pietro Parolín, que fue nuncio en Venezuela, se encargará de «limpiar» la Curia. Las finanzas serán supervisadas por un australiano que nunca ha trabajado en Roma, el cardenal George Pello, un hombre alejado de la administración vaticana copada por italianos. «Queremos que en adelante no haya ninguna otra ocasión de que el Instituto para las Obras de Religión (IOR) dañe la reputación de la Santa Sede», manifiesta el cardenal Reinhard Marx en una entrevista que publica este mes la revista ‘Palabra’, en su condición de coordinador del recién creado Consejo de Economía del Vaticano. El presidente de los obispos alemanes y miembro del G8 Vaticano aclara que «el verdadero banco del Vaticano será la llamada Administración del Patrimonio de la Santa Sede, el APSA».

El banco, que gestiona las cuentas de religiosos y congregaciones católicas en todo el mundo, tiene muy mala reputación, pero el Vaticano ha prometido luchar contra la corrupción y aplicar las leyes internacionales. Esa institución está rodeada de turbias relaciones y conspiraciones desde que la dirigiera el arzobispo Paul Marcinkus. Ahora, Francisco quiere, a través de un banco central, un ministerio (dicasterio) de Economía y un revisor de cuentas, enderezar el rumbo. En 2012, el IOR tenía cerca de 6.300 millones de euros en activos y unos 18.900 clientes.

«Francisco está tratando de hacer profundas reformas en la Curia pero eso llevará algún tiempo», sostiene el cardenal español Julián Herranz, uno de los tres prelados que escribió un informe secreto sobre el escándalo ‘Vatileaks’ para Joseph Ratzinger. Herranz, un inquisidor de probada experiencia y miembro del Opus Dei, confesó que el pontífice «está haciendo una reforma a fondo de la Curia», aunque apostilló que esa tarea «requiere tiempo».

La acción de gobierno de Francisco ha generado resistencias, aunque son muchos los que ven imprescindibles las reformas. «Son necesarias, tanto en lo tocante a la mentalidad de sus miembros como en lo referente a las estructuras», confiesa Kasper. El teólogo alemán entiende que se pueden dar muchas más responsabilidades a las mujeres. «Hay muchos dicasterios vaticanos que no tienen poder jurisdiccional y que, por lo tanto, no requieren de la presencia de ministros ordenados. Por ejemplo, el Pontificio Consejo para los Laicos, el de la familia, el de los emigrantes, los trabajadores sanitarios. Tenemos muchas mujeres preparadas y capaces, que tienen una percepción de la realidad diferente a la de nosotros, los hombres, mucho más integral. La iglesia es más pobre si no aprovecha esta riqueza», plantea.

Entre las asignaturas pendientes, además del papel a jugar por las mujeres, se encuentra la de depurar todo lo vinculado con los escándalos de abusos cometidos por miembros de la Iglesia. Precisamente, en el seno del G8 se ha creado una comisión específica para la protección de la infancia a los abusos.

Entre la legión de analistas hay quien puntualiza que la verdadera reforma no solo implica un profundo saneamiento de la Curia romana, sino que necesita ir más allá de lo administrativo interno hacia un cambio en las relaciones de la Santa Sede con los episcopados nacionales, «donde prime la colegialidad y no el autoritarismo, y las decisiones fluyan desde las iglesias locales hacia la cúpula y no al revés como sucede». Hay quien como Juan José Tamayo, de la asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, defiende que la Curia es irreformable, por ser «una organización llena de patologías, cuya reforma reside en su eliminación».

El sociólogo mexicano Bernardo Barroso señalaba en un artículo de opinión en el diario “La Jornada” que el «gran mérito» de Francisco es el retorno a lo pastoral. «Tanto en entrevistas como en su exhortación apostólica ‘Evangelli Gaudium’, el papa afirma la opción pastoral como eje de su pontificado. De ahí que cuestione el clericalismo, es decir, el eclesiocentrismo, y sobre todo el estilo burocrático y monárquico de muchos actores religiosos». Para frenar el desmesurado optimismo de algunos, Barroso precisa que «es evidente que Bergoglio no modificará la tradicional doctrina de la Iglesia ante temas como el celibato, sacerdocio femenino, aborto. Pero ha dejado claro que el papa no va a absolutizar la agenda moral como obsesión. Y sí ha insistido en abrir otras agendas pastorales y sociales, como la opción por los pobres, la defensa de los derechos humanos y de los migrantes, la justicia social y la crítica a la idolatría del poder y del dinero».

A su vez, Boff asegura que el primer pontífice latinoamericano «está llamado a restaurar el catolicismo», cuyo estado subraya el «de una iglesia en ruinas, totalmente desacreditada por los pedófilos y los escándalos financieros». No pasa por alto tampoco que Bergoglio sea jesuita. «Un jesuita –apunta– tiene una cabeza bien formada», que le puede servir para enfrentarse a la renovación del catolicismo pero combinado con su perfil franciscano, «sencillo, pobre».

Por su parte, Barranco defiende que «el papa opta por el diálogo en vez de evangelizar a bastonazos inquisitoriales». No todo han sido parabienes para él: la ONU ha cuestionado su actitud ante la pederastia clerical. «Francisco deberá ir más allá de los gestos. Puede estar en juego un grandísimo desencanto ante las expectativas que el propio Francisco ha levantado. La Iglesia necesita una nueva síntesis de fe y cultura, nuevas hipótesis pastorales que le permitan acompañar con riqueza los grandes cambios de nuestra civilización contemporánea. Retomar los pasos del Concilio Vaticano II, a cincuenta años, sin nostalgias», destaca.

Hay quien llega a decir que puede poner las bases para un Concilio Vaticano III. Son los más optimistas, otros creen que no será capaz de cambiar el rumbo a una institución anquilosada y donde los intereses son muchos y variados, y ninguno interesado en un cambio radical. «Él ha dado señales de que va a ser otro papa. Yo me imagino la mala conciencia de muchos cardenales y obispos que viven en palacios, rodeados de riqueza», comenta un ilusionado Leonardo Boff tras años de oscuridad y persecución, que conoce en primera persona. Queda mucha tarea por afrontar.

El brasileño llevaba años reclamando otro perfil de papa, «más pastor que profesor» y parece haberlo encontrado en Jorge Mario Bergoglio. De su antecesor dijo que el teólogo alemán, el inquisidor que le persiguió a él y a otros muchos, «es un papa frustrado. No tenía el carisma de dirección y animación de la comunidad, como lo tenía Juan Pablo II». Una de las caras más referenciales de la Teología de la Liberación llegó a decir que Benedicto XVII que era «nostálgico de la síntesis medieval».