Jane Austen y la profunda comedia humana
250 años después de su nacimiento, la autora británica ha atravesado el paso del tiempo consagrada como una narradora imprescindible, dueña de un lenguaje realista con el que dota de vida a unos personajes femeninos dispuestos a resquebrajar con rotunda sutilidad las imposiciones sociales.
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Más que una etiqueta descriptiva, la utilización del término ‘literatura femenina’ contiene en sí misma un enjuiciamiento artístico. Mientras sus homólogos masculinos nunca han sido cuestionados por ceder el protagonismo a personajes de su mismo sexo, aptos depositarios de una sustancia universal y trascendente, no sucede lo mismo con multitud de autoras relegadas al interés exclusivo de sus congéneres. Discriminación enmendada en tantas ocasiones por el único magistrado realmente válido, el que habita en el poder de las palabras; el mismo que, tras 250 años de su nacimiento, el 16 de diciembre de 1775, sigue recordando que, una mezcla aleatoria de cromosomas nunca podrá impedir que Jane Austen sea considerada, por innumerables méritos propios, una firma indispensable en las páginas de la historia.
Alrededor de esta onomástica, muchas son las reediciones y estudios, entre los que conviene resaltar la mimada e ilustrada semblanza realizada por Cristina Oñoro y Ana Jarén en ‘Jane. Una biografía literaria de Jane Austen’ (Lumen), que confirman la vigencia y significación de una figura, la séptima hija de una extensa prole de ocho nacida en Steventon, un pequeño pueblo al norte de Hampshire, que, con aire plácido pero misterioso, ha atravesado los siglos. Ligada a una particular relación entre su propia vida y su representación literaria, dicha pasión sería alumbrada en la extensa biblioteca poseída por su progenitor, un clérigo anglicano casado con una mujer de lejana ascendencia aristocrática, y a través de las ociosas representaciones teatrales, alimentos para la prolija imaginación de quien, paradójicamente, basaba su existencia en un cómodo y retirado ambiente.
Identificativo anonimato
Desprovista de esa experiencia propia, probablemente, y siempre con la cautela que recomienda una brumosa biografía sostenida por los escasos restos epistolares que no acabaron destruidos, fue la observación de su entorno, desplegada entre su procelosa y versátil familia o en una vida social animada aunque nada exagerada, la arcilla necesaria para moldear una breve, por mor de su pronto fallecimiento a los 41 años, pero talentosa trayectoria. Un recorrido que a los diez años ya comenzaba su primigenia enunciación, bosquejos y trazos reunidos posteriormente en ‘Juvenilia’, y que solo una década después era capaz de aglutinar las primeras versiones de lo que serían obras capitales para la literatura, ‘Sentido y sensibilidad’ y ‘Orgullo y prejuicio’. Manuscritos, realizados bajo el entretenimiento como único propósito y para ser leídos solo por los allegados más cercanos, que no verían la luz hasta tres lustros después y presentados con una portada en la que no había rastro del nombre de la autora, en su lugar aparecía una breve nota que, con naturaleza más cercana al epitafio que a cualquier alusión creativa, anunciaba lacónicamente estar ‘escrito por una mujer’.
«Dio vida a esos nombres femeninos que, incluso proponiendo una amable sonrisa en el lector, desmontaban las apacibles ‘cárceles’ a las que habían sido condenadas las mujeres»
Un anonimato, manejado en su relación con los editores gracias a la intermediación de su hermano Henry, quien años más tarde en un orgulloso arrebato transformaría los rumores en constatación respecto a la legítima propietaria de aquellos textos, que si bien escenificaba las restricciones impuestas a su género, involuntariamente se transformaba en la mejor definición de una obra, efectivamente, realizada por una mujer, y que además albergaba en sus páginas a un ramillete de otras tantas enfrentadas a las muchas cadenas inventadas por una sociedad que las degradaba a un mero elemento de compañía desposeído de sueños propios. Y el de Jane Austen, desde la soledad de su cuarto, era dar vida a esos nombres femeninos que, incluso proponiendo una amable sonrisa en el lector, desmontaban las apacibles ‘cárceles’ a las que habían sido condenadas.
