Dos décadas de amor

Jia Zhangke, el mejor panoramista de la sociedad china del nuevo siglo. Sus películas han recorrido las colmenas transitorias del río Yangtsé, las sombras colosales de la presa de las Tres Gargantas, las minas apocalípticas del carbón, las calles de Pekín conquistadas por el alelamiento olímpico. Nada nos queda más lejos, excepto que el desencanto del domingo y el comer sin hambre son pesares rotundamente universales y que, con la amplitud generosa de un humanista, Jia los ha concretado en dioramas de la intensidad melodramática propia de aquello que verdaderamente importa, cuentos que, como las personas, desprenden un olor inconfundible.
Lo más interesante es que, a contrapelo del ensimismamiento que suele contagiar a cineastas con mucho trote encima (y Jia lleva su cuarentena de películas a las espaldas), el León de Oro por “Naturaleza muerta” (2006) no ha dejado nunca de mirar el paisaje que lo rodea. De hecho, la fantástica “A la deriva”, que llega en junio a carteleras, es antes que nada un compendio de todos los tiempos-lugares por los que transita una minimísima (pero rotunda) historia de separación y clausura. Jia gestó el proyecto en pandemia, cuando pudo revisar los extensos archivos que almacenaba de rodajes desde 2001. Eran veinte años de imágenes, entre tomas finales y descartadas, y material grabado al localizar… El documento de dos décadas de la historia de China.
Entre caras y lugares, solo el rostro de su mujer, la actriz Zhao Tao, se repetía. Alrededor de ella se ha gestado toda una filmografía que cuenta siempre una misma historia: la de una mujer que es maltratada por un hombre al que quiere, debe reconciliarse con su falta y con las consecuencias de su reencuentro. Por lo que Jia decidió recomponer, con la ayuda de los montadores Yang Chao, Lin Xudong y Matthieu Laclau, otra gran historia, solo hecha de retazos. En ella, adivinamos la turbulenta relación de una Qiao Qiao de treinta y pocos, apegada a un promotor musical venido arriba con el boom del capitalismo de los dosmiles, Guao Bin (Li Zhubin, otro gran repetidor). Al cambio de siglo, ella se embarcará en un viaje épico para encontrarle y tener, por lo menos, algo de clausura.
Entonces, encuerpados sobre una actriz que no musita una sola palabra y tocados por la temperatura del archivo documental que los acompaña, los gestos de “Placeres desconocidos” (2002) van encadenándose con los de “La ceniza es el blanco más puro” (2018) hasta conformar un tapiz humano que surfea, de verdad, todo tiempo y lugar. La reunión entre ambos, el único fragmento expresamente rodado para la película en época pandémica, se siente tan inmune al tiempo como cuando nos reencontramos con viejas amantes. A la deriva tiene la potencia íntima del mejor David Lean (“Breve encuentro”), cine concentrado, universal y eterno.

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