«Es buen momento para regularizar e incluso hacer otras leyes sobre cultura»
Fernando Pérez (Sestao, 1967) dirige desde 2018 Azkuna Zentroa, de nombre oficial, y Alhóndiga en su versión popular, un edificio situado en el corazón de Bilbo, abierto por sus cuatro puertas a la ciudad y a su activa red de creadores. Dentro de sus paredes se construye cultura de forma cotidiana.
Por fuera, este edificio modernista de principios del siglo XX impresiona por su factura. Dentro, es otra cosa: el lugar tiene un “algo” que te envuelve, tal vez por la oscuridad de su atrio y su “ojo divino”, o por toda la gente que pasa por ahí, incesantemente, haciendo mil y una cosas: ir la mediateca, hacer deporte, ver alguna exposición, juntarse para pensar o crear, seguir algún festival de los muchos que acoge, como Gutun Zuria o Zinebi... El caso es que es inevitable imaginarse que igual se ha quedado por ahí algo del espíritu de Jorge Oteiza, quien, en los 80, soñó con convertir el antiguo almacén de vinos y aceites de vino de la capital vizcaina en una factoría de arte. Aquello no fructificó, pero cuán cerca está de aquella visión este centro; más de lo que parece.
La llegada del covid-19 a nuestras vidas coincidió con el décimo aniversario de la inauguración del centro y después de un 2019 que «había sido el mejor año a nivel de público, porque habíamos aumentado un 40%», explica Fernando Pérez. No estar cerrados es la consigna, y actualmente la Alhóndiga lo está (de 9:00 a 21:00 h.), con las restricciones de aforo marcadas para cada zona y servicio, porque esto es un pulpo con muchas patas.
Tras su regreso a este lugar que conocía bien –fue responsable de programación desde su apertura, en 2010, hasta 2015–, la etapa de Fernando Pérez está definida por una decidida apuesta por los creadores locales y por intentar acercar a los jóvenes al arte. Va a ser difícil resumir todo lo que bulle en este centro, pero vamos con dos. Uno, la mediateca: «Es una biblioteca del siglo XXI, donde se puede susurrar, instagramear o trabajar en grupos». Dos, Lantegia o Laboratorio de Ideas: «Es un experimento; ahora mismo hay 32 proyectos, locales e internacionales. Es una cuestión más de prueba y ensayo. Lantegia tiene que ser ese lugar de creación compartido con el público, pensando en esos artistas que están en la media carrera».
Con un 2021 en el que las mujeres “mandan” en la zona expositiva –hasta el 11 de abril expone Mabi Revuelta; y en mayo aterriza otra gran artista, Ana Laura Aláez–, hablamos de presente y futuro.
Parecía que no, pero esto de la pandemia va para largo. Supongo que habrán abierto un proceso de reflexión.
Más que para largo, lo que sí estamos pensando es en un futuro a medio plazo. De repente, ha habido un cambio de paradigma brutal, porque los centros culturales nos planteábamos la relación con los artistas y los ciudadanos como algo que tenía que ocurrir con una convocatoria y en un lugar. Y eso se tiene que seguir dando pero, de pronto, el paradigma doméstico se ha convertido en otra cuestión, y el de los lugares abiertos, también. Por tanto, tenemos un reto de no solo trabajar dentro, sino también conectar con el espacio doméstico y con la ciudad, con los espacios abiertos, con otras instituciones… Este “astindu” que nos ha dado esta situación va a ser otra oportunidad.
En situaciones de incertidumbre como esta, ¿cuál cree que tendría que ser el papel de centros como la Alhóndiga?
Creo que los objetivos y los retos en estas situaciones están en muchas capas, porque no solo están los artistas, también todos los gremios que trabajan alrededor. Date cuenta que las más de 200 actividades que tenemos previstas para este año no solo tienen la misión de conectar a la sociedad y la cultura contemporánea con los artistas y con las comunidades de público, sino que también hay una cosa más palpable: los recursos económicos, los cuidados y los otros tiempos. Yo creo que un centro de estas características pone a la sociedad y a la cultura contemporánea pensando en lo cotidiano. Tiene que ver con cómo es esa experiencia que tiene cada persona respecto al libro, al cine, a la danza, a las artes visuales y qué es lo que –aunque puede sonar algo efímero, pero lo creo firmemente– entre todas esas experiencias y procesos se puede construir colectivamente. Al final, la importancia que tiene la cultura es de ser algo esencial. En un centro público de estas características una de las dificultades también es el que los intereses son tan multiformes que hay veces que, ¿cómo gestionarlos? Hay que pensar en los cursos, qué es lo que se hace dentro y lo que se hace fuera, cómo se piensa la colección de la mediateca, en la relación con los artistas... Y hay que hacerlo pensando en que el público es muy inteligente y no es solo un público consumidor.
Por cierto, ¿cuál es el público tipo de la Alhóndiga?
