Laura Fornell
PRESERVANDO LA CULTURA MAYA CON LA AYUDA DE LAS ABEJAS

Dulce activismo en Isla Arena

La apicultura puede ser una poderosa herramienta para la conservación de los manglares. En comunidades costeras como la de Isla Arena (Campeche, México), que dependen principalmente de la pesca, se convierte en un medio de vida complementario que, al mismo tiempo, beneficia a los manglares: al ser un incentivo económico, se involucran activamente en la protección y restauración de unos ecosistemas clave para proteger el planeta.

Elma y Humberto supervisan el estado de los manglares mientras Mario los lleva de vuelta a casa en su barca. (Oscar Espinosa)
Elma y Humberto supervisan el estado de los manglares mientras Mario los lleva de vuelta a casa en su barca. (Oscar Espinosa)

Hija y madre de apicultor, Elma Guadalupe Cab Hochín, de 51 años, bajita y pizpireta, nunca se interesó por las abejas. «De pequeña me daban mucho miedo. Una vez me picaron y nunca más quise acompañar a mi padre», dice ataviada con su traje protector, mientras levanta despacio la tapa de una de sus colmenas de abejas europeas (Apis mellifera) ubicada en una pequeña franja de arena entre mangles en Isla Arena, una estrecha península con apenas una calle sin asfaltar dentro de la Reserva de la Biosfera Ría Celestún, una Área Natural Protegida situada al norte del estado mexicano de Campeche.

Dos veces por semana, Elma abandona por unas horas la fonda que regenta en la pequeña localidad de menos de mil habitantes, muy popular por su comida casera y que constituye el principal ingreso familiar, para desplazarse en barca hasta este rincón de Isla Arena. Y junto a Mario, su marido, que siente pánico por las abejas; Humberto, su hijo menor, que no se quita la gorra de béisbol ni para ponerse el sombrero de apicultor, y Juan, un vecino que de vez en cuando les echa una mano, atiende a sus abejas.

«Mi padre estaría muy orgulloso de sus nietos», dice Elma, observando con orgullo como su hijo, Humberto Emanuel Gómez Cab, de 24 años y mecánico de profesión, manipula una de las colmenas con extremada delicadeza. Mientras tanto, su marido, Mario Humberto Gómez Martín, de 59 años, que es pescador como la gran mayoría de los habitantes de Isla Arena, los mira con precaución a una cierta distancia mientras sujeta el ahumador para aturdir a las abejas que revolotean alrededor de las colmenas.

Las abejas meliponas no utilizan panales para producir miel, como las abejas europeas. Su forma de trabajar es muy diferente, ya que fabrican pequeños recipientes de cera que llenan con miel. (Oscar Espinosa)

Elma ayuda a su marido Mario, con pánico a las abejas, a ponerse el traje protector antes de acercarse a las colmenas. (Oscar Espinosa)

Limpiando los manglares y reforestando. (Oscar Espinosa)

No ha sido hasta hace dos años que Elma se ha reconciliado con el oficio familiar y hoy la familia Cab (que, curiosamente, significa abeja en maya) tiene un apiario que les ayuda a complementar su economía doméstica mientras contribuyen a proteger y conservar los manglares de la isla. Ubicado en el extremo norte de Isla Arena, el conjunto de colmenas se asienta en un pequeño claro abierto entre la espesa superficie del manglar, que contiene distintas especies de mangle, principalmente mangle blanco (Laguncularia racemosa), mangle negro (Avicennia germinans) y mangle rojo (Rhizophora mangle). De ellas se alimentan las abejas y se encargan de polinizar. «En un inicio, el apiario estaba situado un poco más al norte y más cerca del mar, pero tras el paso del huracán Milton reubicamos las colmenas aquí, para que quedaran más protegidas», explica Elma. «Somos conscientes de que sin la barrera protectora de los manglares, los daños hubieran sido mucho mayores. Por eso es tan importante su conservación, y nos gusta pensar que nosotros estamos poniendo nuestro granito de arena». El 7 de octubre de 2024, Isla Arena fue golpeada por el devastador huracán Milton y, aunque la familia Cab perdió todas sus abejas europeas al quedar las colmenas anegadas por el agua, han conseguido recomponer de nuevo su apiario.

