Pelicot, la carga de un apellido
El juicio contra Dominique Pelicot, condenado por drogar a su esposa para violarla junto con otros 50 hombres, ha reabierto el debate sobre el anacronismo y la discriminación que supone para la mujer francesa casada la adopción del apellido del marido, una práctica que sigue fuertemente arraigada.
A lo largo y ancho del mundo son muy variadas las culturas sobre la transmisión de los apellidos, lo que permite encontrar todo tipo de opciones. Pero una de las que más llama la atención la encontramos, sin ir más lejos, en el Estado francés. Y es que a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en el Estado español, las mujeres francesas, cuando se casan con un hombre, pierden su apellido para adoptar el del marido. Una costumbre totalmente anacrónica y discriminatoria en pleno siglo XXI, sobre todo en un estado supuestamente «avanzado» en cuestión de derechos individuales.
Esta realidad provoca situaciones paradójicas en los casos de aquellas mujeres de gran proyección pública que, pese a estar separadas, mantienen el apellido de su exmarido porque nadie las conoce ya por el suyo de soltera. Entre los casos paradigmáticos podríamos citar el de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde (su apellido de nacimiento es Lallouette), que utiliza el apellido de su primer exmarido, Wilfried Lagarde; o el de la ex alcaldesa de Donibane Lohitzune y exministra Michèle Alliot-Marie, cuyo apellido está compuesto por la unión del de su primer exmarido (Michel Alliot) y el de su padre (Bernard Marie).
Pero, ¿cuáles son las razones que explican que esto se produzca en la república de la libertad, la igualdad y la fraternidad? Hay quien sostiene que este anacronismo podría provenir de épocas pasadas en las que se consideraba que el hecho de adquirir el apellido era un «privilegio» para la mujer, ya que así, a través de su esposo, podía ejercer su ciudadanía. Es decir, el matrimonio le brindaba la posibilidad de existir socialmente. En cualquier caso, la legislación nunca lo había establecido como obligatorio, pero la propia costumbre, con el paso de los años, lo ha convertido en obligación.
La periodista de Kazeta Maite Ubiria Beaumont, nacida en Nafarroa y residente en Lapurdi, ha podido constatar que este tema apenas suscita debate en la población francesa, tampoco en Ipar Euskal Herria, «salvo en casos extremos como el de las violaciones o los asesinatos machistas, donde se reabre tímidamente el debate sobre la transmisión paterna del apellido».
La ley, sin embargo, se modificó en el año 2004, ya que, a juicio de Ubiria, «la realidad chocaba con las legislaciones en favor de la igualdad que se estaban adoptando en el contexto europeo, y el Estado francés se vio obligado a cambiarla».
¿QUÉ ES LO QUE DICE LA LEY?
La nueva ley francesa reitera que la adquisición del apellido de la pareja es un acto voluntario, y refuerza el valor oficial del apellido de nacimiento, tanto en el caso de los hombres como también en el de las mujeres. Así, tal y como explica Ubiria, hoy por hoy la mujer no pierde su apellido al casarse, pero le da «la opción» de adquirir el de su pareja para los trámites ordinarios. De forma inversa, la ley permite al marido adoptar el apellido de ella, con el objetivo de avanzar hacia una igualdad formal.
Junto a ello, la nueva ley establece que la mujer, a la hora de relacionarse con la administración, deberá autorizar expresamente la utilización del apellido de casada y ya no podrá ser utilizada de forma automática.
Pero transcurridos veinte años de este cambio, la situación no ha cambiado mucho, en opinión de la periodista de Kazeta, «principalmente porque el cambio se ha hecho para tratar de evitar una condena por parte de las autoridades europeas, no porque se haya producido una reflexión profunda sobre el asunto».
Es por ello que las inercias siguen teniendo un peso importante y tanto la población como las administraciones siguen utilizando por defecto el apellido paterno. «Si presentas un formulario y pones que estás casada, la administración, casi de forma automática, se dirigirá a ti con el apellido del marido, aunque a veces es cierto que preguntan si quieres hacerlo así», señala Maite Ubiria, quien observa que «todavía hay que seguir peleando para conseguir que figuren los dos apellidos».
En cuanto a la opción que otorga la ley para que el marido pueda adoptar el apellido de la mujer, existe constancia de que se ha materializado en algunos casos, aunque son muy contados. Una encuesta realizada por el periódico Le Monde revela que los hombres que han decidido llevar el apellido de sus esposas o registrar a sus hijos con el apellido materno son juzgados por su entorno familiar, considerándolos «débiles» o sometidos a sus esposas. Lo cual deja en evidencia que el «nombre de casada» sí refleja una posición de poder en la pareja.
¿Y QUÉ OCURRE CON LOS HIJOS E HIJAS?
En lo que respecta a la transmisión del apellido a los hijos e hijas, Maite Ubiria añade que tradicionalmente la costumbre ha sido que reciban solo el del padre, si bien en los últimos años muchas parejas venían mostrándose a favor de transmitir ambos apellidos a sus descendientes, aunque para ello estaban obligados a crear un término nuevo con los dos nombres unidos por un guión doble, por ejemplo Etxamendi--Larralde.
Pero este sistema, en opinión de Ubiria, «dejaba a la vista de todo el mundo la voluntad de los padres de crear un nuevo apellido e incluso podía llegar a causar problemas a los niños en la escuela». Ahora, la nueva ley elimina la obligatoriedad de introducir los guiones y basta con poner un apellido detrás de otro, bien sea el del padre primero o el de la madre, de tal forma que desaparece la excepcionalidad que suponía el anterior sistema. «Lo único que establece es que sea igual para todos los hijos», explica.
Es una opción que poco a poco se está abriendo paso, y que está sirviendo para abrir los ojos a muchas personas que quizás no se lo habían planteado pero que lo ven como una cosa lógica. En palabras de Ubiria, «lo que no cabe duda es que están cayendo los prejuicios y cada vez se ve con más simpatía situar los nombres de las pareja en un plano de igualdad».
«Hasta el final de este proceso, seré madame Pelicot»
Gisèle, la víctima de Dominique Pelicot, se convirtió en el juicio contra su exmarido en todo un símbolo de dignidad y entereza. En lugar de ocultar su identidad en un proceso que para cualquier víctima sería totalmente humillante y vergonzoso, ella prefirió dar la cara y acudir a todas y cada una de las sesiones con el objetivo declarado de que «la vergüenza cambie de bando».
Y esta dignidad y entereza marcó también su decisión de mantener el apellido de su violador mientras durase el juicio. Pese a que unos días antes se materializó el divorcio y ella volvió a adoptar el nombre de soltera, durante el juicio prefirió seguir llamándose Giséle Pelicot, algo difícil de entender ante la kafkiana situación en la que se vio envuelta.
Pero Gisèle volvió a dejar a todos sin palabras al explicar su decisión: «Hasta el final de este proceso seré Madame Pelicot, por solidaridad con mis hijos que llevan este apellido».
Y es que si ella hubiera renunciado a su apellido, algo que sería lo más lógico ante la terrible situación que le tocó vivir, los hijos y nietos quedarían asociados siempre al padre. En cambio, con la decisión de mantener el apellido, Gisèle conseguía que sus hijos estuvieran «orgullosos» de estar emparentados con ella, y no avergonzados. Toda una lección de entereza en medio de una situación extrema que habría hecho perder la cabeza a cualquier persona.