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NINA BOURAOUI
Escritora

«La violencia machista está en la raíz de cualquier otro tipo de violencia»

Nacida en Rennes en 1967, pasó su infancia en Argelia, de donde era originario su padre. Ella misma reconoce que esa sensación de desarraigo que la acompañó desde entonces y el hecho de haber asumido una sexualidad no normativa la definen como persona y autora.

Nina Bouraoui. (Raphaël DEVYNCK)

‘Rehenes’, su última obra, que acaba de editarse en castellano, encierra, como buena parte de las novelas anteriores de Nina Bouraoui, un cuestionamiento de la cultura del patriarcado analizando el modo en que la violencia condiciona nuestros actos de autoafirmación.

​‘Rehenes’ tiene su origen en una pieza teatral que usted escribió para el festival París de las mujeres. ¿Por qué decidió convertirla en una novela?

Escribí aquella obra en 2015 y la verdad es que tuvo un recorrido mucho mayor del esperado. A partir de ahí, tenía que entregar un nuevo libro para liquidar mi contrato con mi antigua editorial y eso fue lo que me llevó a convertir ‘Rehenes’ en una novela. A tal fin le di un pasado a la protagonista de la historia, narrando un episodio de su adolescencia, donde ella absorbe una violencia contra su persona, que es la que después replica. Cuando al final vio la luz la novela, me sorprendí pensando que había logrado un texto muy conectado con el presente. En 2015 no había surgido aún en Francia el movimiento de los chalecos amarillos, ni tampoco había estallado el #MeToo. Ambos fenómenos reflejan una sensibilidad que, de algún modo, está en la novela.
 
Usted afirma que esta obra habla de nuestra doble condición de rehenes, tanto en lo afectivo como en lo económico. ¿Cuál de estas dos coyunturas tiene más peso a la hora de definirnos?

Freud decía que, cuando el ser humano empieza a trabajar, también comienza a amar. En este sentido se trata de dos fuerzas complementarias que definen nuestra personalidad, por eso es tan importante tener un trabajo bien remunerado y donde uno se sienta reconocido en lo profesional y en lo personal, de tal modo que no sea simplemente una fuente de ingresos, sino también una fuente de pasión. En cuanto al amor, es verdad que el legado que recibimos de quienes nos precedieron nos aboca a una suerte de cárcel afectiva de la que nos es muy difícil escapar, aunque muchas veces tampoco queremos hacerlo, ya que esas cadenas nos vinculan a nuestra esencia y a nuestros orígenes.

​El mestizaje, la doble nacionalidad o el tener una identidad sexual no normativa han hecho de mí una exiliada perpetua

La protagonista de ‘Rehenes’ decide secuestrar a su jefe después de que este le solicite emprender una reducción de personal, algo que ella acomete sintiendo que ha sido desposeída de su dignidad. ¿Su reacción es un acto de desalienación?

Sylvie es como un sargento disciplinado que asume sin discutir las órdenes de sus superiores y que, a su vez, se esfuerza por proteger y cuidar a los soldados que tiene a sus órdenes. Cuando siente que su fidelidad a su superior le ha hecho traicionar a su gente, ella siente que ha terminado por traicionarse a sí misma. Eso la lleva a rebelarse y cuando lo hace es mediante la intimidación y la violencia porque siente que es el único lenguaje que su jefe entiende.

¿Hasta qué punto se nos obliga al ejercicio de la violencia como un acto de supervivencia?

Estamos expuestos a la violencia prácticamente desde que nacemos. Aunque a la mayoría de nosotros se nos educa para reprimir esos instintos de destrucción, no resulta sencillo hacerlo, en parte porque son muchos los que han sido víctimas de esa violencia, como le ocurre a la protagonista de mi novela, que fue violada en la adolescencia. Para liberarse de esa violencia que nos han inculcado, que nos han transmitido o que incluso hemos padecido, el único medio válido es la palabra. Lo que le ocurre a Sylvie, sin embargo, es que ella no habla, se ve incapaz de contar su experiencia como rehén de la violencia y eso, a pesar de su aparente fortaleza, la convierte en alguien muy frágil que lleva dentro de sí misma a su agresor. Por eso, cuando finalmente estalla, lo hace desde la violencia.
 
Pero, incluso en su modo de desarrollar las funciones inherentes a su puesto de trabajo, ella termina por participar de un autoritarismo típicamente masculino. ¿El único modo de reivindicarse para las mujeres en el ejercicio del poder pasa por asumir esos atributos?

En parte sí y es algo triste y frustrante porque debería de haber otros modos de ejercer el poder, aunque bien mirado quizá el problema radique justamente en la noción de poder y en las servidumbres que dicho concepto conlleva. En el ámbito laboral deberíamos reformular la relación que se da entre jefes y empleados y, en un sentido más amplio, tendríamos que hacer lo mismo como ciudadanos respecto a quienes nos gobiernan. Hay un patrón de verticalidad que nos lleva a asumir a quienes detentan el poder como si se tratase de figuras paternas a las que estamos obligados a guardar obediencia. Frente a eso yo defiendo unas relaciones donde la dulzura, la ternura y la solidaridad nos lleven a cooperar y no a competir. Sería una puerta hacia un mundo más evolucionado y más respetuoso. La empatía es la llave de la libertad.

El maltrato a las mujeres denota una voluntad de someter a los más débiles, a las minorías, e incluso a los niños

¿Esa necesidad de autoafirmarnos destruyendo al otro tiene que ver con la cultura del patriarcado?

