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Kowasch y Garjón rescatan del olvido a las mujeres muertas por el franquismo en Nafarroa

Las 95 mujeres muertas por el franquismo en Nafarroa entre 1936 y 1948 son las grandes protagonistas del libro ‘Nombres que recorren el tiempo’, un trabajo de Amaia Kowasch y Aitor Garjón que busca rescatar del olvido unas terribles historias de represión política, cultural y social.

El recordado caso de Maravillas Lamberto es uno de los recogidos en el libro ‘Nombres que recorren el tiempo’. (Lander F. ARROYABE/FOKU)

Rescatar del olvido a 95 mujeres muertas por el franquismo en Nafarroa y visibilizar la represión que, en general, sufrieron las mujeres navarras en la etapa 1936-1948 es el gran objetivo del libro ‘Nombres que recorren el tiempo’, obra que firman Amaia Kowasch y Aitor Garjón, y que acaba de publicar la editorial Txalaparta.

El periodo histórico que abarca este trabajo ha quedado limitado en el año 1948 porque «es la fecha hasta la que estuvo vigente el bando de guerra impuesto en 1936 que permitía acabar con cualquier persona según decidiera la autoridad militar», señalan sus autores.

Durante esa época, han contabilizado un total de 95 mujeres que murieron en el herrialde a causa de la represión derivada del golpe de Estado militar, pero «también han sido incluidas navarras que fueron asesinadas en otros territorios, así como las de otras provincias asesinadas en Nafarroa».

De cada una de ellas se ofrece en un formato de ficha su vida, represión y muerte, y también las referencias de la información obtenida y consultada.

De ese total, 75 era nacidas en Nafarroa, 14 habían nacido fuera del herrialde y de seis no se ha podido constatar el lugar de nacimiento.

En cuanto al lugar de muerte, 45 murieron en Nafarroa, dos en campos de concentración nazis, una en Ipar Euskal Herria, tres en el Estado francés, tres en Catalunya, cuatro en Bizkaia, una en Araba, seis en Gipuzkoa, siete en La Rioja, cinco en Aragón, cuatro en Madrid, una fue desaparecida y de tres de ellas no se ha podido constatar el sitio donde les mataron.

Estatua en Sartaguda que recuerda a las mujeres represaliadas por el franquismo. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

En líneas generales, se trataban de «mujeres rurales, de familias humildes y con edades comprendidas entre los 30 y los 60 años. La mayoría se dedicaba al trabajo en el hogar y, aunque muchas se identificaban con ideas izquierdistas, una tercera parte de ellas militaba o estaba implicada en diferentes movimientos», indican Garjón y Kowasch.

Siete de ellas fueron milicianas y sufrieron la represión por ello, de tal manera que «tres fueron fusiladas, tres murieron en cautividad y una fue condenada a muerte y ejecutada».

Las muertes se dieron con más frecuencia entre la población que residía «en la Ribera tudelana, la Ribera occidental y en la Zona Media oriental»

Del total de las 95 mujeres que se han incluido en este trabajo, 29 fueron exhumadas, un 31,18%.

Acabar con sus vidas fue la fórmula más extrema de una represión sobre las mujeres que tenía como principal objetivo «resituar el modelo patriarcal y tradicional, que, según los sublevados, había sido socavado por la Segunda República. Por eso, entendían que debían castigar a aquellas que habían actuado de manera impropia a su rol asignado en esa organización local».

Se trataba de restablecer «el orden patriarcal mediante el cual las mujeres pasaron a ocupar una situación de inferioridad e invisibilidad. Se recuperaron los arquetipos femeninos de ‘reina del hogar’ y de ‘perfecta casada’».

Se impuso «un modelo normativo de feminidad y unos mecanismos de represión específicos de género dirigidos a castigar y reeducar a aquellas mujeres transgresoras». Así, los castigos fueron llevados a cabo «por la condición de género, el posicionamiento político o la relación familiar de estas mujeres con otros represaliados. Castigos que fueron ejecutados mayoritariamente por hombres».

