Viento a favor para construir un país conjuntamente
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Puestos a elegir, no parece Zumarraga, fortín del PSOE en la Gipuzkoa más profunda en los últimos largos años, el lugar más estimulante para una «crónica desde el balcón» de un Aberri Eguna tan especial. No, al menos, si el objetivo fuera el de tratar de levantar una moral que comienza a flaquear tras un confinamiento que se está alargando más de lo esperado. Sin embargo, convencido de que, si quiere hacerse hegemónico, el independentismo deberá ganar terreno y confianza en este tipo de espacios, sí que puede ser un buen termómetro desde el que tomarle la temperatura.
Con una población bastante envejecida, dentro del especial universo local, tampoco la céntrica calle Legazpi, perdido el brillo de antaño, se presentaba como una de las más animadas para estos menesteres. Sin embargo, dicen que esta pandemia, este confinamiento general prolongado, supondrá un antes y un después en nuestras vidas, que las rutinas a partir del día después poco o nada tendrán que ver con las de hace un mes y por eso, quizá desde unas expectativas no demasiado altas, queda la impresión de que este atípico Aberri Eguna, el primero de hacer barrio sin pisar la calle, en definitiva, de auzolan, puede ser el punto de partida de algo nuevo, de una nueva manera de proyectar ese espacio colectivo desde nuestros balcones, desde nuestra comunidad.
Seguro que el ideal de república vasca, libre, justa, euskaldun y feminista que algunos manejamos difiere en alguno o muchos detalles, incluso entre los que este año se animaron a colgar ikurriñas y símbolos vascos –oficiales o más improvisados– de sus balcones. Pero el del confinamiento fue el primer Aberri Eguna en el que, aunque fuera enjaulados en nuestros balcones, sin alas como el pájaro de la canción que apenas acertamos a entonar, compartimos una buena parte del mediodía. Y ese es ya un buen punto de partida para lo que sea.
Desde el confinamiento
Desde que localidades de interior con poco interés turístico se vacían en Semana Santa a la misma velocidad que lo hicieron iglesias y procesiones, el hábito de decorar esos ahora tan utilizados balcones con enseñas nacionales había caído en desuso. Ayer, desde primera hora de la mañana, se intuía que, desde el confinamiento, la cosa sería bastante diferente.
Ya fuera por tradición, por seguir el llamamiento de la iniciativa Euskal Herria Batera o simplemente por escapar del aburrimiento y buscar nuevas actividades, las fachadas adquirieron un color distinto desde primera hora de la mañana y los balcones, las nuevas plazas en estos tiempos de enclaustramiento, se fueron llenando como nunca para la hora del aperitivo en un domingo de Pascua.
Eso sí, sin un director de orquesta y poca o nula experiencia en este tipo de actos, la sincronización es uno de los grandes deberes que nos quedan de cara a futuro. Que sí, que sabemos y sabíamos que radios y medios de toda nuestra geografía se sincronizaron para que allí donde no se localizaran músicos en directo –en la calle Legazpi de Zumarraga tampoco nos sobran los artistas– hubiera un hilo conductor, pero entre que el repique de campanas de la iglesia –especialmente largo en un día señalado– se fundió con el que debía ser minuto de silencio por la víctimas de la pandemia, que nos despistamos mirando a la tricolor que cruzó la calle de lado a lado en la tirolina casera que unos txikis improvisaron para intercambiar golosinas, mensajes y juguetes hace ya unos días, y que el guión del acto no estaba del todo interiorizado, la cosa salió como salió, con más voluntad que éxito o solemnidad.
Seguro que la cosa mejora el 2 de julio, en ese Aberri Eguna particular que, como solemos decir en la cuadrilla, medio en broma pero muy en serio –sobre todo a partir de ciertas horas–, nos da a los zumarragarras oxígeno para resistir gran parte del año. «Momenticos» como la post-bajada del Iburreta, tan «institucionalizado y arraigado» en los últimos años, tuvieron un comienzo casi tan caótico como el panorama actual y han cuajado. Quién sabe si este año no habrá que darle otra vuelta y amoldarla al distanciamiento social, aunque eso ya se antoje bastante más jodido.
Pero mientras, que nos quiten lo bailado, o lo canturreado ayer desde la pseudo intimidad de nuestros balcones. De momento, ayer compartimos pote con vecinos en esa nueva atalaya –a alguno casi se le quemó el pollo en el horno– con música euskaldun, una estampa impensable no hace ya años, hace apenas unas semanas.
Y lo que, probablemente, sea más importante en un escenario tan gris y de tantas incertidumbres, la improvisada romería sirvió para la presentación en sociedad, de lejos y sin caricias, del más joven miembro de nuestra comunidad, nacido en tiempos de pandemia, por el momento, último eslabón de una familia que regenta uno de los pocos establecimientos «de toda la vida» de una calle necesitada de nuevos aires.
Como cantaba Dut en otro himno, «Haize eza», este algo más actual y eléctrico, «bandera trapu bat da, haizerik ez badabil», y eso es lo que cada uno de nosotros hicimos ayer desde nuestro balcones, soplar, con mayor o menor intensidad, esas banderas para que no se conviertan en trapos, para construir país desde la comunidad.