Lo que está claro es que la violencia machista está en la raíz de cualquier otro tipo de violencia. El maltrato a las mujeres denota una voluntad de someter a los más débiles, a las minorías, a los inmigrantes e incluso a los niños. Todo eso se ejemplifica en la violencia que se ejerce contra el cuerpo de las mujeres que, desde el momento en que se asume como un objeto de deseo por parte de los depredadores, se encuentra bajo amenaza. Desde que eres niña te enseñan a defenderte, a desconfiar y a pensar que tu cuerpo es un territorio vulnerable.
 
¿Esa vulnerabilidad no puede ser asumida también por muchos hombres que se hallan en una posición de debilidad frente a los abusos que emanan del ejercicio del poder?
Nuestra sociedad ha evolucionado y, actualmente, hay muchos hombres con una conciencia feminista clara y otros que, sin tenerla, también están sometidos a otro tipo de violencia que les hace sensibles a esa situación de vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres. La posición de esos hombres puede ser incluso más incómoda que la nuestra en la medida en que están expuestos a que su masculinidad se vea incluso cuestionada por sus propios ‘hermanos’. Cuando un hombre dice, ‘no, yo no quiero formar parte de esto’, se arriesga a ser repudiado de la manera más violenta. Como tal, todos somos víctimas de la cultura patriarcal, también lo es la naturaleza. La manera en que estamos arrasando el planeta tiene mucho que ver con ese desprecio que el hombre siente por todo aquello que es fuente de vida, ya sea el medio ambiente ya sea el cuerpo de las mujeres.

De todas maneras, su personaje cuestiona la idoneidad de construir una identidad basada en su condición de víctima. En su acto de rebeldía subyace la necesidad volver a ser dueña de sus propios deseos.
Sí, claro, porque ella en la medida en que es una mujer resignada y, hasta cierto punto sumisa, no tiene conciencia de ser una víctima. De hecho Sylvie tiene una idea del amor bastante extraña donde le pesa el recuerdo de sus padres y de la frialdad que se profesaban y, cuando se casa, su marido, como ella, están tan concentrados en sus respectivos trabajos que únicamente se sienten obligados para con las exigencias que estos les plantean. En ese microcosmos ‘pequeñoburgués’ el placer es algo difícil de conquistar y la realización personal va unida a la satisfacción del trabajo bien hecho. Para crearse una identidad, ella tendrá que llevar a cabo su propia revolución confrontándose con esa adolescente violada que fue hasta conseguir reencontrarse con la integridad de su cuerpo. Porque cuando una mujer es agredida sexualmente lo más habitual es que viva en una especie de negación de sí misma.

La manera en que estamos arrasando el planeta tiene mucho que ver con ese desprecio que el hombre siente por todo aquello que es fuente de vida, ya sea el medio ambiente ya sea el cuerpo de las mujeres

¿Qué papel diría que juega el deseo en sus novelas?

En Francia dicen que soy ‘la escritora del deseo’. Es una etiqueta con la que convivo. ‘Rehenes’ es mi decimoséptima novela y es cierto que en todas ellas el deseo juega un papel central probablemente porque mi identidad amorosa y sexual me hace estar fuera de un espacio normativo. Cuando eres una adolescente y asumes que eres diferente, puede llegar a ser doloroso porque eso te aísla del grupo, pero desde esa posición marginal puedes llegar a repensar y a expresar el deseo de otra manera, y no me refiero solo al deseo sexual, sino al deseo de compartir, de comunicar, de vivir… Yo viví mi adolescencia en Argelia y en aquella sociedad la expresión del deseo era una cosa que quedaba restringida a los hombres, era una manifestación de su virilidad. De hecho, mi madre, que era una de las pocas francesas que habitaban en Argelia en aquel momento, era percibida como una presa. Cuando yo tenía ocho años ella llegó a casa un día con la ropa desgarrada y el cuerpo magullado, nunca me contó lo que había pasado y hoy sigo sin saberlo, pero para mí aquella imagen me hizo cuestionar la naturaleza del deseo y pensar que del mismo modo que es una fuerza de vida, el deseo también puede ser una fuerza de destrucción.
 
Muchas veces ha dicho que usted no escribe con su mente, sino con su cuerpo. ¿Por qué?

En mi caso la escritura es un proceso que no responde tanto a razones intelectuales como artísticas. Yo no soy una escritora rigurosa que se enfrenta a la página en blanco con ese sentido de la disciplina que caracteriza a tantos otros autores. Para mí no es solo un desafío mental sino que también me exige una implicación fisiológica, se trata de convocar la sensualidad, la poesía... Escribir tiene que ver con el deseo, con el gozo, con el amor.
 
Hay un rasgo que Sylvie comparte con la mayoría de las protagonistas de sus otras novelas y es la sensación de desarraigo. ¿Es algo que emerge en sus personajes a partir de sus propias vivencias?

Sí, claro. Cuando publiqué mi primera novela tenía 24 años y desde aquella primera obra, el mestizaje, la doble nacionalidad o el tener una identidad sexual no normativa han hecho de mí una exiliada perpetua. Si a eso le sumas mi condición de mujer y de artista, esa sensación de estar fuera de las corrientes de pensamiento dominantes se acentúa. Pero en la literatura yo he encontrado mi lugar, mi patria, mi ideología y mis banderas que son la belleza y la poesía.