Diferentes tipos de represión

Entre 1936 y 1975 se han contabilizado 3.490 muertes provocadas por el franquismo en Nafarroa, de las que 52 víctimas eran mujeres. Esta gran diferencia por sexo «probablemente se deba a que la represión dirigida hacia las mujeres tuvo una función ejemplarizante y no de aniquilamiento como la dirigida hacia los hombres».

Esa proporción se invierte claramente al analizar las agresiones de género-violencia sexuada, que arroja 669 casos recogidos, con 663 sufridos por mujeres y seis por hombres, aunque los autores del libro reconocen que «probablemente habrían sido más, porque es un tipo de represión muy difícil de cuantificar dado que era una práctica habitual y que no dejaba vestigios documentales».

De ese total, 11 casos corresponden a agresiones sexuales, 105 a paseos humillantes (cinco afectaron a hombres) y 558 rapados de pelo. «La destrucción de la identidad femenina era uno de los objetivos» de la represión, pero «también lo era señalar a las mujeres que habían trasgredido los roles de género dominantes durante aquella época y a las mujeres que tuvieron un protagonismo político», se destaca en la obra.

Mujeres en la cárcel de Iruñea en 1940. (José GALLE/ARCHIVO GENERAL DE NAFARROA/NOMBRES QUE RECORREN EL TIEMPO)

Además, centenares de mujeres terminaron siendo encarceladas durante el periodo analizado. Así, se ha constatado el encierro de 601 mujeres «en la prisión provincial de Iruñea, en cárceles locales o de Partido Judicial, comisarías locales o cuarteles, conventos... aunque seguramente fueron más». Una represión dentro de las prisiones en el que las monjas tuvieron su papel.

Al respecto, Kowasch y Garjón recuerdan que la prisión «servía como espacio para la ‘purificación moral’ de las mujeres, a las que se les negaba la condición de presas políticas, dado que las consideraban como prostitutas y desviadas morales que había que ‘purificar’».

A diferencia de los hombres encarcelados, que tenían el apoyo de redes de solidaridad de mujeres y de su entorno político, las mujeres adolecían de una falta de apoyos desde el exterior, por lo que sufrieron un mayor aislamiento.

Otro tipo de represión que se ejercía sobre las mujeres era el socioeconómico, terreno en el que figura la depuración de personas que trabajaban en ámbitos públicos de los que fueron expulsadas, especialmente en la docencia. En el caso de la enseñanza, un total de 128 mujeres fueron sancionadas y «de las 32 personas navarras dedicadas a la docencia que fueron asesinadas, una era mujer: Camino Oscoz Urriza».

Además, también sufrían a nivel económico la represión ejercida por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas en Nafarroa, que fue dirigida contra 1.086 personas, de las que 867 fueron condenadas. De ese total, 74 eran mujeres, que fueron sancionadas subsidiariamente, ya que sus parejas masculinas habían sido fusiladas o estaban en la cárcel. Entre ellas, figura el caso extremo de Dominica Azparren Gil, de 52 años y residente en Oibar, a la que «se le incoó expediente habiendo sido ya fusilada». Se le condenó a una multa de 40.000 pesetas.

Otras de la consecuencias de la represión fue el exilio, que fue el camino que emprendieron unas 305 mujeres. Algunas de ellas terminaron muriendo en campos de concentración franceses.

En el libro también se incluyen mujeres que murieron a consecuencia de bombardeos, principalmente ocurridos en Catalunya, y de las que se recoge la identidad de 11 fallecidas. Además figuran al menos dos que se suicidaron tras el fusilamiento de sus respectivos compañeros.