«Hoy amo a las abejas y probablemente eso no hubiera ocurrido si mi hijo Santiago no hubiera tenido el accidente», dice emocionada Elma, al recordar el terrible accidente de moto que sufrió su hijo hace dos años, cuando fue arrollado por un conductor y en el que casi pierde la vida, en la maltrecha carretera que une Isla Arena con Halachó, la población más cercana. Santiago Francisco Tucuch Cab, de 30 años, transformó la fascinación que mostraba desde pequeño por las abejas en su profesión, convirtiéndose en técnico agroecológico especializado en apicultura. Hoy se gana la vida impartiendo capacitaciones y dando asistencia técnica a productores.

Santiago, que vive en Halachó, fue quien en 2023 ideó el proyecto del apiario experimental en Isla Arena, donde vive su madre, evaluando en un primer momento si el lugar era óptimo o no para la apicultura, con la finalidad de criar abejas que ayudaran a la polinización del entorno y a la protección de los manglares. Tras analizar la flora y los depredadores del lugar, constató que allí se podía iniciar la actividad apicultora con éxito y arrancó de lleno el apiario al que acudía todos los fines de semana para atenderlo. Pero el accidente lo cambió todo. «Mi hijo quedó muy mal, no podía hacerse cargo de sus abejas y eso lo hubiera hundido más. No podíamos permitir que su proyecto se echara a perder, así que el resto de la familia nos involucramos para cuidar sus colmenas mientras él estuviera convaleciente», comenta Elma. Dos años después, y tras pasar unas cuantas veces por quirófano, Santiago sigue recuperándose poco a poco y Elma se ha convertido en una experta y apasionada apicultora.

Elma revisa unas colmenas. (Oscar Espinosa)

Elma y Humberto descargan el extractor manual de miel que utilizarán para extraer la miel de los panales que tienen en las colmenas situadas en los manglares. (Oscar Espinosa)

 

ESPACIO ABIERTO

La mañana siguiente Elma y su familia atienden a unos turistas que han venido de visita a ver sus abejas meliponas. Y es que, paralelamente al proyecto del apiario en los manglares, Santiago también instaló en 2023 un meliponario en el patio de sus padres, con colmenas de las abejas nativas de los pueblos mayas desde la época prehispánica. Refugiadas bajo una estructura tradicional de madera con techo de hojas de palma seca, para protegerlas del sol y de la lluvia, las meliponas son una especie sin aguijón que produce una miel con muchas propiedades medicinales. «Nosotros cultivamos y cuidamos la melipona beecheii, considerada sagrada por nuestros antepasados por los valores curativos de su miel y, aunque sean menos productivas que las apis y su cosecha sea más laboriosa, forma parte de nuestra identidad y debemos seguir criándola para que no desaparezca», explica Elma desde el meliponario al grupo de turistas que les visita desde el estado vecino de Yucatán.

Una colmena de la abeja sagrada maya produce un litro y medio de miel al año, mientras que las apis mellifera pueden llegar a producir 30 litros de miel por colmena en el mismo periodo. «Este es un espacio abierto para todo el que quiera saber más de nuestras abejas ancestrales que conforman nuestra cultura maya y que, además, tienen infinidad de propiedades curativas. Nuestros principales objetivos son la divulgación y la conservación de esta especie, animando a la comunidad a interesarse en su crianza y que lo vean como una alternativa para obtener ingresos complementarios», dice Elma mientras su hijo Humberto, que también se ha contagiado de la pasión por las abejas a las que nunca antes había prestado atención, está vendiendo miel y algún recuerdo a los turistas.

Las meliponas tradicionalmente se crían en jobones, troncos vacíos que albergan a las colonias de abejas en su interior con una tapa en cada extremo. Estas están selladas con una mezcla de lodo rojizo, que mantiene la temperatura y las protege de insectos y depredadores. De todos modos, para facilitar la revisión de las colmenas y la cosecha, con el tiempo los jobones tradicionales han ido evolucionando en cajas de madera con una tapa de acetato en la parte superior, para tener una mejor visibilidad sin tener que abrirla. «En ambos casos, siempre hay un pequeño agujero en el centro por el que entran y salen las abejas obreras y que está vigilado por una abeja guardiana», explica Elma, mientras revisa una de las colmenas después de despedirse de los visitantes.

