«Nos estamos medicando para soportar la vida»
La nueva novela del autor sevillano, ‘Las buenas noches’ (Seix Barral), diagnostica los cada vez más extendidos casos relacionados con los trastornos del sueño como resultado de un modelo de vida diseñado por el capitalismo.
Observar la obra de Isaac Rosa en su conjunto, además de señalar a un narrador extraordinario, significa enfrentarse a una crítica fotografía global de la sociedad actual desmenuzada en episodios cotidianos dotados de un significado político. Un paisaje al que se suman por medio de su nueva novela los generalizados desvelos nocturnos, un aspecto encarnado por una relación furtiva entre dos insomnes que persigue saciar exclusivamente su anhelo durmiente. Historia de fondo que de manera clarividente, a pesar de su estado de continua vigilia, refleja el carácter vampírico del capitalismo, incluso capaz de fagocitar nuestro derecho a cerrar los ojos con placidez.
El origen de este libro está en esas épocas donde no puede conciliar el sueño, pero, ¿qué surgió primero, la reflexión sobre el insomnio o la historia de los dos personajes protagonistas?
Inicialmente no tenia el propósito de escribir sobre el insomnio o usarlo como un lugar desde el que observar nuestro modelo de vida, que es lo que se puede deducir de la novela, sino que una noche de esas en la que no podía dormir y me preguntaba por qué sucedía, fue apareciendo la historia de esos dos personajes. Al igual que en otros libros, donde el punto de partida es una hipótesis que empieza a andar, aquí se trataba de observar qué pasaría si dos personas que no pueden conciliar el sueño se conocen y de repente consiguen dormir juntos. Según avanzaba fui descubriendo, aunque conocía de la incidencia del problema del insomnio en la sociedad, que en mi entorno había gente que lo sufría y yo lo desconocía por completo, demostrando que se trata de un problema que todavía nos da reparo contar. A partir de ahí, esa particular relación de amor me permitía mirar más allá, utilizar el mal dormir como un síntoma, una metáfora.
«La pregunta es qué debe pasar para que empecemos a ver los trastornos del sueño como consecuencia de un modelo de vida, donde existen causas comunes que requieren remedios que no son individuales»
Los protagonistas mantienen una relación furtiva sin sexo, sin casi conversación ni nombres pero que juntos alcanzan aquello que ninguna otra persona les puede aportar: en este caso, conciliar el sueño.
De hecho cuando la gente tiene historias de una sola noche suele ocurrir que hay sexo pero no duermen juntos, parece que eso significa ir un paso más allá. En el caso de los dos personajes dormir supone mucho más que tumbarse en la cama, existe una intimidad, una proximidad que significa haber encontrado a alguien con el que se sienten como ya no lo logran con su pareja. Han alcanzado ese estado en el que todo parece quedar en suspenso, que aporta un bienestar y, en esta ocasión, también, que propicia descansar.
Estilísticamente, en la novela juega con las repeticiones, las enumeraciones o los largos párrafos. ¿Buscaba un formato que reflejara de la manera más fiel posible el funcionamiento del cerebro en esos momentos de insomnio?
En cada libro me gusta buscar, y no siempre es fácil, un tipo de narración que su propia forma hable ya del tema, que la manera en que está escrita diga algo sobre la historia. En este caso se trataba de intentar llevar a la escritura ese proceso mental que se produce cuando uno no duerme, un tipo de pensamiento donde la cabeza parece disparar en todas las direcciones, en el que las ideas van y vienen, giran desordenadas o avanzan en círculos. Junto a ello, hay otra parte en el libro, la del diario, que nos saca un poco de ese ambiente y me permite usar otros registros, como el humor, y tratar temas colaterales.

Dos son los principales desvelos del protagonista masculino: la precariedad laboral y la búsqueda de vivienda, dos elementos que tienen todo que ver con el ámbito social y nada con el estrictamente médico u orgánico.
