Eso que pasa en los mercados
Los mercados son un eslabón imprescindible en la cadena de alimentación. Además de lugares animados y con encanto, constituyen una garantía para la buena comida, con producto de calidad y de cercanía, y trato directo entre proveedor y comprador. El chef de 7K propone visitarlos y cuidarlos.

Suena la alarma del despertador. Son las 6:30 de la mañana. No hay luz y el sol todavía está por llegar, pero merece la pena no esperar más. Es hora de asearse, vestirse e iniciar el desplazamiento hacia el mercado, que apremia. Es miércoles y la plaza de Ordizia todavía se está vistiendo. El mercado se prepara, se mira al espejo y no se gusta. Espera que lo visite, igual que al de Tolosa, los sábados. Como si de una novela romántica se tratara, lo imaginamos siendo protagonista de una novela: nervioso, torpe y sufriendo descuidos y despistes por los nervios. Nervios provocados por el afán de complacer a todo aquel o aquella que suba por las escaleras de la imponente construcción pseudo-greca en las que se recibe a todo el mundo. Nunca se está del todo listo. Y, por triste que pueda parecer, tampoco nunca un mercado estará completo.
Productores, clientes, vecinos, trabajadores municipales o simplemente paseantes son quienes componen esa unidad que conforma la azoka. Por eso, entendiendo que es prácticamente imposible que todos coincidamos en el mismo espacio y al mismo tiempo, puedo decir que nunca un mercado estará completo. Pensadlo: en cada foto que saquéis, por mucho ángulo que tenga, siempre faltará alguien. Y si no lo veis vosotros, vendrá alguien y hablará de alguien que ya no está. El poso que dejan estos últimos, los que ya no están. Aquellos que nos recuerdan que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Será porque nos duele recordar? O simplemente porque nos cuesta aceptar la realidad a la que nos toca enfrentarnos. Romantizamos el pasado sin mesura y, creedme amigos, no ayuda y no nos hace bien. Puede que el mercado sea esa unidad eternamente incompleta, pero con la capacidad de mantenerse viva, estén donde estén todas y cada una de sus partes.
Recordad que puede que no estemos todos los que somos, pero que sí somos todos los que estamos. Y aquí es donde radica la clave de todo. Comprar en el mercado es mucho más que un acto político, es toda una reivindicación. Es un alarde cultural que alimenta y da oxígeno a nuestra tierra. El papel de la película con menos trabajo es el nuestro: solo tenemos que acudir a este espacio e intercambiar un producto por dinero. Un acto tan sencillo y simple que tendemos a sacrificar por comodidad, pero que permite, a quien más guion tiene en esta película, llevar a cabo su trabajo, cuidar y alimentar la tierra que nos da de comer.
¿Y SI DESAPARECEN?
Esta es una carta abierta que invita a reflexionar sobre el futuro y la incertidumbre que viven nuestras azokas. Todos las defendemos, quién más, quién menos, pero todos estamos de acuerdo en lo relevante y la importancia que tiene este asunto. ¿Y si el futuro pasa por que desaparezcan? Puede ser que lo sea en tiempo y forma, pero no en esencia. Perderíamos demasiado. La azoka, como concepto, hace tiempo que es mucho más que tan solo un espacio de intercambio, aunque allí se crucen pareceres, anécdotas, intereses y opiniones, fomentando así el espíritu crítico de lo que somos: seres sociales. Los mercados cumplen, por tanto, esa función comunitaria que hace que seamos un pueblo. Un pueblo conectado y condicionado a la tierra.
Recordad lo bien que uno se siente cuando camina con la compra de la azoka, camino a casa. No hablo de postureo, hablo de esa serotonina que a uno le llega en forma de felicidad cuando lleva a cabo una buena acción o una actividad deportiva. En este caso, se da porque sabemos que, habiendo comprado en el mercado, hemos obrado bien. Puede que no nos demos cuenta o no vayamos a hacer la compra pensando en autoprovocarnos esta sensación, pero, en el fondo, sabemos qué ocurrirá, queramos mostrarlo o no. Seguro, además, que ligado a esta compra existe un plan con el que complacerse a uno mismo o a amigos o familiares. Ese plan perfecto que empieza con un café por la mañana y termina con un abrazo largo y lleno de gratitud. El ejercicio de buscar, seleccionar y apostar por uno u otro producto también implica compromiso y cariño hacia aquellos a los que vamos a cocinar. Se trata de la dedicación de un tiempo valiosísimo y cada vez más preciado a la acción más generosa que existe en el mundo: cocinar y dar de comer. Entendiendo que todos y cada uno de los pasos y agentes necesarios para que esta acción o este acto se pueda llevar a cabo son completamente imprescindibles.
No hay melancolía, morriña ni pena en las líneas anteriores. Puede que el tono sea un poco más serio que otras veces, pero es que el tema así lo requiere. En nuestras manos está mantener vivos estos espacios, más allá de la gestión a la que puedan estar sujetos.
Os dejo, de manera osada y totalmente irónica, un manual para el día de mercado.
1- Planificad la compra y su posterior cocinado, para evitar gastos innecesarios y que el producto se estropee. Si no lo necesitamos, mejor que lo compre el siguiente.
2- Acudid al mercado a primera hora, mejor si es esperando a que terminen de montar. Ver las entrañas de la azoka ayuda a entender muchas cosas. Podéis tomaros un café antes de realizar la compra y así repasar cuales son los productos que vais a comprar.
3- Realizad la compra, charlad, preguntad, dejaros recomendar y dejad margen para alguna compra no planificada. La creatividad manda, pero, si preguntáis a quien os vende, seguro que os regala una idea, receta o confesión acerca del producto seleccionado.
4- Repasad que tenemos todo lo necesario y pasad por la tasca, bar o cafetería de confianza, camino a casa, para ultimar los detalles del cocinado y el resto de la mañana. Importante, sonreíd mientras se da este paso.
5- Cumplid con lo planificado y disfrutad del cocinado con y para uno mismo o de la compañía.
6- Seleccionad la siguiente visita a la azoka y volved al punto 1. Repetid el resto de puntos, incluido el 6.
On egin!
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