Nuestras cifras son muy grandes: 3.600.000 entradas en la prepandemia; ahora están en alrededor de 2 millones. Date cuenta de que las media de uso de la mediateca en el pre-covid era de 1.600 personas diarias; en 2019, los cines tuvieron más de 400.000 espectadores. También tenemos un centro de deporte, pero es que la media en las exposiciones también es muy alta. En cuanto a la tipología, nos gusta hablar en plural de los públicos, de comunidades, y hablamos también de “no públicos” que usan nuestros servicios de otra forma, a través de los servicios digitales, etcétera. A la hora de poner nombre o apellido, la diversidad es grandísima: hay muchos jóvenes, también hay personas que son nuestros nuevos vecinos y que han venido de fuera –la comunidad de alrededor, en la zona de Autonomía, es una comunidad china de primera y segunda generación muy importante–, es muy usado por todo el personal del distrito de Indautxu, hay grupos muy importantes de mujeres... Y también están los niños, sobre todo cuando llueve, lo cual produce algunas fricciones.
La Alhóndiga es una factoría de arte contemporáneo muy enraizada en lo local, muy activa. ¿No han pensado en dar el salto hacia fuera en un futuro?
Eso que planteas yo me lo planteo todos los días; en realidad, nosotros estamos muy cómodos cumpliendo la misión que nos ha tocado de estar junto al Bellas Artes y el Guggenheim y ser parte de ese triángulo, cada uno con su misión, y pensando también en cómo nos podemos complementar. Es más: pensando más como ciudad o como territorio que cada uno pensando en sí mismo. Pero tenemos una diferencia, porque esos museos tienen colección y nosotros no. Es otro modelo, pero es complementario, y no solo con esos tres museos, porque también es el puente con el otro lado del ecosistema, que son las instituciones más pequeñas relacionadas con el arte, como colectivos o artistas asociados que trabajan con proyectos más en lo cotidiano y pensando en el arte no solo como algo estético sino como algo social, como algo económico o filosófico. Nosotros tenemos muy buen posicionamiento como centro: en los dos últimos años su consideración a nivel estatal e internacional ha crecido. En el último estudio de la Fundación Contemporánea, en el País Vasco, las cuatro instituciones, ahora mismo, mejor consideradas son el Museo Guggenheim, Zinemaldia, el Museo Bellas Artes y Azkuna Zentroa, en ese orden.
Nunca he entendido esa especie de competividad entre herrialdes, cuando además es el mismo partido el que los gobierna. La Alhóndiga es un centro de arte contemporáneo vasco, no solo vizcaino.
Para mí, Azkuna zentroa es un centro de país, con una dimensión y unos recursos municipales y propios, pero que tiene una visión de territorio, de país. También pensamos que lo local puede ser tan internacional como cualquier cosa. Ahora mismo, a nivel territorial, se hace una labor muy importante: prácticamente el 50% de nuestros usuarios son del resto de Bizkaia. O sea, que para nosotros la línea de metro es fundamental. Ya sé que va a sonar muy bilbaino, pero creo que hay que tener en cuenta todas las realidades diferenciales de Bilbao: el tener una facultad de Bellas Artes, una red de centros importantes, una realidad a nivel europeo y mundial de entidades, asociaciones o colectivos que están aquí me parece que es la gran oportunidad. Esa es la gran oportunidad de país: Bulegoa, Consonni, Pezestudio, los estudios de arquitectas que hay en Bilbao… Nosotros ese trabajo lo estamos intentado hacer, pero no deberíamos ser lo únicos.
Tampoco le quiero poner en un compromiso, pero como conoce muy de cerca la gestión cultural e incluso ha tenido responsabilidad política (fue director de Cultura del Gobierno de Uxue Barkos), ¿podría decirme por dónde cree usted que debiera ir la política cultural en estos tiempos?
Para mí es un poco de compromiso, pero a ver si me explico. Hay varias cuestiones, pero sería muy importante avanzar en la legislación de la accesibilidad a la cultura, al derecho cultural legislado. Porque todos sabemos que los presupuestos son obligatorios, fijos y discrecionales; entonces, lo obligatorio es lo que marca la ley. Pero aún se puede avanzar más en la legislación de esa accesibilidad a la cultura. Con la posibilidad que tenemos como país de tener unas competencias importantes, creo que también se podía avanzar en la regulación de las especificidades de los trabajadores y trabajadoras culturales y artísticos. Estamos en una buena posición, cosa que creo que el Gobierno Vasco también está pensando en ello. Todos somos trabajadores, pero no todos tenemos los mismos derechos.
Hay un peligro real de que la cultura colapse.
Yo creo que sería un buen momento para pensar en una regulación. Luego, hay otras cuestiones... hay muchas, pero otra que iría en el mismo sentido es que buscáramos modos diferentes para que los museos y centros culturales tuvieran también el valor de no solo ser intermediarios, bisagra o conectores, sino catalizadores a nivel económico de las políticas culturales y de la economía. Es decir, la Administración trabaja con el año administrativo; nosotros también, pero nosotros podemos tener otros tiempos y dar otros recursos. Creo que hay una parte en el tema de la gestión de la cultura estructural que hay que cimentar, y me refiero a que la cultura no sea tomada solo como un departamento de Cultura, sino que la cultura es también salud, economía, transportes y, sobre todo, es educación. Esa idea estructural de la cultura es muy importante. Resumiendo: estamos en otro paradigma y creo que es un buen momento ahora para regularizar, incluso para hacer otras leyes, y que todos los estratos vayan teniendo otros tiempos. O sea, que el soporte de ayuda respecto a los sectores culturales no sea solo la subvención.