La cantante en el bosque
La presentación de las nuevas películas de Drew Goddard y Bradley Cooper en Zinemaldia nos animan a interpretar la fiebre del remake en clave de sacrificio de sangre.
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Como ya han pasado siete años desde su estreno, se ha levantado oficialmente el secreto de sumario. Creo que a estas alturas, ya se puede diseccionar abiertamente ‘La cabaña en el bosque’, esa obra maestra absoluta; ese fin de la Historia en el libro del cine de terror. El debut en la dirección de Drew Goddard se apoyó en un inspiradísimo texto escrito a cuatro manos con otro genio, Joss Whedon. Su trama nos hablaba de un grupo de universitarios que dejaban atrás, durante un fin de semana, sus preocupaciones académicas. Se montaban todos en una furgoneta y se dirigían hacia la cabaña en el bosque del primo de uno de ellos.
El problema estaba en ese lugar que ponía título a la película. En esa cabaña y en ese bosque. Alejadísimo de la civilización, maldito... condenado. Ahí moraban monstruos de formas y poderes imposibles, que se conjuraban para aniquilar a los pobre estudiantes. El punto de partida, tópico hasta la médula, daba un inesperado giro de tuerca que se ejecutaba desde el escenario más siniestro de todos: una sala de máquinas en la que una legión de técnicos híper-cualificados tenían pleno control sobre el escenario en el que nosotros creíamos, al principio, que se desarrollaba la película de marras.
No había bosque; mucho menos cabaña. Al final, resultaba ser todo una especie de plató gigantesco para un reality show macabro. Un set artificial en el que todo rastro de ingenio creativo había sido absorbido por una técnica omnipresente, omnipotente... pero carente de inventiva. La típica película de terror se convirtió así en un inspiradísimo tratado sobre el estado general de la cuestión. ¿De cuál? Pues seguramente de la más importante en materia de industria cinematográfica: la originalidad. Drew Goddard opinaba que esta (y no aquellos niñatos despedazables) era la auténtica víctima de la función.
La última revelación de tan reveladora película consistía en una construcción que nos llevaba a tiempos ancestrales. A un templo megalítico dedicado a unos dioses crueles a los que se tenía que contentar. Dichas divinidades podían destruir el planeta en cualquier momento... a no ser que se se las aplacara con el sacrificio de sangre por el que rugían sus tripas. Con la muerte de aquellos chavales, vaya.
Era todo un ritual. Una liturgia cuyos gestos y tempos se tenían que respetar al milímetro. Era una historia que se repetía ad eternum. Una réplica que como tal, había perdido su sentido original. De esto último solo quedaba un eco tan apagado como descontextualizado. Los dioses (es decir, el gran público) estaban sedientos, furiosos... y solo les iba a contentar la historia de siempre. Palabra de Drew Goddard, quien por cierto se halla ahora mismo en Donostia, con la excusa de presentar su nuevo trabajo, ‘Malos tiempos en el Royale’... el cual, por cierto, comparte parrilla con otro de los títulos más esperados este año en Zinemaldia: ‘Ha nacido una estrella’. Aquí quería llegar.
El debut como director de Bradley Cooper es, al fin y al cabo, el remake de un remake... de otro remake. No una, ni dos, ni tres, sino cuatro son las veces que Hollywood nos ha golpeado con la historia de esa estrella que crece mientras su compañero sentimental va camino de implosionar y convertirse en supernova. En 1937, recordemos, se estrenó la primera entrega de esta particular serie de episodios clónicos. Detrás de las cámaras estaba William A. Wellman; delante, Frederic March y Janet Gaynor. Después, en 1954, llegó la entrega más famosa. La de George Cukor en la dirección y Judy Garland y James Mason en los roles protagonistas. Más de dos décadas después, en 1976, se estrenaría la entrada más horrorosa (y también sea dicho, firme candidata a peor película de la historia): la de Frank Pierson, con Barbara Streisand y Krist Kristofferson.
Ahora, en 2018, la sonrisa deslumbrante de Bradley Cooper se desdobla en labores de realización e interpretación co-protagonista. Quien canta es Lady Gaga, y quien se ríe, de fondo, es Drew Goddard, el más listo de la clase. Lo dijo ‘La cabaña en el bosque’ y lo corroboran las primeras críticas de la cuarta (¡la cuarta!) ‘Ha nacido una estrella’: la maquinaria de Hollywood sigue a lo suyo, a toda máquina y sin ningún tipo de rubor. Los medios afines a la industria hablan de un debut formidable, del descubrimiento como actriz de Lady Gaga, de la poderosa presencia de Bradley Cooper... de cómo ambos van disparados al Oscar.
Y así es. Los ojos y las quinielas de la Academia se fijan, una vez más, en la historia de siempre. En una retahíla de canciones pegadizas y momentos dramáticos que se dirigen hacia ese ritual de sangre. Alerta spoiler: si sabes cómo terminaban las tres películas anteriores, sabrás cómo termina esta, así como todos los peajes previos por los que va a pasar. Cambian las caras, cambia el tratamiento fotográfico, cambia la melodía... pero la letra sigue siendo la misma. Nada nuevo bajo el sol de la Meca del cine. Los dioses están hambrientos, y ya llega su carnaza favorita.