Humberto Emanuel Gómez Cab, de 24 años, mecánico de profesión. (Oscar Espinosa)

Elma Guadalupe Cab Hochín, de 51 años. (Oscar Espinosa)

Mario Humberto Gómez Martín, de 59. (Oscar Espinosa)

«A diferencia de las apis mellifera, para la producción de su miel las abejas meliponas no utilizan panales, sino que fabrican unos pequeños potes de cera que rellenan con miel, la cual tiene que ser extraída con la ayuda de una jeringuilla y con mucha paciencia», comenta ante la atenta mirada de su marido, quien también se ha involucrado de lleno en la cooperativa familiar que inició Santiago, llamada Honey Kaab. Aunque Mario no esconde su predilección por el meliponario. «Para criar a las abejas meliponas no tenemos que vestirnos con esos trajes y son mucho más tranquilas que las apis, estas no pican», confiesa entre risas, mientras sella uno de los jobones.

En 2024, Honey Kaab y otros cuatro pequeños apicultores de los estados de Campeche y de Yucatán crearon la Red de Productores de Miel en Manglar, tras coincidir en varias capacitaciones sobre conservación de manglares.

Al igual que ellos, todas son cooperativas familiares comprometidas con la protección de su entorno para las que la apicultura representa una segunda actividad. Decidieron unirse para buscar canales de comercialización de la miel de mangle, que tiene un sabor característico, ligeramente más salado que la miel multifloral, así como para compartir sus conocimientos y experiencias. «Todos nosotros pensamos que introducir apiarios en los manglares es otra forma de protegerlos, ya que evitamos que se corte manglar en esos espacios que ahora están ocupados por las colmenas. Además, al tener que ir regularmente a revisar las colmenas, también ayudamos a mantener los manglares limpios», explica Santiago.

México tiene una superficie de 905.086 hectáreas de manglares, según los últimos datos facilitados por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO) a través del Sistema de Monitoreo de los Manglares de México (SMMM) que, desde 2005, realiza evaluaciones periódicas de la extensión, los cambios y las condiciones en que se encuentran los manglares mexicanos, protegidos en un 78,9%, para prevenir y actuar ante posibles amenazas. Esta cifra representa un 6% del total de superficie de manglares en el mundo, que la FAO estimó en 14,8 millones de hectáreas en 2020, y coloca a México en el cuarto país con una mayor superficie de manglares en el mundo, por detrás de Indonesia, Brasil y Australia.

El meliponario donde se crían las abejas mayas autóctonas. (Oscar Espinosa)

El meliponario atrae a visitantes curiosos, que desean ver de cerca cómo se crían las antiguas abejas mayas y aprender más sobre las propiedades de su miel. (Oscar Espinosa)

LA IMPORTANCIA DE LA POLINIZACIÓN

«Las abejas y los manglares son muy importantes para el medio ambiente», dice Elma, quien confiesa que ha ido tomando conciencia de ello estos últimos años. La polinización de las abejas es imprescindible para la biodiversidad y la producción de alimentos. A su vez, los manglares son cruciales para combatir el cambio climático por su capacidad para capturar y almacenar grandes cantidades de dióxido de carbono, causante del calentamiento global. Con la polinización, las abejas aseguran la reproducción de los árboles de mangle, cuyo ecosistema actúa como una barrera protectora de la costa, reduciendo el efecto del oleaje y el impacto de fenómenos extremos como huracanes y tsunamis.

Además, los manglares funcionan como filtros de sedimentos y nutrientes manteniendo la calidad del agua y sirven de hábitat para numerosas especies, como las abejas que obtienen la miel de estos árboles capaces de vivir en agua salada. Y precisamente la interacción de estas dos piezas claves para la conservación del medio ambiente es lo que llevó a Santiago a emprender su proyecto del apiario en los manglares.

«Nosotros solos no cambiaremos el mundo», comenta Elma, «pero cualquier esfuerzo, por pequeño que sea, cuenta».