Koldo Camón Erostarbe

La santa misión vitoriana

Me ha parecido excelente y totalmente esclarecedor el artículo de Raúl Gartzia (Ahaztuak) aparecido hace unos días en los medios de comunicación: “Sobre la cruz de Kutzemendi”.

Recomiendo encarecidamente su lectura a quienes quieren saber más sobre el tema y comprender la posición adoptada por el Concejo de Mendiola para la demolición o retirada de dicho símbolo de terrenos que son de su propiedad. Me gustaría reflexionar, como ha hecho Raúl, sobre dos afirmaciones que quienes abogan por el mantenimiento de dicho símbolo  repiten machaconamente una y otra vez, pero que  son totalmente carentes de fundamento:

1.-  La cruz es un símbolo exclusivamente religioso y no político. ¿O sea que en 1951 la religión y la política iban por diferentes caminos? ¿No era una dictadura nacionalcatólica o nos lo estamos inventando un@s cuantos chalad@s y l@s miles de historiadores que han escrito sobre el régimen franquista? Hasta las monedas de Franco dejaban claro el tema: «Caudillo de España por la gracia de Dios».

2.-  La Santa Misión fue un acto exclusivamente religioso y normal, vamos, como la misa de un domingo. Pues no, fue un acto de fundamentalismo católico, apostólico, romano y franquista hasta la médula.

Quien quiera puede buscar amplia información en internet sobre esas dos cuestiones, por lo que no voy a explayarme demasiado. Ahora bien, algunos apuntes nos pueden ayudar a contextualizar mejor todo este asunto.

«La gran misión de Vitoria (1951). Aquel mecanismo de control religioso-social, que conocemos para otras épocas con el nombre de Inquisición, desemboca después de nuestra última guerra (1936-39) en un poderoso mecanismo también religioso-social con las mismas esencias del siglo XVI, llamado ‘nacionalcatolicismo’.» (Auñamendi).

«A lo largo de quince días de misión las procesiones habían transformado en templo toda la ciudad. La noticia se incrementaba con las cifras siguientes: una suma de 4.000.000 rosarios cantados de la aurora, 360 procesiones eucarísticas y marianas, 200 altavoces, 5.000 carteles murales, 13.200 cartas dirigidas por mí a las familias vitorianas, 70.000 estampas de la Virgen de Fátima... (¡Como para salir de casa!) Por la calles los altavoces vierten himnos de penitencia y llamadas tremendas. Sólo habitan las calles los micrófonos. Ellos se introducen en el alma de los que han desoído la llamada de Dios. Las gentes van serias, apesadumbradas. Han sentido el terror y la atrición.  Vitoria vibró enfervorizada con acentos de penitencia.» (Obispo Jose Mª Bueno Monreal 1952).

La palabra misión significa una actuación extraordinaria por parte de «los enviados de la iglesia» para conseguir, a lo largo de varios días, una conversión emotiva y vibrante de los cristianos, especialmente entre aquellas y aquellos más díscolos y rebeldes. Tras la guerra civil  parece que la única solución que se le ofrece al pueblo llano, derrotado o deprimido, es «agarrarse» a la vida a través de la fe, «invitándole» a acudir en masa a las iglesias. Los sacerdotes y también, cómo no, la autoridad civil colabora, a veces no de muy buenos modos (con anuncios de catástrofes apocalípticas o, incluso, con amenazas de retornar el tormento de la guerra). De esa forma, con aquellos miedos, el éxito presencial está asegurado.

La finalizad de la misión, así pues, es contribuir a proceso de recatolización y ello de forma inquisitorial. Pretende reforzar la labor pastoral de la iglesia católica en zonas donde la presencia del clero es escasa –no era el caso de Vitoria-  o donde se observa una cristianización deficiente –esto sí puede ser-. Es decir, es una respuesta al proceso de secularización impulsado por el liberalismo, el republicanismo y el socialismo, entre otros, lo cual obviamente es una medida política vestida con casulla.

La iglesia católica vio en la victoria del ejército franquista la oportunidad para llevar a cabo una profunda re-evangelización de la sociedad, para restaurar la España católica tradicional, donde la fe y la práctica religiosas vertebrasen la vida social cotidiana (nacionalcatolicismo).

La misión se caracteriza por una fuerte movilización de masas en los espacios públicos de pueblos y ciudades (reconquista religioso-política), orientada a moralizar la vida pública y lograr el máximo número de confesiones y comuniones. Tiene una clara voluntad totalizadora. El tiempo de lo cotidiano queda supeditado al tiempo de lo sagrado. Estos actos religiosos masivos constituyen una constatación del triunfo de la iglesia a católica sobre sus enemigos. En algunos casos se llega a la quema pública de libros prohibidos.

«El día fijado para el inicio de la campaña, los misioneros hacía su entrada solemne en la localidad. Los misioneros se dirigían hacia la plaza/calle central donde les esperaba una multitud encabezada por el alcalde y otras autoridades. El alcalde les daba la bienvenida en nombre de todo el pueblo. La entrada de los misioneros era un acto que ponía de relieve la estrecha relación existente entre misión y poder político local. Al compartir el espacio de una tribuna o de un balcón junto a los misioneros, el alcalde aparecía ante los ojos se sus conciudadanos como receptor privilegiado del poder sobrenatural del que los misioneros eran portadores. Y junto al alcalde comparecían también, en idéntica posición de privilegio, otras autoridades de carácter político, judicial, policial o militar». Existe pues una clara colaboración entre misión y poder político debido a que se trata de un acto que se organiza por las propias autoridades locales.

Durante los días de la misión los adultos no bautizados, los que no han hecho la primera comunión, aquellos que conviviesen con su pareja sin estar casados son sometidos a una presión constante y abrumadora para que acepten recibir los sacramentos que les faltan. De este modo, además quedan señaladas públicamente ante la comunidad. Este recurso a la coerción, obedece a una concepción totalizante de la religiosidad.

Por otra parte, la movilización ciudadana en torno a la misión no se logra siempre de manera espontánea. La acción misional está inspirada por una voluntad fuertemente totalizadora, se busca que la vida de una localidad entera, sin excepciones, gire en torno a los actos misionales mientras éstos duren, y para lograr este fin no renuncian a la coerción. En muchos casos es necesario que el alcalde convoque previamente a los habitantes de la localidad mediante la publicación de un bando y la realización de otras acciones informales destinadas a transmitirles la idea de que el poder político espera de ellos que asistan masivamente a la llegada de la misión. Se produce de este modo una autentica simbiosis entre misión y poder político. La misión necesita al poder político para poder llevar a la práctica una serie de actos religiosos que implican alterar el normal desarrollo de la vida cotidiana; y el poder político se beneficia, a su vez, de la acción de los misioneros en la medida que éstos, a través de acciones no explícitas, pero sí efectivas, vienen a transmitirle una especie de legitimación adicional de carácter religioso. La alianza entre iglesia y poder político, consustancial a la naturaleza del régimen franquista, queda de este modo explicitada a través de la misión. ¿Una cruz en el alto de Olarizu para conmemorar la misión vitoriana? Conmigo que no cuenten.

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