Él es un autónomo del sector de la cultura, que ya es una situación de por sí precaria, y su relación de pareja está al borde de la separación, con lo que eso implica de incertidumbre y de cambios. Una situación por la que mucha gente pasa y que en plena crisis de la vivienda resulta dramático ver que te vas a empobrecer y lo costoso que resulta encontrar una nueva casa. Hay otras muchas causas para no dormir, por supuesto, ya sean problemas médicos o biológicos, pero me he encontrado que cuando hablas de lo que quita el sueño se apunta a temas materiales o laborales. Sin querer simplificar, es evidente que detrás de ese insomnio hay un malestar social, un estado de vulnerabilidad marcado por cuestiones económicas.
Incluso en un momento hace una metáfora entre el insomnio y aquellos movimientos ciudadanos como el 15-M, donde fue necesario poner en común los problemas personales para comprobar que no eran individuales sino sociales.
La analogía más clara y la que mejor se relaciona con el tema del insomnio es lo que ha pasado con la salud mental. Antes era una cosa privada y que se resolvía desde ese ámbito, muchas veces incluso no se hablaba, daba cierta vergüenza, sin embargo, a la vuelta de la pandemia se dispararon los índices de malestar y se abrió un debate, se empezó a tratar en los medios de comunicación, aparecía en los programas políticos y dejó de ser algo estrictamente particular para convertirse en colectivo. La pregunta ahora es saber qué debe pasar para que empecemos a ver los trastornos del sueño como consecuencia de un modelo de vida y donde existen causas comunes que requieren remedios que no son individuales.
En un momento señala cómo el hecho de ser competitivo y válido se ha asociado históricamente a robarle horas al sueño, de estar más tiempo despierto para producir más, lo que llama la ‘meritocracia del madrugón’.
Hay una idea que hemos asumido sobre que la noche es un tiempo improductivo que podríamos aprovechar. Incluso se practica de muchas maneras: durmiendo menos horas, como esos personajes que nos presentan diciendo que han triunfado así; gente que busca gadgets para medir el sueño; métricas para controlar la calidad del mismo y que resulte más reparador en menos tiempo; rutinas de belleza que comienzan desde la hora de ir a la cama… En realidad hay un impulso neoliberal para apropiarse de la noche, y si no puede sacarle algún beneficio directo, que sirva para estar reparados rápido y de nuevo listos para el día siguiente, ya no vale que sea únicamente un descanso. En el fondo del problema está que querríamos seguir despiertos para estar siempre disponibles.
«Intenté llevar a la escritura ese proceso mental que se produce cuando uno no duerme, un tipo de pensamiento donde la cabeza parece disparar en todas las direcciones»
También los ansiolíticos son elementos comunes a lo largo de toda la novela, revelando que su consumo y recomendación desprejuiciada está totalmente asimilada y extendida en nuestra sociedad.
Al igual que he descubierto cómo el insomnio se daba en muchos casos a mi alrededor, igual me ha pasado con los ansiolíticos. Sabía de los datos que dicen que el Estado español es el primer consumidor del mundo, pero de repente he descubierto que en mi entorno más cercano mucha gente tomaba alguna cosa por la noche o se encuentra medicada. En efecto tenemos un problema de sobremedicación. Me acordaba estos días de una novela de Daniel Jiménez, ‘El incidente’, sobre la salud mental, en la que el personaje de un médico decía que nos estamos medicando para soportar la vida, no ya por enfermedad, sino por problemas sociales.
En un capítulo expone de forma extensa todos los motivos que pueden quitar el sueño; parece que hoy en día lo excepcional es conseguir dormir y no lo contrario.
Parafraseando la novela de Martín Gaite, ‘Lo raro es vivir’, lo que parece extraño es que en el momento en el que estamos, con un orden social y económico que nos indispone al sueño, haya gente que esté completamente a salvo de todos esos condicionantes. Y no solo se trata de aspectos materiales o económicos, sino todo un modelo de vida que significa esta carrera de ratas en la que estamos permanentemente agotados, desbordados, estresados… Le añades a todo eso la tecnología, las redes sociales y esas pantallas encendidas que no es que nos quiten el tiempo, sino que están diseñadas para eso, más el momento histórico actual marcado por la tan repetida incertidumbre, tanto a nivel personal como colectivo, que lo lógico parece darle la vuelta a la pregunta, y no es por qué no podemos dormir, sino cómo hacen para poder dormir.