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Violencia en las calles de París en otra demostración de fuerza de los «chalecos amarillos»

En su decimoctavo acto de movilización en París, lejos de dar síntomas de fatiga, el movimiento de los «chalecos amarillos» resurge en una jornada cargada de pillajes y fuertes enfrentamientos.

Un «chaleco amarillo» en frente de un quiosco en llamas. (Zakaria ABDELKAFI /AFP)

Tanto en el número de participantes como en el nivel de violencia, el oleaje de los «chalecos amarillos» ha vuelto a golpear con fuerza el centro de París. Tiendas de conocidas marcas, restaurantes de lujo, vehículos y bancos fueron saqueados o incendiados en la decimoctava jornada de movilización de un movimiento que empezó como una protesta contra la subida de los carburantes y ha experimentado una metamorfosis hasta convertirse en una revuelta general contra el elitismo que personifica el presidente Macron.

El ministro de Interior, Christophe Castaner, dijo que 1400 policías tuvieron que hacer frente a «ataques de un nivel inaceptable» por parte de 1.500 «ultraviolentos» que se «camuflaron» entre los miles de manifestantes y buscaron «sembrar el caos en París». Reafirmó la disposición de su Gobierno a seguir empleándose con mano dura contra la revuelta, al parecer, sin importarle las denuncias de brutalidad policial y las decenas de heridos que ha dejado la apuesta por la represión.

La jornada ha llegado un día después del fin del llamado «grand débat», un debate en todo el territorio, con más de 8.235 reuniones locales, que no ha conseguido calmar el descontento. Como tampoco lo han hecho ni las concesiones de Macron, que anunció 10.000 millones de euros para mejorar los ingresos de los trabajadores más pobres y de los pensionistas, ni las acusaciones de «antisemitismo» lanzadas contra los «chalecos amarillos» por el prominente filósofo sionista Alain Finkielkraut, que dijo haber sido insultado y burlado en París.

Al mismo tiempo que los enfrentamientos se generalizaban en París y que las detenciones llegaban al centenar, los «chalecos amarillos» convergían con una manifestación con los defensores del clima y juntaban sus fuerzas y sus gritos contra Macron. La atmósfera que se respiraba era, en palabras de los manifestantes «casi insurreccional».

Después de casi cuatro meses de manifestaciones, los «chalecos amarillos» necesitaban dar un golpe sobre la mesa para evidenciar que ni las razones de la revuelta ni la conexión y comprensión social del movimiento estaba en entredicho o en horas bajas. Según declararon a la prensa  tras la manifestación, «hemos dado un buen golpe, veremos que hace Macron ahora, pero está claro que si no hace nada, todo va ir a peor».