«Gachupines rojos» en México y muertes en el Bidasoa, dos caras de la migración y el exilio

La guerra de 1936 y la dictadura franquista obligaron a miles de vascos a partir al exilio. Muchos cruzaron el Atlántico y desembarcaron en México, un país que les recibió con desconfianza. Los mismos recelos que a día de hoy, casi noventa años después, muestran algunos partidos políticos ante la llegada a Euskal Herria de refugiados y personas migrantes que se juegan la vida cruzando el Bidasoa en busca de un futuro mejor. 

Son dos caras de la misma moneda. La de la emigración propia y a la inmigración ajena. Dos realidades de las que han dado cuenta este jueves Iñaki Aduriz y Ana María Izaskun Ruiz Guilarte, de Hamaika Bide Elkartea, e Ignacio Mendiola, de EHU, en una mesa de ponencias celebrada en la Facultad de Letras de Gasteiz con motivo de un congreso titulado ‘1939-2025. Emigraciones y exilios. Itinerarios paralelos’. 

Ruiz Guilarte, hija de la escritora tolosarra Cecilia García de Guilarte, ha sido la primera en intervenir. Lo ha hecho para presentar un documental sobre el exilio de su familia a México. Un viaje a bordo del ‘Cuba’ que dio pie a una serie de artículos titulada de ‘Un barco cargado de...’ en 1963. Se publicaron en La Voz de España, pero fueron vetados por la censura franquista. Aquel barco zarpó de Burdeos en 1940 con destino a República Dominicana, pero acabó en México por el rechazo del dictador Leónidas Trujillo a acoger a republicanos.

«El exilio nos llega a los hijos, a los nietos y a los bisnietos», ha señalado tras recordar que en México le llamaban «la española, y me bailaban sevillanas al pasar. Y cuando llegue aquí, como venía pintada y con las uñas largas, me preguntaron si era la hechicera de mi tribu». Sus palabras ponen de manifiesto la discriminación a las que se enfrentan las personas migrantes, así como sus descendientes, bien sea en México o en Euskal Herria. 

«Gachupines rojos»

Aduriz, de hecho, ha advertido de que México no recibió con los brazos abiertos a los exiliados. Según algunos autores, «era un mito que los refugiados republicanos españoles fueran bien recibidos en México. En general, la sociedad mexicana en pleno los recibió con disgusto y con desconfianza, cuando no con abierta hostilidad». 

Lo cierto es que, pese a las medidas prorrepublicanas adoptadas por el Gobierno de Lázaro Cárdenas, las crónicas dan cuenta de que «hubo una intensa campaña en contra de la República española en la que se mezclaron dos ideas, la de rojo y la de gachupín», que ya existía para referirse a los inmigrantes. Así, a los exiliados se les llamó «gachupines rojos». «Ni México era tan izquierdista como se les había hecho creer a los refugiados, ni los republicanos españoles eran tan rojos como se les había hecho creer a los mexicanos». 

Casi 90 años después, son algunos partidos políticos con representación en instituciones vascas los que lanzan soflamas contra las personas migrantes. Unos se establecen en Euskal Herria, labrándose un futuro, y otros están de paso, en un viaje que les obliga a jugarse la vida en la muga que separa Gipuzkoa y Lapurdi. Nueve personas han muerto en los últimos años, tres fueron arrolladas por un tren, cinco fallecieron en las aguas del Bidasoa y otra se suicidó. 

La caza de personas en la muga

Ignacio Mendiola, autor de ‘La danza de las luciérnagas’ ha analizado durante tres años, de 2021 a 2024, la realidad que se da en la zona del Bidasoa, entrevistando a personas que participan en colectivos de ayuda a refugiados y migrantes. Y ha identificado tres etapas: el encuentro, la llegada de las personas migrada; la batida, cuando se establece un régimen de poder basado en la caza de personas; y la apertura de fronteras. 

«Trump habla explícitamente de cazar personas migrantes y hacer redadas», ha manifestado Mendiola, y ha alertado de que en las batidas, también en las que se dan en Euskal Herria, los policías incurren en prácticas ilegales «permitidas en el discurso securitario». El ejemplo más claro: las devoluciones en caliente. 

La ruptura de las fronteras ficticias impuestas por los Estados español y francés se representa en una danza sobre la mesa de piedra situada en el alto de Lizuniaga, justo en la muga. «La frontera es un lugar muy denso, siempre tensionado, y la danza es una proyección de la necesidad de lograr un equilibrio», ha apuntado ante los presentes, incidiendo en que ‘La Danza de las luciérnagas’ es una «coreografía ético-política entre la resistencia de las personas migrantes y de los colectivos de la zona, de la solidaridad que se da».