Obsolescencia programada

Quizá no estemos hechos, hechas, para durar para siempre. Y no hablo de la brevedad de la vida, así en general, sino, más bien, de que hay aspectos de nuestra personalidad, de nuestra identidad, que tengan fecha de caducidad. Quizá estén ‘diseñados’, primero por la biología, luego por la psicología, o incluso la cultura, para durar un tiempo, después del cual, su vigencia llegue a su fin y haya que actualizar profundamente aspectos que antes valían, eran espontáneas elecciones o incluso pilares de nuestra manera de estar aquí.
Yo no soy el mismo que cuando tenía 15 años, o cuando tenía 6. ¿Por qué debería esperar que en mi vida adulta no hubiera momentos de profundo cambio individual? Sin duda, el ‘hardware’ (palabra inglesa que se asociaría al ordenador, a la máquina) sufre menos alteraciones esenciales que entre la infancia y la adolescencia pero el ‘software’ (palabra, también inglesa, que en este caso hace referencia a los programas informáticos), el programa mental, emocional o social que me hace mirar el mundo desde una perspectiva, probablemente sufra agitaciones en más de una ocasión. Y es que en las etapas anteriores es el cuerpo el que manda; las hormonas, el crecimiento mismo hacia la consecución de la fase reproductiva, o expansiva, guían los pasos en el mundo. Pero, una vez llegados a ese lugar, a partir de ahí, quizá es la mente la que sigue experimentando cambios automotivados. No por casualidad hablamos de las crisis de los 40, los 50, etc. Tampoco por casualidad, cuando se cumplen ciertos ciclos de trabajo, o de relación, para muchas personas se empieza a movilizar un sentir hondo, que mueve a un cambio profundo.
Es extraño notarse ahí porque, entre otras cosas, la edad adulta se entiende como una fase de cierta estabilidad, donde esta ‘debe’ reinar, después del trabajo y el esfuerzo, de las aventuras y dudas de etapas anteriores. Algo así como si la vida debiera ofrecernos una recompensa por nuestra implicación anterior. Y, en el medio social podríamos pensar que esa anticipación pueda ser posible, los ciclos de cambio de un grupo son más largos, por lo que cabría ‘calcular’ cómo sería la vida si llegáramos a cierta edad en cierto momento. Sin embargo, los cambios desencadenados por nuestra experiencia, desconciertan algo más. ¿Cómo es posible que ya no quiera a mi pareja después de tantos años satisfactorios? ¿Cómo puede ser que mi trabajo no me provoque interés? o, ¿qué fue de eso que me apasionaba y que hoy me es secundario?
Puede que, entonces, se ponga en marcha un mecanismo menos usual de transformación, de cambio profundo, que nos despoje de parte de nuestra identidad previa -obsoleta, nos pongamos como nos pongamos-, para hacer espacio a algo nuevo. Puede que la vida también se abra paso así a veces, desmontando antes de ofrecernos un nuevo horizonte, una nueva chispa de ilusión, otra relación. Quizá a veces sentimos la necesidad de hacer espacio a esa persona que aún no somos pero cuya venida no podemos negar. Nos desconcierta que nuestra mente profunda, nuestro inconsciente, o nuestras motivaciones o cansancio profundos, se nos manifiesten con tanta rotundidad. Sin embargo, al mismo tiempo, aunque asuste dejar de ser quienes somos, esa incómoda sensación nos anuncia también una cosa: esto de vivir no ha terminado.
Aldaketak bizitzan zehar
Pertsonak askotan aldatzen gara bizitzan zehar, bai fisikoki eta baita psikologikoki ere. Etapa bakoitzak izan ohi ditu bere aldaketak, baina, maiz, helduaroan gertatzen diren aldaketa sakon horiek ustekabean adierazten dira, etapa amaiera etsigarri edo beldurgarri baten aurrean egongo bagina bezala. Baina ezinegon horrek zerbait garrantzitsua adierazten du: bizitzaren eta bizitzearen bidea ez dela oraindik amaitu.
Navidades invertidas

«Ser los más salvajes tiene su belleza, y yo ahí me siento muy cómodo, porque es coherente con lo que pienso, digo y hago»

La mercantilización de la menopausia

Bebidas sin apenas alcohol pero con cuerpo

