IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Protagonistas

(Getty)

Para adaptarnos a las situaciones que tenemos que afrontar solemos tirar de anticipación. Imaginamos lo que nos espera en función de lo que vivimos ayer y antes de ayer, con una creciente precisión a medida que nos vamos especializando en nuestro entorno.

Durante la infancia el mundo es tan extenso y estimulante y nuestro cerebro está tan abierto a experimentar que hay un riesgo de que nos sobrepase, todo se vive con intensidad y riesgo. El aprendizaje nos permite ir delimitando las opciones, creando causalidades, y, a medida que pasan los años, vamos notando las ‘paredes’ metafóricas de la realidad, sus límites, que nos descubren también los nuestros. Empezamos a aprender sobre nuestras cualidades y sobre lo que esperar de quienes tenemos alrededor.

A medida que concretamos el mundo, lo vamos entendiendo, anticipando y actuando sobre él de una forma deseada, también vamos construyendo la imagen interna de quien puede incidir en él, cambiarlo. Nos sentimos capaces de hacerlo, en un narcisismo que nos permite sentir nuestra capacidad y poder, al mismo tiempo que se nos confirma que parte de lo que sucede es resultado de nuestras acciones, que a través de ellas podemos hacer sentir mejor o peor a nuestros compañeros de clase o familiares, que podemos conseguir lo que nos propongamos con esfuerzo, que merecemos esto o lo otro por ser como somos, etc. “Si lo siento y me lo confirman, será que es cierto”.

Sin darnos cuenta, se condensa en nosotros la fantasía de causalidad, de poder hacer que las cosas pasen y ser protagonistas de los hechos. De ahí que la frustración, la ansiedad o la culpa pueden campar a sus anchas si comprobamos y sentimos que no es así. La lógica es fácil: “si puedo hacer que pasen todas las cosas que me han dicho que puedo hacer, es esperable que, si no suceden, sea culpa mía”, que “no haya hecho lo suficiente”, que “no sea capaz”, que “me merezca algo distinto”… Y a mayor sensación de protagonismo, de individualismo, mayor frustración.

Tanto es así que a veces hay quien prefiere quedarse con esas conclusiones, antes que aceptar que hay algunos aspectos de la vida en los que no somos los personajes principales. Quizá la persona de la que hemos esperado con legitimidad recibir esto o aquello, nunca pueda darlo, por exigentes que seamos; quizá no se nos preste la oportunidad “que merecemos”. Quizá, simplemente, nunca suceda. Puede que en esta vida no nos dé tiempo a repararlo todo, a compensar o curar todo, que las deudas no se salden o que no se haga justicia con ese tema que nos incumbe.

Puede ser decepcionante renunciar a seguir luchando contra el pasado, pero ser protagonista de todo lo que sucedió, es muy cansado. Poder admitir que nuestra relevancia tiene un límite y que, aún así, podemos crear cosas bellas hacia delante, un futuro fuera de esa añoranza no cumplida, también conlleva liberación. Y puede que nos permita incluso crear una nueva identidad más allá de lo que una vez pensamos que seríamos.