Historias cargadas de horror

Entre los casos que se recogen en ‘Nombres que recorren el tiempo’, algunos resultan especialmente escalofriantes, como el de Simona Calleja, de 19 años, a la que encerraron en la cárcel de Cabanillas, donde la violaron. En la obra se reproducen testimonios que decían que Calleja «daba unos gritos espantosos y pedía a gritos auxilio a Don Carlos, el párroco, que vivía enfrente. Toda la noche chillando, con alaridos: ‘¡No me hagáis más! ¡No me hagáis más!’. La mataron para que no descubriera a los que la violaron. La llevaron en el camión con su madre, un hermano y con unos de Fustiñana». Les fusilaron.

A Francisca Alonso, de Azagra, se la llevaron de casa en camisón junto a su marido y un hermano. Les fusilaron en el término de Recuento de Calahorra, pero «Francisca quedó malherida y arrastrándose dos kilómetros llegó hasta el corral de Ontanon, donde pidió ayuda. En vez de hacerlo, fueron a dar parte y volvieron a rematarla».

Emilia Arraiza, al parecer, había escrito algún artículo sobre el control de natalidad y la fusilaron junto a su marido y un hijo. «La mataron la primera, la echaron en la fosa y encima a los hombres que asesinaron con ella, mientras sus verdugos gritaban: ‘¿No querías hombres? ¡Pues toma!’», se recoge en el libro.

En uno de los casos más recordados de la época murieron tres mujeres. Es el de la sima Legarrea, a donde fueron arrojados Juana Josefa Goñi Sagardia y siete de sus hijos.

Homenaje a la familia Sagardia Goñi, tras rescatarse sus restos de la sima de Legarrea. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

Otro caso especialmente emblemático es el de Maravillas Lamberto, de 14 años y vecina de Larraga, que fue violada delante de su padre antes de ser ambos fusilados. Una circunstancia similar a la de Carmen Lafraya Fernández, de 24 años y vecina de Alesbes, a la que también agredieron sexualmente delante de su progenitor. Ambos fueron fusilados cerca de Cadreita «en presencia del secretario del obispo, Luis Igoa».

Julia Lázaro, de 24 años y vecina de Iruñea, vivía en Madrid, donde al terminar la guerra fue acusada de denunciar y detener a la presidenta del sindicato católico de sastras. Fue violada por nueve policías en Gobernación y se quedó embarazada. Había sido condenada a muerte, pero se esperó a que naciera la criatura el 7 de junio de 1940, para ejecutarla el 24 de agosto de ese mismo año.

La comunista de Allo Blasa Roncal fue detenida y llevada a Lerín por una pareja de la Guardia Civil y dos requetés para fusilarla. Cuando la iban a matar, les espetó: «Vosotros sois unos cobardes. ¿Vosotros valor? ¡Si vosotros sois una mierda! No valéis para nada. A cinco metros, yo con la pistola y tú con el fusil. ¡Ahí se verán los cojones de los hombres?». Debía de ser una tiradora experta.

Otros dos casos destacados son los de Matilde Ruiz y Encarnación Resano. La primera era vecina de Caparroso de 50 años, a la que fusilaron por no delatar a su marido, que posteriormente huyó al Estado francés, donde murió tras años de exilio. Y a Resano «le pegaron un tiro entre las piernas y la dejaron desangrándose en la puerta del cementerio» de Faltzes. «Allí pasó toda la noche» hasta que fue descubierta por un pastor, que avisó al alcalde y «este le dio el tiro de gracia para que no sufriera, según manifestó la familia».

Recordando estas y otras terribles historias sufridas por mujeres en aquella época, Kowasch y Garjón buscan «visibilizar y sacar a la luz a las mujeres que habían pagado con su vida la represión política, cultural y social iniciada aquel fatídico verano de 1936». Recuperar sus nombres y lo que sufrieron «nos permite incorporarlas a la historia y a la memoria, desde una doble vertiente, como víctimas y como resistentes y luchadoras».

Sobre todo consideran que con esta investigación, que afirman «no es algo cerrado ni concluido», se saca del «olvido a estas mujeres para que sigan viviendo en el presente».