No existir en los ámbitos culturales de su época, dada la ausencia de su nombre en el ambiente literario, puede que impidiera una rápida propagación de su éxito, pero, precisamente estar ausente de cualquier círculo artístico, le sirvió para poder abrazar su propio estilo sin dependencias ni influencias de coetáneos. Precursora del realismo, gracias al carácter inmersivo de su escritura, y heredera del costumbrismo propio del romanticismo, corriente que a su manera no dudaba en satirizar, su determinación por poner en valor la condición amena de sus argumentos la transformó en un verso libre ajeno a los dogmas de su tiempo y privado de cargas que estorbaran su viaje a la eternidad. Como si de un acuerdo tácito se tratase, ella se encargaba de romper con los preceptos estilísticos de la época y sus seres imaginados asumían subvertir los sociales.
Cadenas conyugales
Situando la institución del matrimonio como uno de los ejes sobre el que pivotan buena parte de sus tramas, es precisamente el análisis de esos lazos donde se concentran las máximas virtudes expuestas en sus rasgos identificativos. Aptitudes que aluden tanto al ágil manejo de unos diálogos sublimados por el poder analítico que alcanza precisamente aquello omitido o mostrado sutilmente como al despliegue de un fino, y no exento de mordacidad, sentido del humor. Características visibles en sus dos obras cumbres, ‘Sentido y sensibilidad’ y ‘Orgullo y prejuicio’, ya sea manifestadas en la antagónica pero complementaria pareja de hermanas que en la primera de ellas buscan un emplazamiento digno en la sociedad, o el despliegue de intolerancias cotidianas que la diferencia de estratos económicos es capaz de exhibir en la segunda. Pocas veces alguien con una biografía tan escueta, casi inexistente, en cuanto a flirteos románticos, ha demostrado tal pericia para mostrar la exposición de los sentimientos tutelados por sus determinantes contextuales.
«Su determinación por poner en valor la condición amena de sus argumentos la transformó en un verso libre ajeno a los dogmas de su tiempo y privado de cargas que estorbaran su viaje a la eternidad»
Aunque editada de manera póstuma, ‘La abadía de Northanger’ fue la primera novela en ser ideada con el premeditado destino de su publicación, hecho que posiblemente influyó en su relativa diferenciación formal, entregada a un ‘quijotesco’ e irónico ambiente gótico que, sin embargo, bajo una aparente trivialidad, condensa con excelencia la necesidad de crecer interiormente al margen de los deslumbrantes anuncios de felicidad ligados al patrimonio. Recurrentes referencias temáticas que extendería hasta su último trabajo, ‘Persuasión’, incluso explayadas con más profundidad y vehemencia, y que armaría bajo una estructura más compleja gracias a ‘Emma’, fascinante personaje en torno al que se convocan todo tipo engaños, equívocos y reclamos que pretenden sanar el incurable tropiezo constante que es la existencia.
Tal vez Jane Austen sea un buen ejemplo de la frase pronunciada por William Faulkner, en la que situaba la actividad escritora como desagravio frente al sufrimiento padecido por quienes no han podido vivir conforme a sus deseos, o quizás aquella joven simplemente ponía verbo a lo que observaba a su alrededor. Sea como fuere, desde su fallecimiento el 18 de julio de 1817, su figura, como si de una de sus protagonistas se tratase, tuvo que hacerse paso entre desprecios dirigidos contra la supuesta falta de hondura de su narración. Un déficit solo achacable al prejuicio de querer convertirla en un flácido divertimento o a la incapacidad para rastrear la psique encubierta en sus páginas. Probablemente la autora británica nunca entendió su condición artística de una manera militante, ni en lo social ni respecto al feminismo, pero sin embargo, y con seguridad es lo más atractivo de sus incalculables capacidades, ceder la palabra a sus creaciones, con ternura y empatía, logró que hablaran desde lo más profundo de su alma sobre ese mundo que las confinaba e impedía sentir libremente.